54

Muchas cosas ocurrieron durante los días siguientes y pocas resultaron buenas. Lo que narraré a continuación no será agradables, y no todo ocurrió al mismo tiempo. Muchas situaciones tomaron mucho más tiempo de lo que parecerá al principio y no todos los relatos serán precisos. A la postre, la información que se tiene de tiempos de guerra viene de boca de los bardos, y estos no siempre son confiables.

Aún así te las contaré de la mejor forma posible y del modo que funcione mejor como historia, aunque sea difícil relatar eventos de tamaño sufrimiento de otra manera que no sea lamentable. Como sea, cuanto se consigne aquí aconteció en Nueva Éter. Y mucho de lo que no se diga también. Al final muchas cosas malas ocurrieron a lo largo de muchos días.

Estas fueron algunas de ellas:

El rey Anisio Branford montaba un poderoso caballo de guerra, al lado de otros caballeros, cerca de su pared de escudos. La función de aquella caballería consistía en proteger los flancos de la pared formada. Aquel grupo estaba allí para hacer presión de afuera hacia dentro a lo largo del combate, no sólo para desviar la concentración sino también la energía del enemigo sobre el grupo sitiado.

Miradas desde determinados puntos, aquellas tierras áridas no parecían, en principio, una buena decisión para elegirlas como campo de guerra. El hecho era que, con excepción de las áreas más planas, y no por eso menos irregulares, se trataba de un terreno horrible para recorrer, caminar, correr e incluso cabalgar. El calor se acumulaba con mayor intensidad que de costumbre, y a falta de vientos constantes se prolongaba esa sensación. Cuando algún fuerte ventarrón llegaba a soplar, traía con él, además de un poco de frescor, una danza de tierra y grava que irritaba al hombre tenso y estorbaba la visión, ya de por sí empañada.

Era un campo incómodo para moverse y combatir. Un escenario que ningún monarca en el mundo habría escogido para llevar al ejército, si la elección fuera suya.

Sin embargo, el rey Anisio Branford había elegido aquel campo de batalla.

El razonamiento de esta decisión caótica no era complicado, aunque pareciera mucho más simple en teoría que en la práctica: Anisio Branford sabía, a fin de cuentas, que un ejército humano no podría enfrentar a un ejército gigante a campo abierto o sería aniquilado. Al fondo, Bradamante mantenía a los gigantes bloqueados, cada vez más próximos a ella, y en poco tiempo los arqueros arzallinos ya no podrían protegerla. El caso era que Arzallum no contaba con hombres suficientes, al menos en comparación con el ejército de Minotaurus y de Brobdingnag, para definir con claridad cuál era su vanguardia y cuál su retaguardia, en vista de que se hallaban rodeados.

Minotaurus sí los tenía. El poderoso ejército de Ferrabrás marchaba en su dirección con una pared de escudos en formación cuadrada, la cual simbolizaba una formación de guerra que buscaba el aislamiento del adversario. Si Brobdingnag no estuviera allí, Arzallum asumiría una posición semejante y sus paredes chocarían en un combate no muy desigual, al menos con los soldados de los reyes Segundo y Tercero Branford, para reforzar a los del rey Anisio.

Pero la presencia del ejército gigante lo cambiaba todo.

Arzallum necesitaba con urgencia un aliado extra que bloqueara aquella fuerza mientras se enfrentaba a Minotaurus. Una fuerza que no comparecía en el campo de batalla pues se hallaba ocupada protegiendo su propio territorio, muchas veces con el refuerzo de soldados arzallinos que deberían estar ahí, aunque en política no siempre se puede hacer todo lo que se quiere. Ganar una guerra con un mundo que está contra ti, listo para unirse y enfrentarte por motivos rencorosos, a veces resulta peor que perder con el mundo a tu favor, listo para darte una mano cuando decides luchar otra vez. Y el rey Anisio Branford pretendía ganar esa guerra y tener lo mejor del mundo a su lado.

—¡Rey Branford! —los soldados, sobre todo los sargentos, gritaban en medio de la tensa retirada, implorando por alguna orden que diera coherencia al caos.

—¡Comiencen a asumir una formación puntiaguda!

Los corazones latieron más rápido. Todo soldado, al menos entre los entrenados, y los que ahí estaban y no habían sido entrenados se encontraban en una situación muy difícil, sabía que asumir una posición puntiaguda significaba asumir una formación para penetrar en las filas enemigas. Por eso la llamaban así, pues avanzaban cortando.

—Majestad, nosotros… —el sargento no quería terminar la frase.

—¡Avanzaremos! —completó el rey con vigor, para no dejar margen de duda.

Algunos hombres comenzaron a llorar, sobre todo los menos entrenados, pues sabían lo que significaba la orden. Sabían que morirían.

—¡Arzallinos, penetraremos esa pared de escudos de Minotaurus y espero que los que no sobrevivan al menos se lleven a algunos malditos minotaurinos consigo para cargar su equipaje hasta el Portón de Selección, de donde seguirán hacia Mantaquim mientras sus enemigos son condenados al peor círculo de Aramis!

Los hombres más próximos repetían las palabras del rey —algunos excitados, otros no tanto— a los hombres más apartados, que no escuchaban lo que se decía de primera mano. De vez en cuando las repeticiones cambiaban algunas palabras y daban origen a frases de sentidos diferentes, pero al menos ninguno se equivocaba cuando era la hora de explicar qué formación militar adoptarían.

—¡Minotaurus avanza en formación cuadrada! ¡Eso significa que sus lados están «acuerpados», pero su centro es débil! ¡En realidad, su línea principal se encuentra lejos! ¡Nuestro ejército avanzará en formación puntiaguda y esparciremos el caos en el campo de guerra! ¡Los hombres de armas pesadas avanzarán con la caballería, por los flancos, e intentarán aislar las laterales, mientras nuestra élite perfora hasta el centro! ¡Cuando alcancen ese centro y la línea principal de ellos se mueva, retrocedan! ¡Y manden a esos bardos a que hagan ruido!

