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En el campamento de Brobdingnag los gigantes reían y se divertían en rituales propios de su raza. En su psicología la guerra tenía las mismas características que una partida deportiva importante adquiriría en la psique humana. En otras palabras, era algo donde ellos se preparaban para vencer, y se concentraban en vencer, mas no una situación que los pusiera en conflicto o en los bordes de la locura al imaginar la proximidad de la muerte, la interrupción de sueños y la separación de amigos y familiares, la mayoría de las veces por motivos que nunca parecían lo bastante justos.

Brobdingnag no estaba acostumbrada a perder guerras. Sus tropas entraban poco en las batallas, y cuando lo hacían causaban un auténtico genocidio. Era un ejercicio altamente destructivo, sin necesidad de esforzarse. Causar estragos estaba en la naturaleza de una armada tan ruda. Además, los gigantes no poseían lazos de familia e incluso sus hijos eran entrenados por los padres mucho más por una cuestión de entretenimiento personal que por afecto. Los gigantes carecían de grandes sueños o aspiraciones. No desarrollaban ningún tipo de arte y, cuando evolucionaban, lo hacían por instinto, nunca por el descubrimiento por medio de sus propios intelectos. Así, para un brobdingnaguiano, vivir y morir era más una cuestión de instinto que un conflicto filosófico real.

Para las otras razas ese estilo de vida tenía un punto negativo y otro positivo. El negativo consistía en que, como si estar ante un ejército dos a tres veces mayor no resultara ya en extremo terrorífico, enfrentar a un enemigo sin conflictos morales en relación con la guerra equivalía a algo próximo al pánico. Eran comunes los relatos de seres de diferentes razas corriendo lejos y gritando como niños en medio de berrinches y ataques de nervios ante gigantes que abrían y aplastaban los cráneos de sus aliados. De hecho, hasta hoy, Brobdingnag, con su estilo de vida y de combate, nunca había perdido una guerra a la que hubiera ingresado.

Y para las otras razas tal era el punto negativo.

El punto positivo de pensar así era que, si Brobdingnag estuviera más intelectualizada, sería el reino de los reinos, en vez de Arzallum.

En realidad hubo sólo una raza que casi derrotó a la gigante y que probablemente —aquí sólo hablamos de una opinión personal que no es posible comprobar— la habría derrotado. La raza élfica peleó como semidioses, y aun como los dioses por encima de ellos, y resultó bonito de ver, para quienes encuentran alguna belleza en la guerra. Batallas en las que las elfas amazonas hirieron los cielos y cortaron gigantes e hicieron llover sangre en las tierras por debajo de las nubes. Batallas en las que un rey elfo creció.

Batallas en las que fueron abandonadas a su propia suerte por la raza humana.

De cualquier forma, lo que interesaba en ese momento era que los soldados de Brobdingnag estaban en círculo, carcajeándose como adolescentes embriagados, en un intento de agarrar una espafia, un animal equivalente a una gallina común para la raza humana, pero en la proporción de un gigante y mucho más espigado. Era una criatura dotada de mucha flexibilidad, cuya carne agradaba al paladar de aquella raza. Cuando uno de ellos lograba por fin agarrarla con las manos, la doblaba por la mitad y le partía, en un solo movimiento, la columna vertebral. En realidad los hombres de aquella raza adoraban el estallido que se producía con la ruptura del hueso. Los humanos torcían el cuello de las gallinas, lo quebraban de un sólo jalón y después se comían los corazones. Los gigantes partían las columnas vertebrales y se comían los cráneos aún con ojos y picos.

Tal era el ambiente de una empalizada de Brobdingnag, en un tono casi relajado, como el de un equipo deportivo a la espera de un partido oficial en el cual entra invicto. Y eso tal vez explique por qué los gigantes se miraron incrédulos y boquiabiertos cuando, por primera vez en su historia de guerra, fue la parte enemiga la que dio la llamada inicial para el combate.

En lo alto, entre sonidos de trompetas de guerra, ondeaba la bandera roja de Arzallum.