19
Axel Branford estaba una vez más ante al inmenso rey elfo, que seguía estirado en su trono real como si el mundo no tuviera importancia ni mereciera una segunda oportunidad.
—¿Ya te aburriste de la presencia de Lvth, príncipe?
—No lo suficiente para preferir verte, su majestad.
El rey Peter cambió de posición y alzó los ojos ante la atrevida respuesta. Hacía mucho, mucho tiempo, que nadie hablaba con tal audacia en su salón.
—Entonces debes tener un motivo particularmente importante para volver a mi presencia.
—Ciertamente. Vine aquí a ayudarte a convertirte en un rey de verdad.
El rey Peter Pendragon modificó otra vez su postura corporal. En definitiva, hacía mucho tiempo que nadie hablaba con el señor de los dragones de aquella forma en ese salón.
—¿El príncipe está en verdad consciente de los peligrosos terrenos que está pisando?
—¿El rey elfo lo está?
El rey de Nunca Jamás se levantó, cada vez más furioso, y una vez más Axel vio la magnitud de aquel ser fantástico, cuya presencia y porte físico serían capaces de aterrorizar hasta a las razas más grandes.
—¿Qué quieres realmente, además de irritarme, Axel Terra Branford?
—Quiero que su majestad luche como un hombre, en vez de perderse en lamentos en esta torre como si fuera un niño.
El rey caminó con pesadez, fijando los ojos de distintas tonalidades de rojo en los ojos claros del príncipe humano.
—¿Y debería comenzar contigo?
—Creo que deberías comenzar con alguien de tu tamaño. O más grande que su majestad.
El comentario era inteligente, aunque el terreno que Axel pisaba siguiera siendo peligroso.
—Dame un motivo para no arrancarte la cabeza, príncipe.
—Conocí a la familia Darling.
Por un momento, por un solo e impresionante momento, Axel Branford sintió temblar a Peter Pendragon. Y, ante el silencio del rey de Nunca Jamás, continuó:
—Cuando yo era más joven, Anisio y yo fuimos creados de maneras muy diferentes. Anisio sería el rey de Arzallum y vivía refundido en clases de todo lo que un monarca necesitaría saber, mientras que yo tenía una crianza más libre y cercana a lo que sería la educación de un joven normal —hubo una pausa; Axel percibió que los ojos rojos del rey elfo continuaban sobre él, como curiosos por entender a dónde llegaría aquella conversación—. Yo jugaba con los hijos de las familias nobles que tenían acceso al Gran Palacio, y el clan Darling era una de esas familias. Yo conocía tanto a los padres, George y Mary, como a los tres hermanos herederos del clan, incluso a la heredera mayor, Wendy Moira Angela Darling.
El nombre, sin sombra de dudas, hizo temblar a Peter Pendragon.
—Si todavía estuviera aquí, ella probablemente tendría mi edad. Michael y John eran más chicos y les gustaban las historias que contaba su hermana. Su majestad debe saber que Wendy era una gran narradora.
—Sí, lo sé.
—Wendy tenía sueños extraños. Decía que podía viajar a otros mundos y conocer otros pueblos. Describía mundos de éter y hablaba sobre las formas de llegar a ellos.
El rey elfo permaneció en silencio.
—Pero su majestad ya sabía eso, ¿no?
—¿A dónde quieres llegar, Axel Terra?
—Su majestad se encontraba con Wendy Darling a través de los sueños, ¿no?
El rey Peter Pendragon todavía era silencio.
—¿Y sabes qué creo? Que su majestad sabía muy bien lo que hacía. Creo que a su majestad no sólo comenzaron a gustarle los encuentros oníricos con la joven Wendy, sino que comenzó a enviciarse con eso.
El rey elfo enseñó los colmillos.
