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Los mercenarios se trabaron otra vez en el campo de batalla. Y no sólo lo hicieron, sino que también se apartaron de manera abrupta, temerosos y angustiados. Imagina la intensidad del acontecimiento para que hombres que ven cosas malas todos los días hayan experimentado semejante reacción. Los niños escuderos se volvieron hacia su reina en el dique de madera al oír el sonido que se apoderaba de aquella parte del puerto de Andreanne, y el mundo, tanto para el creyente como para el ateo, se volvió fantástico.
Blanca Corazón de Nieve ya no estaba sola.
Al frente de ella algo se erguía. Algo con seis metros de altura sólo en la parte que sobresalía del agua, con un cuerpo sumergido que poseía tal vez veinte o treinta metros de diámetro. Algo surrealista y lo bastante aterrador como para enloquecer a un ser humano con su simple visión, o como para encantarlo de manera irreversible. Algo como un monstruo. Algo como una entidad.
Algo como un rey legendario.
Sus ojos eran del tamaño del tronco de un ser humano y tenían pupilas negras. La piel alrededor estaba llena de verrugas, recordando el color y la textura de los moluscos, pero con una intensidad gigantesca. Plantas nacían de sus poros y pequeños animales marinos, acostumbrados a vivir en simbiosis, se mantenían adheridos a aquella piel, como si aquel ser fuera un coral vivo. Del lugar donde debía haber una nariz o un hocico salían decenas de trompas con membranas que recordaban tentáculos, los cuales se movían todo el tiempo. La boca parecía localizarse bajo los tentáculos. No tenía pelos. No había cómo reaccionar ante un ser de tamaña magnitud y unicidad.
Aquel era el único ser de aquella especie en el mundo. Aquel era el rey del reino sumergido de Atlántida. Aquel era el rey espeluznante.
Aquel era el rey Kraken.
—Por el Creador —susurró Albarus, con la espada baja, cerca de João Hanson. Un João Hanson demasiado estupefacto para decir algo.
Los mercenarios ya no sabían si correr o avanzar, tan próximos como estaban a su objetivo, pero igualmente distantes de la claridad mental que hacía poco se jactaban de poseer. Blanca Corazón de Nieve se puso de rodillas, como si las palabras no fueran necesarias en aquel momento brutal, pero esperanzador. Porque tal vez no lo fueran.
Finalmente, el rey Kraken tampoco estaba solo.
Algunos surgieron del agua marina de manera lenta, como zombis. Emergían como si se arrastraran, como si entre el mundo líquido y el sólido no hubiera diferencia. Otros saltaban como pirañas asesinas de las peores historias. Caminaban o corrían o saltaban dejando rastros pegajosos por el camino, a causa de una piel aceitosa llena de membranas, aletas y espinas. Vestían armaduras formadas por conchas, pero parecían tener la resistente piel verde musgo de un ser acuático que sobrevive a las presiones profundas de un mar turbulento. De cabeza redonda y ojos que se proyectaban, su hocico era achatado, la boca cuadrangular y proyectada hacia el frente, como la de grandes sapos, y orejas desproporcionadas en ángulos extremos. Los dientes de algunos eran aserrados en formas puntiagudas. Otros llevaban tridentes que matarían a una persona de tétanos con sólo mirarlos.
Los mercenarios gritaron sin saber si corrían o se enfrentaban a esa visión que les quitaba la cordura. La visión de un ejército tan fantástico como horrible. Un ejército de seres sumergidos que subía a la superficie para proteger la capital de Arzallum, en un acuerdo planeado.
Un ejército de hombres-peces.
Cuando los grupos de mercenarios comenzaron a caer ante dientes o tridentes afilados, y cuando el sonido de la muerte en otros puntos del puerto comenzó a reverberar con el viento, y cuando el estruendo de navíos piratas atacados y tomados y volteados comenzó a apoderarse del sonido de la guerra, la mayoría de aquellos niños escuderos asustados soltó las espadas, se arrodilló y comenzó a llorar con un alivio descontrolado, como la reacción de un hombre condenado que, de repente, es informado de su absolución.
La otra mitad, como João Hanson y los hermanos Darin, avanzó a la batalla con un cierto gusto pervertido y renovado y se unió a la matanza.