Los corazones se volvieron a oprimir.

—El centro de Minotaurus parece fuerte —dijo el capitán Lemuel Gulliver, en otro caballo al lado del rey.

—Sí, ese es su objetivo.

—¿Serán fuertes?

—Parecerían fuertes.

—¿Y de hecho no lo son?

—No. Es como un animal que eriza el pelaje para parecer más grande y aterrador. Por eso la disposición dispersa, y por eso será posible penetrar por el centro. ¡El secreto es preocuparse por el avance de la línea principal atrás! Si retrocedemos en este momento, perderemos la guerra.

—Perderemos a muchos soldados en ese avance loco, ¿no?

—Sí. Y cuento con ello para la victoria.

—¿Cuenta con la muerte de nuestros soldados?

—¡Estamos en guerra, capitán Gulliver! Muchos hombres perecerán aquí hoy. Pero garantizaré que sus muertes sirvan a la gloria de este país.

El capitán Gulliver aún no comprendía cómo la muerte de soldados arzallinos encajaba en los planes del rey Branford para sobrevivir a una masacre escrita, pero Anisio, cuando menos, parecía saber lo que hacía, y eso es todo lo que un líder debe hacer en tiempos caóticos.

El emperador Ferrabrás se mantenía impasible con su línea principal, atrás de los soldados minotaurinos de vanguardia que avanzaban con calma y cautela, en una formación densa. A un observador le habría parecido más un gran espectáculo contemplado desde un palco. Ferrabrás se mostraba ávido por la victoria. Había soñado con ella mucho antes de autoproclamarse emperador, y sería el triunfo el que lo inmortalizaría. Porque vencería a Arzallum. Observó al enemigo modificar la posición de su formación y le extrañó la locura temporal de un adversario condenado. Observó al enemigo retroceder y no ordenó que lo persiguieran debido al mismo principio de que no se debe intentar capturar a un animal sin dejar que tenga la impresión, aunque sea falsa, de que existe una posibilidad de fuga. De lo contrario, en un acceso de miedo y desesperación, puede regresar con una fuerza extra que no sabía que poseía y atacar con una furia suicida y asesina.

Así que lo mejor era mantener la situación: ver al enemigo creer en una posibilidad de victoria y entonces aplastarlo.

Fue ante este escenario como los bardos arzallinos comenzaron a tocar sus tambores de manera vibrante y como el ejército de Arzallum, con los estandartes de Cáliz y Forte temblando también entre sus filas, comenzó a adoptar una posición puntiaguda. Y fue así como la élite de guerreros se colocó en la punta de aquella formación.

Arzallum avanzó en un ataque suicida contra la pared de escudos de Minotaurus.

La reina de Arzallum había cabalgado por senderos que anochecían, en un camino en el cual ya era difícil distinguir alguna luz. Cabalgaba rápido y no cabalgaba sola. A su alrededor, un centenar de aprendices encapuchados compartía sillas de caballos con un coraje muchas veces encontrado en las narrativas de los guerreros veteranos, pero pocas en la práctica de lo que no es contado.

Cabalgó hasta un área apartada del puerto, en la cual esperaba que los piratas demoraran en llegar. Dejaron los caballos apartados y caminaron con pasos sigilosos en dirección a una elevación de madera, la cual se mantenía allí con un soporte de metal de donde colgaba una campana hecha con un material que no existía en el mundo de la superficie. En torno a la campana había una reja de hierro muy difícil de abrir: era como una jaula de rejas que formaban una curiosa versión de la celda en una prisión. Sólo que el diseño de la cerradura que abría aquella reja era distinto. No era el de una llave común. Era el de una cerradura en forma de estrella.

La reina fue hasta allí y desatrancó la jaula de hierro con la llave sujeta en el pesado llavero de monedas antiguas soldadas. Los goznes rechinaron como si fueran muy poco utilizados. O como si nunca los hubieran utilizado.

—Hace frío —dijo en voz demasiada alta Jaú, el menor de todos los escuderos, frotándose los brazos.

—El frío es psicológico —dijo João Hanson; y después, en tono de orden, agregó—: Repítelo.

El muchacho miró a los lados, como para comprender si aquello era en serio o no.

—Ordené que lo repitas —dijo João Hanson, con una voz baja y ronca que asustaba más que un grito.

—El frío es psicológico —dijo el joven muchacho, dejando de temblar.

La reina miró hacia atrás, en dirección al joven líder, pensando si en verdad haría aquello. En el momento en que tocara la campana, cualquier mercenario que estuviera desembarcando de los barcos piratas en la costa principal y provocando de nuevo el terror en Andreanne dirigiría su atención hacia ahí.

João Hanson la miró, compenetrado con su pensamiento, e hizo una señal afirmativa con la cabeza. Esto no significaba que su reina debía hacer aquello; pero si lo hiciera, él y sus compañeros estarían dispuestos a morir por ella.

La reina Blanca Corazón de Nieve suspiró hondo, tembló un poco y agitó aquella campana formada con el metal de las profundidades lo más fuerte que pudo, por tanto tiempo como su cabeza fue capaz de escuchar aquellos tañidos sin explotar. Los mercenarios oyeron el ruido que venía del área principal y comenzaron a correr en esa dirección. Desde donde estaban, tanto la reina como sus escuderos encapuchados veían aproximarse a los asesinos.

João Hanson se puso al frente del grupo. Tocó la empuñadura de la espada. Rezó su mejor oración. Y esperó su llegada.