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–Entonces allí reside también la responsabilidad que mencionaste de la madre sobre la hija en tu raza —concluyó el príncipe.
—Sí. Toca a la madre sumergirse en las aguas de Nunca Jamás en busca de uno de los miles de huevos de Tiamat.
—¿Ellos no nacen bajo el agua?
—No, se adormecen después del nacimiento. Pero maduran después de que son traídos a la superficie.
—¿Y cuando la madre no lo consigue?
—Muere en el intento.
Axel tragó en seco, frunció la frente y sus cejas se unieron. Livith continuaba observándolas como si fueran un juguete.
—Y sus hijas…
—Las hijas de las madres que fallan y padecen en el intento se convierten en elfas que no dejan Nunca Jamás.
—Porque no vuelan.
—Porque ese es su destino. En el futuro ellas intentarán lo mismo para que su descendencia tenga otro destino.
—Aquí todo está ligado para que sea capaz de volar o no, ¿cierto?
—Aquí todo se liga con el destino y con cuán pura se mantenga la vibración.
Se miraron tan serios como los rumbos que aquella conversación tomaba.
—¿Y cuando la madre sobrevive y trae el huevo?
—Se espera tres días, que es el tiempo máximo que le toma nacer a la dragonesa. Entonces se hace un corte en la cría del dragón y se vierten algunas gotas de sangre en la boca de la niña elfa.
Axel era pura seriedad.
—¿Y la niña?
—Llora como si fuera envenenada.
—¿Y no lo está?
—No, se encuentra aumentando su vibración energética, sólo que lo ignora.
—¿Y después?
—Se corta a la niña y llega el turno de la cría del dragón de probar la sangre de ella.
Axel exhaló con fuerza. Cada día en aquel lugar era, en definitiva, una rueda de emociones.
—¿Ustedes «cortan» a los recién nacidos?
—Sólo lo suficiente.
—Es una práctica fuerte.
—Supe que tus hembras, cuando no se sienten preparadas para ser madres, son capaces de matar a los hijos aún dentro de ellas.
Axel no pudo pensar en un comentario.
—Para nosotros eso resulta chocante. No tenemos el apego que tu raza gusta de exhibir, pero una elfa jamás sería capaz de matar a su propio hijo. Y si lo fuera, ciertamente lo haría cuando ese hijo ya estuviera en condiciones de defenderse.
Jamás en la vida encontraría Axel una contrarrespuesta para aquello.
—Después de… —la voz de Axel era sombría—. Después de que ambas prueban la sangre de la otra, ¿están listas?
—Allí se graban los nombres de ambas, tanto en la elfa bebé como en la dragonesa. En las elfas se escribe en lengua élfica. En las dragonesas se pintan en el cuerpo, sobre todo alrededor de los ojos.
—¿Y se consuma la conexión?
—No, la conexión se hace cuando comparten el mismo pensamiento. Para eso ambas son sumergidas al mismo tiempo en el lago de la Nostalgia y ambas, mientras luchan para no morir en el agua caliente, piensan en sobrevivir. Ese es el pensamiento que genera la conexión.
—Porque ellas comparten la misma vibración.
A Livith le gustó esa conclusión.
—El pensamiento sigue a la acción. La acción sigue a la energía —concluyó ella también.
Axel señaló hacia un lago en medio de un claro, fácilmente visible desde la altura en que se encontraban.
—¿Aquel es el lago de la Nostalgia?
—Sí, el lago de las ninfas.
—¿Y por qué ese nombre?
—Cuando una persona muere, deja grabada en su propia energía su último pensamiento. El agua caliente del lago es capaz de revelarnos esa marca.
Axel llegó a sonreír ante la fúnebre poesía.
—¿Cómo es el proceso?
—Los cuerpos se hunden en el agua para la purificación. Entonces se queman en una ceremonia élfica y se convierten en polvo. Ese polvo se esparce de nuevo por el viento en las aguas del lago y las cenizas dibujan el último pensamiento.
—La mayoría de las veces esos pensamientos no deben decir mucho, ¿no?
—Siempre dicen algo.
—¿No son pensamientos de dolor o de miedo?
—Cuando una elfa presiente el segundo anterior a la muerte, por instinto piensa en el mensaje que desea dejar para su ceremonia.
—¿Es como un instinto?
—Es exactamente eso.
Axel reflexionó. Y todavía, en medio de pensamientos reflexivos, preguntó:
—¿Y qué representa para un elfo o una elfa no hacer su pasaje al otro mundo a través de ese ritual?
—Significa una muerte incompleta. Y un pasaje intranquilo.
Axel pareció más concentrado que de costumbre con la conclusión de ella.
—Tienes razón —dijo, como si el mundo fuera justo—. Tienes razón en todo lo que dices. Ahora ya sé cómo convencer a Peter Pendragon de que debe ir a la guerra.
Livith no sabía si existía algo de sombrío o luminoso en la expresión de aquel príncipe, y en verdad eso sería algo muy difícil de averiguar allí. El hecho era que los tiempos difíciles seguirían llegando. Al menos, aunque de manera incomprensible, alguna luz parecía ya comenzar a brillar sobre ellos.