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João estaba acostado, aún en recuperación, y Ariane cuidaba de él en su propia casa, acompañada de silencio y pensamientos inquietos. Había sido rescatado por los Caballeros de Helsing del antro macabro donde se metió para rescatar a lady Almirena, y desde entonces aún no había despertado, si bien ya había sido atendido, medicado y puesto fuera de peligro. Ariane permanecía a su lado, lo bastante temblorosa y tensa para contaminar un ambiente y hacer que el mundo pareciera más turbulento de lo que ya estaba. Pero João estaba tan cansado que dormía como piedra, aunque sus sueños no fueran los mejores, ya fuera por influencia del ambiente o por todo lo que había pasado.

Con todo, la joven mantenía la cabeza de él en su regazo, con una postura corporal de protección en relación con el derredor, cual una hembra que protege a su cría de los intrusos. Sin embargo, era una postura incoherente desde el momento en que sólo ella y su novio prometido estaban en ese ambiente. Al menos en el mundo físico. Y eso nada más tenía sentido cuando la concentración se limitaba al mundo físico. Sin embargo, Ariane era capaz de ver más allá de lo que permitían los sentidos tradicionales.

Y cada día veía más.

Ese día veía otra vez a la Banshee, recogida en su lugar como una perrita que sabe que será regañada si intenta aproximarse a su dueño en un día triste y aprehensivo. La cuestión a ser observada era que la Banshee no tenía dueños. Y por más que le gustara rondar a esa pareja, en ese momento tenía un objetivo claro.

Necesitaba a Ariane. Otra vez.

Cuando la mujer de rojo intentó aproximarse a la pareja, Ariane cerró la expresión y negó lentamente con la cabeza. La joven acomodó con cariño la cabeza de João Hanson en un apoyo que sustituyera su regazo y se irguió en posición de desafío, en un sublime e interesante cambio de la función de protectora y protegido.

La Banshee la respetó, dio un paso atrás y se paró al lado de un espejo que utilizaba la madre de Ariane. La pelirroja, con su eterna expresión de llanto y sus cabellos desgreñados, señaló hacia el objeto.

Ariane tembló.

Aun así la chica caminó hasta él, aceptando e intentando comprender mejor la figura de la muerte, cada día más. Y todavía con el cabello erizado, y con el corazón martillándole en el pecho, tomó el espejo entre las manos y miró su propio reflejo. La Banshee se puso detrás de ella y Ariane sintió una vez más el frío toque de la muerte, en esta ocasión en el centro de la frente. La otra mano de la gélida pelirroja tocó la parte vítrea del espejo.

Y de nuevo Ariane vio.

Al regresar a la conciencia las lágrimas descendían copiosamente y de manera inevitable por ambos lados de su cara.