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Rey Branford —dijo la capitana a Anisio cuando aquel se aproximó.

Había lágrimas en sus ojos. En realidad, en los de todos los soldados presentes.

—Si sigues viva, capitana, es porque debes tener buenas historias para contar en un futuro breve.

—Espero estar viva también hasta allá, majestad. —Bradamante pensaba que era extraño escuchar al rey Branford hablándoles de «tú» a ellos. Sin embargo, todos sabían que era un hecho: un campo de batalla no tenía momentos para ceremonias ni florituras.

—¿Dónde está el coronel Baxter?

—Aquí, majestad.

El obeso coronel se aproximó a la rápida reunión de líderes militares en pleno campo de batalla y Bradamante prestó atención a sus ojos. Se preparó para enfrentar la furia de los ojos orgullosos.

—¿Cómo estás comandando y manteniendo la moral de este ejército, coronel?

Pero se encontró con unos ojos avergonzados y resentidos.

—Majestad —dijo el coronel, aún pensando si delataría a su capitana o no, cuando…

—Tomé el mando temporal de este ejército, rey Branford.

… la propia capitana lo hizo primero.

El rey se sorprendió, y mucho.

—¿Cómo es eso?

—Fue una actitud que espero que se castigue en el futuro, si es que ese futuro existe y yo sigo viva para verlo. Pero en este momento sé que la llegada de su majestad dará empuje a los dudosos, y aún más vigor a los convencidos. Y que debería ser en eso, y sólo en eso, que deberíamos concentrarnos en este momento.

Nadie protestó. Alrededor, el campo de batalla estaba detenido. Era una realidad que, mientras aquellos artilugios voladores futuristas y surrealistas estuvieran en el campo de batalla, nadie se arriesgaría a dar un siguiente paso, por miedo de lo que aquellas máquinas fueran capaces de hacer.

A la postre, máquinas capaces de volar tal vez fueran también capaces de matar.

El capitán Lemuel Gulliver, cuyo hijo había dado inicio a todo aquel proceso y que había llegado de los cielos junto con Anisio Branford, se aproximó e intervino sin ceremonias en la conversación.

—Señores, ¿acaso esos círculos que bloquean a Brobdingnag son de magia antigua?

—También me erizan —respondió el coronel Baxter—. Es lo que pasa cuando las mujeres de aquí se juntan con orientales.

Las personas parecieron ignorar el comentario sexista contenido en la frase y el gnomo Rumpelstiltskin, que también se había acercado, indagó:

—¿Ruggiero le enseñó magia antigua, capitana? Conozco personas cercanas a él que se lo imploraron y fueron rechazadas.

—Es porque no se acercaron demasiado —incitó el coronel.

—Ruggiero sabe discernir entre las personas a quienes entregaría tamaña responsabilidad, barón —respondió Bradamante.

—Y no te imaginas las formas en que él discierne a esas personas —insistió el coronel.

—Formas lo bastante sobrias para negar tal conocimiento a personas como usted, coronel —dijo la capitana.

—Sí, porque no soy su tipo.

—Me gustaría ver a este ejército más concentrado. Pero si el liderazgo está disperso, ¿cómo puedo exigir eso de los subordinados? —cuestionó el rey Branford.

—Disculpe, majestad —dijeron en tiempos diferentes tanto la capitana como el coronel.

—La cuestión es: ¿cuál es nuestro actual escenario? —preguntó el rey.

—Majestad, nuestra pared de escudos es capaz de enfrentar a la pared de Minotaurus, pero no a la de Brobdingnag unida a la del enemigo. Los círculos de runas mantuvieron al ejército gigante bloqueado y asustado, y dieron oportunidad a nuestros arqueros de conseguir algunas bajas, pero no puedo tenerlos allí para siempre. Luego los gigantes fuera de ese círculo desistirán de soltar a sus compañeros y se dedicarán a flanquear nuestra pared y destruirla.

—¿Por cuánto tiempo todavía puedes mantener esas runas? —preguntó el capitán.

—Hasta que uno se aproxime lo suficiente a esta espada, pues en el momento en que sea retirada de la tierra, los círculos se apagarán.

El rey Branford observó de inmediato los alrededores, imaginó diversas hipótesis y comenzó a dar órdenes:

—¡Ordena que la pared retroceda!

—¿Cómo, majestad? —preguntó, confuso, el coronel.

—Ordena que la pared retroceda hasta la empalizada.

—¿Y qué haremos cuando la capitana apague las runas para cumplir tal orden? —insistió el coronel.

—Las runas y la capitana permanecerán en esta posición. Quien liderará la retirada serás tú, coronel.

El coronel se sorprendió. Tal vez por el tono de voz del rey. Tal vez por visualizar un mensaje subliminal contenido en el hecho de que su monarca le ordenaba que viniera de él una orden cobarde de retirada.

—Como quiera, su majestad —dijo el coronel, en tono inseguro.

