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El rey Peter Pendragon se encontraba aislado con sus seis «primeros». El monarca de Nunca Jamás sabía que todo cambiaría en el momento en que diera inicio a aquello. Como cambió cuando él mismo pasó por aquel proceso violento y lacerante. Cuando el primer elfo del mundo se convirtió en adulto.
Cuando Peter Pan creció.
Sin embargo, si el destino caminaba hacia allá, si el mundo estaba en guerra y los caminos se cruzaban para eso, tenía que seguir adelante.
Al fin y al cabo, en su isla fantástica las cosas nunca eran como se esperaría.
El proceso allí era el mismo. Sabía lo que cada uno de aquellos seis elfos que resolvieron seguirlo por una senda de prueba y dolor sufrirían, y sabía cuánto pagarían por ese proceso que se cobraría sus sentimientos más puros, su inocencia y toda la paz interior que un elfo retiene en un corazón de intenciones maduras, pero de curiosidad y fascinación infantiles.
Estaban en tierras apartadas de Nunca Jamás, lideradas por sociedades humanas, en islas que existían en el mundo material. Una isla frecuentada por animales salvajes e indios locos de cultura rústica, aún sin verse diezmada por la misma civilización que los trataba según filosofías bárbaras.
Axel Branford observaba el proceso.
Habían llegado allí a lomos de grifos, y aunque los seis elfos podían volar, había ocho grifos en la isla. Finalmente, el rey Peter Pendragon les había recordado que, cuando el proceso terminara, ninguno de ellos volaría de nuevo. Cada elfo traía un collar más grueso que el tamaño de dos cuellos, cuyas cadenas de hierro estaban en las dos manos del poderoso rey. A Axel la visión le resultaba chocante. Por fuera, la escena más parecía la pintura de un dictador megalomaniaco utilizando a sus siervos como perros, pero el príncipe comenzaba a aprender que…
«Las culturas no se miden por señales de más o de menos».
… no debía analizar una actitud élfica a la luz de una filosofía humana o, de lo contrario, jamás habría comprensión, sino prejuicios.
Resultaba visible que estar lejos de sus tierras natales hacía que los elfos se mostraran diferentes. Los ojos parecían expandidos, las venas les latían en el cuello, la respiración era pesada y acelerada. Se tambaleaban como ebrios y se rascaban la garganta como sedientos. Poco a poco comenzaban a emitir gruñidos que no eran en lengua erdim ni élfica, sino en un lenguaje animal salvaje y oscuro. Y las horas fueron pasando, y a cada hora la debilidad de los encadenados aumentaba, los gruñidos se intensificaban y el tambaleo daba lugar a una agitación extrema.
De repente…
—¡Huaaah! —fue el grito salvaje del primer elfo que se aventó al cuello de Axel, como si fuera una fiera. La cadena y la fuerza del rey elfo le impidieron llegar al príncipe, que estaba paralizado. Y Axel, aún más asustado, percibió que si la cadena no asfixiaba ese cuello, al menos tampoco continuaba floja.
Los otros cinco también comenzaron a gruñir como vampiros.
Y los elfos de Nunca Jamás comenzaron a crecer.