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–No sé si debo admirar o temer al nuevo Galford —dijo Liriel Gabbiani mientras observaba el mar infinito, al lado del capitán del Jolly Rogers.
—Debes admirarlo y quedarte como estás. Debes temerlo si no te gusta lo que ves —las frías palabras de Snail Galford aún estremecían a Liriel y la asustaban.
Y aún la excitaban.
—¿Estás seguro de mantener a dos enemigos que te odian como tus consejeros esclavos?
—Sí. Para ser el pirata más grande de estos mares, necesito aprender con los peores.
—¿Y qué conmigo?
—¿Qué tiene?
—¿Crees que tengo alguna función para ti? Finalmente no soy más que tu socia, ¿no? Ahora estás jerárquicamente muy por encima de mis posibilidades para eso.
Snail casi sonrió.
—Te necesito, Gabbiani.
—¿Me necesitas? —preguntó ella, con el tono femenino adecuado.
—Sí, porque el camino que sigo es peligroso. Estaré entre los peores para ser el mejor entre ellos, y puedo acabar vendiendo mi alma en ese proceso. Tú eres el pilar que mantendrá alguna humanidad en mí a lo largo de esa senda.
—Pensé que ya habías vendido tu alma —el comentario era inteligente.
—Todavía no —dijo él, divertido.
—Entonces, en nombre de la humanidad que mantendré en ti, ¿podría saber cómo? —Snail la miró de soslayo—. ¡Anda, vamos! ¡No podré dormir sin saberlo! ¿Cómo lograste arrastrar al gordo Smee contigo al fondo del mar? Quiero decir, sé que robas técnicas ajenas por ahí, pero…
—¿Quieres saber si robé tus habilidades psíquicas? No, ni yo sería tan bueno.
—¿Entonces cómo lo hiciste, presumido?
Esta vez Snail sonrió de verdad. A eso se refería cuando hablaba de la humanidad que ella mantendría en él.
—Si no estuvieras concentrada en explicaciones fantásticas, sabrías la respuesta. Ya te lo había explicado cuando sacamos a Hawkins de prisión.
Los ojos de Liriel se desenfocaron, en busca de recordar. Entonces se abrieron.
«¿Pero qué maldición de cuerda es esa?».
Era obvio. Claro que era obvio.
«Es la cuerda fría».
En el momento en que Snail dejó la bola de hierro caer en el pie del gordo Smee, al encaminarse hacia la tabla, se inclinó cerca de la pierna del difunto.
«No se fabrica, al menos no por los medios normales. En realidad, no es exactamente una cuerda: es un organismo inteligente utilizado para amarrar criaturas».
Lo bastante cerca.
«Resulta casi invisible a los ojos y es imposible partirla. Ni siquiera la sientes en la piel».
—Padre —cortó la conversación el receloso joven Twist, actualmente el capitán preferido de Snail, promovido como uno de sus líderes de tripulación—. Disculpe que interrumpa, pero ¿qué rumbo debemos seguir?
—Iremos hacia el noroeste —dijo Snail Galford en tono triunfal—. ¡Al diablo la guerra de los reyes! Iremos en pos del gran tesoro de Flint.
El joven se retiró sonriente y Liriel observó la reacción de idolatría que aquella tripulación tenía ante la figura de Galford.
—¿Sabes cómo te dice la tripulación? —preguntó ella—. Galford, el Sobrenatural.
Snail volvió a observar el mar infinito, a donde iría en busca del mayor tesoro del mundo, y sonrió ampliamente.
—Me gusta. ¿Sabes? Todo pirata es conocido por un apodo. Me gusta ese. Pero prefiero que sea citado en el lenguaje de mis antepasados. Los bisabuelos de mis padres. Ellos tenían una palabra para eso, para algo que no podía ser explicado, para algo sobrenatural.
—¿Y cómo es ese nombre antiguo por el cual quieres ser conocido?
Snail se volvió hacia ella. Sus cuerpos estaban próximos. Y había una amplia sonrisa en los labios de ambos. En ese momento nacía el apodo de un hombre que iría a poblar las historias de los bardos a lo largo de los siglos.
Había nacido Snail, el Sobrenatural.
«¿Y cómo es ese nombre antiguo por el cual quieres ser conocido?».
Había nacido Galford, el Simbad.