—¿Y en cuanto a mí y a los arqueros, mi rey? —preguntó la capitana, concentrada.

—Tú mantendrás a Brobdingnag bloqueada como está y nuestros arqueros continuarán tirándoles a los gigantes libres que rodean los círculos e intentan aproximarse. En el momento en que la pared de escudos en retirada esté en el mismo nivel, liberarás esas runas y correrás en dirección a tus hombres.

—Los gigantes me alcanzarán antes de eso.

—Tendrás que confiar en nuestros arqueros.

La capitana suspiró. Confiaba en todos sus hombres, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra.

—¿Vendrá algún aliado nuestro? —preguntó la capitana, ansiosa.

—Tal vez sí. Concéntrate en lo que tenemos ahora hasta que obtengamos una respuesta. ¿Contamos con suficientes armas y flechas?

—Su reina nos ha enviado madera en exceso —confirmó Bradamante.

El rey pareció muy satisfecho.

—Majestad.

—¡Dime rápido, coronel!

—Disculpe la ignorancia, pero ¿la retirada que lideraré no hará que nuestros enemigos se aproximen demasiado a nuestra empalizada y que eso facilite la conquista de nuestra bandera?

—Ese es el objetivo.

El coronel definitivamente tenía ganas de golpearse la cabeza contra un árbol. Así de grande era su desorden mental.

—¡Pero, majestad, peleamos una guerra de empalizadas!

—No, peleamos una guerra como nunca se hizo antes. ¡En este momento Orión pelea contra Gordio y lord Ivanhoe y nuestros Caballeros de Helsing actúan al lado del rey Acosta contra el imperio del rey Midas! ¡Aragón combate contra Rökk y no sabemos qué será más poderoso: las armas de fuego del rey Adamantino o las catapultas de piedras del rey-bestia Wöo-r! —el detalle de los caballeros rojos pareció haber sido mencionado sólo para aliviar el corazón de una capitana presente—. ¡Stallia y Mosquete concentran sus fuerzas contra Albión! ¡Minotaurus está en su mayor parte en este campo, pero también en el campo contra los otros reyes Branford, uniendo fuerzas aliadas contra Cáliz y Forte en otras zonas! ¡Y Brëe, sin guerreros entrenados para esa resistencia, debe estar siendo arrasada, y mi conciencia me torturará el resto de la vida por no poder ayudar al rey Loki en este momento infeliz en que él tanto precisa de aliados! ¿Comprendes lo que digo, coronel? ¡Estoy diciendo que me importan un cuerno las banderas y las normas de guerra, porque lo que estamos presenciando es una guerra única! ¡Esta es la Primera Guerra Mundial de Nueva Éter! ¡Nadie en este campo de batalla dejará de despedazar a nuestros soldados después de conquistar una bandera: nuestros enemigos vinieron aquí para diezmar a los adversarios! ¡Vinieron aquí para transformar a nuestros hombres en esclavos o trofeos!

—Comprendo, majestad —dijo el coronel en voz todavía baja.

—¿Y si descienden más gigantes de Brobdingnag? —cuestionó el capitán Gulliver.

—Entonces, como muchas otras veces, sólo nos quedarán los milagros —dijo el rey.

—¿Cómo se reza por un milagro en pleno campo de batalla?

—Haciendo nuestra parte y esperando que el Creador haga la suya.

Todos se miraron sin saber qué decir.

—Pero, rey Branford —dijo la capitana Bradamante—, ¿qué hará Arzallum cuando nuestro hombres estén acorralados en la empalizada?

El rey inmediatamente se volvió hacia el gnomo.

—Señor Rumpelstiltskin, ¿confirma lo que sus instrumentos de vuelo le mostraron durante el viaje hasta aquí?

—Sí, majestad. Por la variación de los ángulos de los vientos, podemos calcular que en cualquier instante habrá un ventarrón largo que se apoderará de las Tierras Muertas.

—¿Y confirma la dirección informada?

—En dirección al norte y al noreste, majestad.

—Entonces, señores, allí comenzaremos a jugar nuestras fichas en busca de un giro de la suerte. Hagan retroceder a las enfermeras y ordenen que tomen armas y se mantengan apartadas de la empalizada. Señor Rumpelstiltskin, por favor, retire a sus Vishnús del campo de batalla y posiciónelos detrás de la empalizada, para descargar los bagajes que trajimos.

—Majestad, ¿deberemos pelear dentro de las empalizadas? —insistió el coronel Baxter, todavía en suplicio y desesperación.

—No. Deberemos encender antorchas.

—¿Para pelear durante la noche?

—No, combatiremos en la oscuridad, iluminados apenas por las luces de las estrellas de los semidioses.

—¿Entonces por qué el fuego?

—Porque quemaremos las empalizadas —dijo el rey, despertando sentimientos diversos y contradictorios en cada presente—. Porque incendiaremos el campo de batalla. Porque combatiremos bajo la cortina de fuego.