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–«¿Sabes?, existe un pirata recién llegado que quiere el Jolly Rogers».
El cuerpo de Snail Galford estaba conmocionado, con una intensidad mucho mayor que la del choque psicológico provocado por la muerte de un pariente cercano. Porque al menos la muerte de un pariente, por más terrible que sea, forma parte de las reglas de la vida. Aquello no.
—¿Sabes? No sé si te odio o te admiro —dijo el pirata tuerto a Snail Galford, que ni siquiera lograba fingir la actitud fría y desdeñosa que solía tener ante la vida, incluso en los peores momentos.
—Vengo cazando al Jolly Rogers desde hace cierto tiempo y en verdad me sorprendí cuando tuve la confirmación sobre el nuevo capitán de este barco. Alguien lo bastante astuto para engañar a la mitad de Arzallum y tal vez a la otra mitad.
Liriel Gabbiani fue traída entre gritos y refunfuños por piratas que dejaban marcas amoratadas en la piel blanca. Al ver al grotesco pirata, se puso más pálida de lo que ya era.
—Ah, claro. Y por supuesto que no vendría solo.
Snail tragó en seco, a sabiendas de que el mundo, que nunca había sido bueno, empeoraría. Suspiró, y sería difícil definir los sentimientos contenidos en ese suspiro.
«No sabía que los capitanes de barcos comerciales ostentaran tatuajes».
Había caído en una maldita trampa que podría haber evitado de haber puesto más atención.
«Todo capitán fue alguna vez un marinero despreocupado y arrogante».
Por más simbólicas que fueran, había recibido señales anteriores de la posible traición. Había visto la bandera comercial de Stallia en el mástil de aquel barco celada y eso debería haberlo alertado, pues él ya conocía esa maniobra. También había fragmentos de las frases del viejo Hawkins a las que debería haber prestado más atención.
«En realidad, se dice que no es exactamente un recién llegado. Más bien un veterano que decidió regresar».
Había presentido que un barco con armas no navegaría sin escolta, aun más con la sospecha de llevar pólvora negra.
Y había notado el maldito dibujo en el falso capitán.
«No sabía que los capitanes de barcos comerciales ostentaran tatuajes».
—¿Quién era el hombre que se hizo pasar por capitán? —preguntó Snail al fin, en una voz baja y sumisa.
—Los hombres de mar suelen llamarlo Smee.
Snail apretó los dientes. Quería aislarse de aquel grupo sólo para abofetearse a sí mismo por tamaña estupidez. Smee: el gran compinche. El brazo derecho. El hombre que aterrorizó al mundo al lado de James Garfio y que sobrevivió para contar historias demasiado sombrías para que un hombre las creyera sin un testigo vivo que relatara los detalles.
—¿Qué pretendes?
El pirata lisiado sonrió.
—¿Además del gran tesoro de Flint?
Snail apretó los dientes con rabia. En definitiva, a él le habría gustado creer que Jim Hawkins lograría llevarlo hasta el maldito tesoro y que ambos lo encontrarían juntos. No porque no pensara en traicionar al viejo Hawkins después del hecho, pues al menos hasta ahí había decidido creer en el pacto. La rabia que brotaba no estaba, en realidad, en la esperada traición, sino en haber sido engañado primero.
—Vine a buscar al Jolly Rogers, negro. —Snail detestó aquel apodo reconocible.
No, aquello no era posible.
«Un marinero stalliano no se tatuaría un diente de tiburón en el antebrazo».
—Finalmente, puedo no ser el pirata más sanguinario que haya navegado por esos mares.
Aquello no debería ser posible.
«Ese dibujo no es un diente de tiburón».
«Pero soy su hijo».
Era un diente de cocodrilo.