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En el mar sombrío, el Jolly Rogers había esperado un poco ante el silencio y la noche asombrada por misterios, cuando una fuerza sobrenatural lanzó al robusto Smee en la misma dirección a donde Snail Galford había saltado al mar. Pasado el susto, a falta de una explicación, y como ningún otro fenómeno destructivo se apoderó de la embarcación, el navío enfiló hacia la costa de Andreanne, donde varias naves piratas estaban ya atracadas o igualmente se aproximaban para aumentar las filas de los mercenarios.

Mientras surcaba las aguas oscuras de sonidos trémulos y recuerdos difíciles, Jamil Corazón de Cocodrilo —o lo que sobraba de Jamil Corazón de Cocodrilo— sentía y se alimentaba de la gloria de ser de nuevo el capitán de aquel barco. El que había pertenecido a su padre y con el cual él había provocado terror en el mundo de una manera que no le pedía nada a ningún pirata, en particular a los peores. Y Corazón de Cocodrilo entonces recordó cuando era un joven normal —o al menos no tan deforme— y había impedido el motín que acabaría con la vida de su padre, un viejo Garfio senil y enflaquecido por el cáncer.

Observó la cubierta y se acordó de cuando, fortalecido por la arrogancia y la locura que corre por toda sangre juvenil, anunció a los hombres rabiosos que sería el nuevo capitán, y se zambulló con un cuchillo en la boca rodeado de los gritos y las risotadas de incredulidad de la tripulación. Y recordó cuando abrió y arrancó con las manos el corazón del maldito cocodrilo legendario que perseguía aquel navío como un imán. Y se acordó también de cómo, siguiendo la tradición pirata, levantó el inmenso corazón ante la tripulación boquiabierta y, manchado de sangre y lleno de furor, anunció que por derecho era el nuevo capitán del Jolly Rogers al preguntar:

—¿Alguien cuestiona ese derecho? —sin obtener respuesta.

Así, imagina, y apenas ese acto de imaginar ya le dará vida, qué significó para el pirata deforme pensar en esos recuerdos nebulosos, cuando en el mundo él pasó a ya no diferenciar entre sueño y realidad, pues una voz anunció lo inconcebible en medio de la negrura que lo rodeaba:

—Yo soy Snail Galford y, a partir de este momento, por derecho, el capitán de este navío y de esta tripulación.

La atención de todos se volvió hacia el ser sobrenatural que se mantenía en pie sobre la proa, el mismo lugar donde Jamil había hecho lo mismo años atrás. Había sangre en sus ropas; sangre que no podía ser vista con facilidad en la oscuridad, pero de la cual era posible percibir el olor. La visión, aun envuelta en tinieblas, paralizaba. Y el motivo era justo.

—¿Alguien cuestiona ese derecho?

En las manos de Snail Galford había un corazón.

El corazón arrancado del pecho del robusto Smee, brazo derecho del fallecido James Garfio y capitán por derecho de ese barco, si Jamil no hubiera regresado, y que él exhibía como si fuera un corazón de cocodrilo.

Fue así como el ser deforme que aún era Jamil Corazón de Cocodrilo se puso en el centro de la cubierta y sacó un machete de lámina circular y otro de lámina recta. Los mercenarios corrieron a los lados para liberar la inminente área de combate. Snail Galford sacó dos cuchillos, a saber de dónde, y caminó al centro como lo hace un hombre seguro de lo que hace. O un hombre que ha vuelto de la muerte y no tiene qué temer.

Los dos piratas se miraron frente a frente en un ajuste de cuentas que definiría el liderazgo del barco más codiciado del mundo. Y mucho más que eso. Se encendieron antorchas para que danzaran con la noche en el más legendario campo de batalla pirata de la historia, en el más legendario desafío pirata jamás contado.

Y el combate por la posesión del navío pirata más famoso del mundo comenzó por fin.