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–¡Cómo…! ¿Cómo se atreve? —intentó decir, entre jadeos neuróticos, un coronel Baxter carmesí, al observar la bandera del mismo color que ondeaba en lo alto.

—Con todo respeto, señor, los hombres me siguen porque los lidero en la práctica. Y porque soy yo quien estará al frente de ellos con una espada vengadora en las manos. Ante eso, sé que si algo no fuera hecho en este momento, su coraje se evaporaría, y yo caminaría sola por aquel campo de batalla, independientemente de que el rey Branford llegue o no.

La capitana Bradamante se apartó y caminó en dirección a los hombres a la espera de la confianza que el valiente desborda, pero que la gente común sólo anhela.

Al fondo, el coronel Baxter siguió echando espuma y rechinando los dientes, observando a aquella capitana que desafiaba su autoridad y comandaba hombres que la obedecían, adoraban y respetaban mucho más de lo que él jamás conseguiría, al menos en aquellas tierras en que sus cantos como héroe mosquetero no significaban lo mismo que en su tierra natal. En realidad, en las que no significaban nada.

Lo cierto era que la bandera roja había sido izada y Arzallum necesitaba armar su hilera de escudos en aquel campo de batalla. Sin embargo, el coronel Baxter sabía que la capitana Bradamante pagaría por aquella afrenta. Y él ya tenía la perfecta idea de cómo lo haría.