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La capitana Bradamante ya no podía mantener sus runas activadas y arrancó la espada, con lo que liberó a un ejército gigante enloquecido de los círculos donde estaban paralizados, blancos de flechas mortales. Muchos estaban muertos, con proyectiles traspasándoles el cuello, lo cual evocaba macabras alegorías indígenas. Ella corría hacia la caballería que se había aproximado liderada por el rey Anisio Branford.

Al fondo, el ejército de Arzallum seguía retrocediendo hacia la empalizada como un animal acorralado. Cuando parecía que Minotaurus amenazaba con un ataque masivo ante un ejército que nunca demostraba si retrocedía de manera estratégica o por miedo a la batalla, Arzallum se colocaba en posición de ataque y, en vez de continuar el retroceso, marchaba hacia ellos lista para otro embate.

El resultado era que Minotaurus titubeaba y nunca se sentía segura para ratificar el ataque, desconfiando de las intenciones de aquella actitud. Así, ambos ejércitos permanecían la mayor parte del tiempo gruñéndose mutuamente, como dos perros a punto de atacarse, a la espera de que el otro dejara de gruñir y lanzara la primera tarascada. Sin embargo, por más que nunca atacara de verdad al otro, una acción acontecía siempre en ese campo: Minotaurus avanzaba y Arzallum retrocedía.

Un gigante hizo que el suelo explotara con un ¡bum! al intentar aplastar a Bradamante en su huida. La capitana cortó para correr en zigzag cuando otro intentó lo mismo, y después otro y en seguida el primero que lo había intentado. El cuarto, sin embargo, se disponía a aplastarla con el puño cerrado cuando su cuerpo fue lanzado con violencia para el otro lado, en una situación absurda que recordaba un teatro de marionetas. Otro gigante cercano intentó investigar qué acontecía y su cuerpo también fue lanzado hacia atrás, por lo cual chocó con fuerza contra sus hermanos de raza que venían al galope.

Por un momento el ejército gigante se detuvo, desconcertado ante otra muestra más de magia antigua en la zona de guerra, y todos entendieron qué había ocurrido.

En su corcel de guerra, el rey Anisio Branford sonrió.

«¿Vendrá algún aliado nuestro?».

El hecho era que no se trataba de otra muestra de magia antigua en la guerra.

«Tal vez sí».

Para Brobdingnag, la situación era mucho peor que eso.

«Concéntrate en lo que tenemos ahora, hasta que obtengamos una respuesta».

Un poderoso martillo zumbó y se detuvo erguido por una sola mano, mientras maestre enano Irritado asumía su posición de combate.

Al fin Ira había llegado al campo de batalla.