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Snail Galford despertó enojado, escuchando el sonido del mar. Lo habían golpeado y se desmayó confundido en el decimooctavo o decimonoveno golpe. Su cuerpo estaba adolorido y marcado, pero lo único en que pensaba era en la maldita hambre. Se hallaba encadenado a todos sus muchachos, sentados, semidesnudos, con grilletes en los pies que los entrelazaban, exactamente como los rehenes de antiguos barcos esclavistas.

Se sentía aún peor al avistar a otros barcos cercanos, que no recordaba haber visto antes. Pensó que veía doble, pero eso no le importó mucho, pues ya era de noche y no había cómo creer en muchas de las cosas originadas por la luz trémula y surrealista de una antorcha en altamar.

Entre su tripulación encadenada estaba Liriel Gabbiani. Y ya no percibió mucho más entre el dolor, el enojo y la confusión cuando Corazón de Cocodrilo se aproximó, cojeando y haciendo el ruido siniestro que penetraba el sistema nervioso a cada paso que daba con aquella macabra pierna improvisada.

«Axel Branford no me cortó la pierna. Ni fue arrojado desde lo alto de una catedral».

En su mente, Snail recordaba conversaciones con el viejo Hawkins que le gustaría que hubieran sido frívolas, con detalles sin importancia.

«Digamos que, hipotéticamente, Jamil Corazón de Cocodrilo no hubiera sido lanzado de aquella catedral por Axel Branford».

Pero, ante la situación actual, en definitiva no lo eran.

«¿Cuánto crees que pagaría por tenerte en sus manos?».

—¿Tienes hambre? —preguntó aquella siniestra versión distorsionada del pirata que un día conoció.

—¿Por qué? —preguntó el negro, observando al pirata más viejo y barbado—. ¿Pretendes darme un pedazo de pierna para asar?

El pirata se carcajeó.

—Al fin volvió el negro insolente que conocí.

El pirata estalló la palma de la mano en el rostro de Snail. El mercenario volvió a mirarlo e incluso a sonreír, diciendo:

—Si se te acabó la pierna, podrías servirme un ojo.

La mano estalló de nuevo. El pirata en pie también sonreía.

—¡Ay, ay! —dijo el negro encadenado y agredido e, increíblemente, aún sonriente y burlón—. Está bien. ¿Quieres saber? No me gustan las piernas ni los ojos. ¿Sabes qué es lo que en verdad me gusta devorar? Corazones.

El pirata captor pareció desistir de los golpes. Y dijo, con buen humor:

—Tú me diviertes. Si no hubieras intentado engañarme, te habrías convertido en mi brazo derecho.

—Está bien que hubiera sido el brazo. Porque si fuera la pierna, estaría a la mitad.

Otro estallido.

—¿Nunca te cansas? —preguntó el cojo.

Snail volvió a sonreír y preguntó en tono sincero:

—¿Cómo supiste?

—¿Qué era Snail Galford el nuevo capitán del Jolly Rogers?

—Que estaríamos en altamar en este momento.

—¡Uf! Actuando de la misma forma que tú: jugando cartas altas. Y ofreciendo los precios adecuados.

«¿Cuánto crees que pagaría por tenerte en sus manos?».

Las palabras de Hawkins volvían. Snail cerró los ojos con fuerza cuando comprendió.

«Mucho más que lo suficiente».

Buscó en los alrededores y al fin percibió que el viejo Jim Hawkins no estaba entre su tripulación encadenada, sino al fondo, de pie, sin que nadie lo abordara. Miraba al pirata capturado sin parecer orgulloso ni arrepentido. Snail tampoco aprobaba ni condenaba. Finalmente, tanto uno como el otro sabían lo que era un hecho: así era la vida de un pirata.

En definitiva, alguien siempre debía ser traicionado.