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Había decenas de sanguinarios. Decenas. Una tropa entera de hombres de mar y ninguno del mejor tipo. Snail Galford observaba boquiabierto a aquellas decenas de hombres sombríos y enloquecidos saltar como zombis de los barriles donde debería haber pólvora negra, pero que terminaron por esconder otro tipo de muerte. Algunos de los tipos pavorosos apuntaban ballestas. Otros blandían cuchillos. Todos tenían algún tipo de lámina. Nadie se puso al frente como líder. Snail Galford se volvió abruptamente para salir de aquel compartimento con la intención instintiva de ordenar que atrancaran la bodega usada como cebo. Sin embargo, la orden no llegó a ser cumplida. Porque un cuchillo le presionó la garganta. Y él escuchó el grito de Liriel al fondo, igualmente dominada.
El cuchillo en su cuello era de uno de los antiguos secuaces de Will Scarlet.
—Sin movimientos bruscos —dijo el sujeto, y parecía haber un cierto placer en aquel nada simpático tono de voz.
Uno de los hombres de mar recién salidos de los barriles se aproximó y comenzó a sacar los cuchillos de los bolsillos de Snail. De cerca, el negro sintió el fuerte olor a ron y sudor e imaginó cuánto tiempo habrían permanecido aquellos malditos en un artificio tan claustrofóbico como un barril cerrado en un ambiente oscuro, sofocante y de intenso calor.
Al mismo tiempo, el otro secuaz cerró la puerta y aisló el compartimento para dominar a los capitanes de Galford.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Snail al hombre que lo apuntaba con el cuchillo, a sabiendas de que, por las reglas del submundo en que vivían, fueran quienes fueran aquellos hombres, habían previsto aquel encuentro hacía tiempo y, más que eso, habían puesto en la mesa alguna oferta mejor.
«¿Sabes?, existe un pirata recién llegado que quiere el Jolly Rogers».
El secuaz casi respondió a la pregunta. Pero…
«Parece que es un hueso duro de roer».
Una voz grave y rasposa, del tipo de quien ha visto muchas cosas y tendría más historias para contar que los bardos más letrados, tomó el control:
—Lo deducirás por ti mismo.
«Todos siempre lo son».
Surgió caminando al fondo. Cojeando. Arrastrando una de las piernas en un bamboleo cansado.
«No, no este».
Y mientras el tullido caminaba, Snail Galford recordaba las palabras de Jim Hawkins esparcidas por un pedazo de mar ya navegado.
«Este parece que realmente es un hueso duro de roer».
A pesar de la postura que recordaba a un anciano y de la voz que recordaba a un señor, al acercarse el recién llegado se mostraba más joven de lo que parecía, hecho evidente no sólo por la larga y gruesa barba que le cubría toda la parte inferior del rostro.
«Un tipo realmente malo».
Snail pronto percibió que uno de los ojos no era humano. Y el pie que cojeaba no estaba deformado, sino que era mucho más bizarro que eso.
«Para que te des una idea, parece que él se puso un ojo de vidrio en lugar de un ojo arrancado, y un pedazo de palo en lugar de la mitad cortada de una pierna».
Entonces, al quedar lo bastante próximos, el capitán dominado reconoció el rostro del recién llegado.
Y Snail Galford deseó estar muerto.