—Y si Wendy ya comentaba esos encuentros cuando éramos niños, imagino que el tiempo transcurrido debe haberte enloquecido. Enloquecido al darte cuenta de que el tiempo pasa para la raza humana mucho más rápido que para la élfica. ¡Y de que Wendy Darling crecería! Y maduraría. Entonces dejaría de querer soñar con un niño, aunque tuviera las orejas diferentes.
Los ojos rojos continuaban fijos en los ojos claros. Sin embargo, a partir de ese momento eran los ojos humanos los que intimidaban a los élficos.
—Fue entonces cuando su majestad tuvo la idea, ¿no? Sé lo que es perder un gran amor, y sé lo que es tener que dejar atrás a ese gran amor. Así que puedo imaginar lo que debe implicar para un ser que nunca muere ver a un gran amor padecer por la distancia que domina el tiempo.
Axel se estremeció cuando el rey elfo se volvió de espaldas, por el simple hecho de ya no soportar seguir mirándolo a los ojos. Y Axel vio disiparse la arrogancia de Pendragon, y aflorar los sentimientos como un cáncer.
Y comprendió que su razonamiento —hasta entonces descrito con la importancia de un alarde— estaba en el camino correcto.
—¡Fue cuando su majestad la convenció de venir aquí! ¡Y le enseñó el mecanismo necesario, y le mostró dónde quedaba uno de los nodos! Entonces convenció a la familia de realizar ese bendito o maldito viaje que la trajo con sus hermanos a Nunca Jamás. El viaje que condenó la vida de ella… y la tuya.
—¿Qué diablos quieres, Axel Branford?
—¡Quiero saber cómo funciona tu maldita mente, rey elfo!
Peter Pendragon miró furioso a Axel Branford. Había ira en aquellos ojos rojos. Pero también la había en aquellos ojos claros.
—¡Yo amé a esa mujer! Yo…
—¡Amaste a una niña! —vociferó Axel—. ¡Casi no llegaste a conocer a la mujer!
—¡No! —se escuchó con el mismo vigor—. ¡Ella llegó aquí como una adolescente! ¡Y mucho más madura que cualquier humana que utilices como ejemplo!
—Y ve a dónde la llevó eso.
—¿Quién eres tú para juzgarme, príncipe?
—¡Soy el príncipe del mismo reino que en este momento lucha contra la misma raza que mantiene como trofeo el cuerpo de la mujer que dices amar!
El rey elfo gritó furioso:
—¿Y crees que eso no me atormenta todos los días, so maldito atrevido desgraciado?
—¡Claro que te atormenta! ¡Lo que convierte en inexplicable tu actitud de autoflagelarte!
—¡Ustedes establecieron el pacto de armisticio con los gigantes!
—¡Un evento que no controlamos y que tú utilizas para esconder tu execrable cobardía!
El rey elfo sujetó el cráneo de Axel con las dos manos y comenzó a presionar las sienes. Los dedos se contorsionaron. Parecía que la parte lateral de la cara del príncipe estallaría y se rompería hacia dentro. Axel sintió que su cabeza explotaría.
—¿Sabes qué significa ver a la persona más importante de tu vida tomada sin que puedas hacer nada?
—¡Sí, lo sé! —dijo el príncipe, antes de casi desmayarse.
El rey elfo lo soltó y Axel vio el mundo girar, cayendo de rodillas. La confusión fue pasando poco a poco, mas no el dolor agudo, mientras decía:
—¡Perdí a mi padre en el ritual de magia negra de una bruja caníbal, y aventé desde lo alto de una catedral al maldito responsable, hijo del mismo pirata que aterrorizó este lugar!
El rey Peter seguía respirando con pesadez, pero parecía demostrar algún respeto por esa información.
—¡Fui tras ella! —dijo el rey elfo con la voz trémula, entre los dientes apretados—. Llevé a sus hermanos de regreso y fui tras ella.
—Lo sé. Por eso creciste.
—Maté gigantes y me gustó. Pero no era lo bastante fuerte. Aún no.
Axel asintió.
