3

Snail Galford estaba en la proa del barco, observando el horizonte sombrío. Quien lo mirara de lejos juraría que se trataba de una sombra humana en un precioso hábitat.

—No sé qué es más sombrío —dijo Liriel, al fondo.

Snail volteó el rostro en dirección a la voz y ella asomó a su lado. Él no respondió. Ella concluyó:

—Ese horizonte incierto… o tú.

Snail miró hacia abajo, otra vez en silencio. Ambos se quedaron escuchando un poco el sonido de las olas agitándose entre choques, con el casco y el movimiento del viento sobre el agua.

Al fin la voz de él cortó:

—Espero que un día lo descubras.

—Si sobrevivo.

Esta vez Snail la miró.

—Sobrevivirás. O al menos tendrás tiempo para formarte una opinión.

—¿Por qué dices eso?

Snail volvió a quedar en silencio y Liriel sintió un golpe en el pecho. Un golpe como si no creyera que el motivo fuera aquel. O el que ella imaginaba. O, lo más aterrador, el que ella deseara que fuera.

—¿Quieres decir que no me dejarías morir primero? —su voz era cautelosa, del tipo de cautela en alguien cuando pisa en terreno extremadamente peligroso.

Snail continuó en silencio. Liriel mantuvo la opinión acerca de la relación entre él y la oscuridad. Y fue Snail Galford quien sintió una punzada cuando ella se acercó a él, más de lo que él esperaba. La mano izquierda de Liriel tocó el brazo derecho de él, y, a pesar de que las sombras lo ocultaron, su piel se erizó.

—Aquello que hiciste con Scarlet… Sé que no tuviste elección cuando fui involucrada. Y sé qué difícil debe haber sido para ti decidir elegirlo a él como enemigo a la hora de la decisión final.

Snail no quería mirarla.

Ella tenía razón: había ido demasiado lejos por ella. El Snail Galford que había crecido en las calles sin confiar en nadie, y que había sobrevivido debido a esa desconfianza, nunca habría cambiado la confianza de Will Scarlet, brazo derecho del primer ministro de Stallia, por una compañera pirata que acaso lo traicionara en el futuro. Y era eso lo que temía.

Aquel mercenario silencioso temía al Snail Galford que no conocía.

—Lo decidí sólo porque te necesitaré —dijo él, a su manera taciturna.

Liriel suspiró. Una expresión decepcionada, no porque creyera en lo que él decía, sino porque comprendía la elección de Snail y el motivo por el cual los dos no avanzarían hacia una vida diferente de la que siempre habían tenido.

No en ese mundo.

No en esa vida.

No en esa era.

—¿Tú crees…? —ella se acercó aún más, al grado de quedar a dos palmos de él. Snail Galford deseó estar enfrentando a piratas en combates mortales de cuchillos en lugar de encarar a aquella chica que le tenía horror a la violencia—. ¿Tú crees que si nuestras vidas hubieran sido distintas, nuestros caminos se habrían cruzado?

Ella era bonita, él lo sabía. Aunque las sombras de la oscuridad le maquillaran la piel blanca, aquella joven pelirroja tenía rasgos finos que la harían la más bella en un baile de nobles, si ella así lo deseara y se arreglara para eso.

Una parte de él quería decírselo. Una parte a la que Snail Galford le gustaría estrangular.

—Probablemente jamás nos habríamos conocido —dijo él, mirándola con oculto temor.

—¿Y te arrepientes? —preguntó Liriel, con ese aire ácido y desafiante que sólo ella tenía o que en realidad toda mujer posee, aunque no lo demuestre. Al menos la pregunta era sincera. Pero el tono, aun así, sonaba ácido—. ¿Te arrepientes de que nuestros caminos se hayan cruzado?

Si el corazón de Snail hubiera sido un cuchillo, él estaría sangrando por un agujero en el pecho del tamaño de un puño, sólo con la posibilidad de admitir lo que pensaba reconocer.

Él abrió la boca para responder. Pero no dijo nada.

—¿No puedes, verdad? —ella siguió con su típico modo directo—. Eres capaz de engañar a Jamil Corazón de Cocodrilo en un enfrentamiento legendario, pero no de admitir sentimientos reales, en vez de alardeos.

Snail sabía que debía decir algo. Pero ¡diablos!, no sabía qué. Ni si aquello era un camino sin regreso. No si él —ni ella— dejaran de convertirse en todo cuanto eran y, de esa forma, todo lo que necesitarían para alcanzar ese objetivo.

—Estamos cerca, Gabbiani —dijo, mirándola; tal vez, en ese momento, lo que dijera sería real—. Estamos cerca de todo lo que siempre soñamos en nuestro modo de vida.

—Creo que estamos mucho más cerca de lo que percibes.

Liriel Gabbiani estaba a un solo y maldito palmo de Snail Galford.