—También sé qué es ganar la amistad incondicional de una raza y ver su vida tomada por un enemigo más fuerte que tú, que aún eres incapaz de combatir.
—¿Con qué otra raza hiciste amistad?
—Un trol. Ceniciento.
—¿Y quién es el enemigo que lo mató y que no eres capaz de enfrentar?
Axel calló y bajó la cabeza. Hubo un silencio incómodo que hizo que la energía corrosiva que emanaba de los dos dejara el ambiente ácido.
—¿Cómo lidias con la rabia por tanto tiempo?
—No lo logro.
—¡Te convertiste en el Pendragon! Eres mucho más fuerte de lo que eras en esa época.
—Yo no soy el verdadero Pendragon.
—¿Cómo es eso?
—Fui elegido para mantener el título hasta que el verdadero despierte.
Axel se sorprendió con aquella revelación. Le hubiera gustado saber más detalles, pero ya había ido demasiado lejos para desviar el foco de atención en ese instante.
—¿Qué te provoca temor, Peter Pendragon?
El rey elfo permaneció en silencio.
—¡Livith me explicó sobre el lago de la Nostalgia! Y, ¿sabes?, yo haría todo y movería mundos fantásticos e incluso moriría dos veces sólo para esparcir allí las cenizas de mi amigo trol y descubrir su último recuerdo.
Silencio.
—Sé que sientes la misma rabia quemándote y corroyéndote a diario y sé que sientes el mismo deseo de conocer los últimos pensamientos de ella.
Silencio.
—Lo que no entiendo es de dónde viene ese temor más fuerte que el deseo de ir a buscar a un rey que te debe la vida de lo que es tuyo por derecho.
El rey elfo se arrodilló y Axel se asustó con ese acto. Si aquel fuera un ser humano, habría llorado en ese momento. Sin embargo, el elfo sólo apretó un puño cerrado sobre su boca y permaneció con la mirada desenfocada.
—Ella estaba embarazada —los ojos se abrieron y el corazón de Axel se sacudió cuando entendió—. Ella estaba embarazada y soñaba que tendríamos una hembra con sangre élfica y sangre humana. Incluso ella ya tenía los nombres. Si era un macho lo llamaría Danny. Si era una hembra la llamaría Jane.
Axel vislumbró en los sentimientos de aquel elfo los mismos que embargarían a un ser humano.
—Tienes miedo, ¿no? Miedo de saber la respuesta. Miedo de conocer el último pensamiento.
El rey elfo se levantó y no miró a los ojos del príncipe. Parecía que permanecería en silencio otra vez cuando…
—Sí, lo tengo.
Y de nuevo Axel sintió que los cabellos se le erizaban con la revelación. La revelación de un espíritu que en verdad había madurado.
—¡Vamos a buscarla! —gritó Axel Branford, con la firmeza con que hablan los hombres demasiado temerarios para tener noción de sus decisiones.
El rey elfo lo miró, curioso.
—¿Quieres manipularme para que invadamos el Palacio Ímpico de Brobdingnag y ayudemos en la batalla de Arzallum?
—¡Al diablo la política! —dijo Axel, con una firmeza que asustaba—. ¡El hecho es que habrá guerra en la tierra con o sin tu presencia! Y eso significa que soldados gigantes descenderán de los reinos superiores para el combate y debilitarán las defensas del Palacio Real. ¡Una oportunidad que sólo tendrás una vez!
—Aún así no sé si seríamos lo bastante fuertes.
—Lo seremos si llevas a las elfas amazonas de guerra y haces que otros como tú crezcan.
El rey Peter sonrió ante tal osadía.
—Nunca podría obligarlos a eso.
—No, no podrías, pero como rey nunca deberías dejar de preguntarles y permitirles ejercer su libre albedrío.
El rey Peter Pendragon volvió a enseñar los colmillos.
Si el mundo estaba en guerra, ni sus propios combatientes imaginaban los poderes destructivos que estaban siendo despertados.