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El rey Blunderbore recibió a uno de sus mensajeros. El monarca se puso de pie y el mensajero de tres metros y medio se sintió pequeño ante tamaña figura, que medía seis. Estaban en el Palacio Ímpico, una de las mayores construcciones del mundo, localizado en la capital Lorbrulgrud, y también en presencia de la reina, la hechicera y la consejera.
El mensaje fue leído en lengua altiva. Como el rey Blunderbore conocía sólo algunas expresiones de ese lenguaje, al final quiso saber:
—¿Qué dice exactamente? —preguntó en la lengua alta, hablada por los hombres grandes.
Era una lengua pesada, cargada de sonidos provenientes del encuentro de muchas consonantes y pocas vocales y que, a los oídos humanos, más parecían gruñidos.
—Mi rey —dijo el mensajero—. El mensaje dice que Arzallum declara la guerra al reino de Brobdingnag en virtud del motivo de «ofensa nacional y afrenta» contra las normas establecidas entre naciones por el Pacto de Swift, que la primera ofensiva puede darse en cualquier momento a partir del envío de este mensaje, y que elige como primer método de embate una guerra de empalizadas. En cumplimiento de tal exigencia, y por ser la parte ofendida, Arzallum tiene derecho a escoger el primer campo de batalla. Y escoge las Tierras Muertas.
El rey Blunderbore se sorprendió y miró a Iddian-Si, la inmensa Madre Gorda.
—Iniciamos el proceso. De aquí podremos terminar en un apogeo o en una sumisión de la raza gigante. Y será así que mi era como rey será recordada.
—Será una era victoriosa, mi rey, y será así y para siempre como te recordarán —dijo la Madre Gorda.
—Así lo espero, hechicera, porque estoy arriesgando el futuro de esta nación en función de creencias y ambiciones de las cuales no tengo la seguridad.
—Madre Gorda sabe lo que hace, marido —dijo la reina gigante—. Si este niño fuera quien pensamos que es, entonces tu gobierno será recordado como el más grande del mundo.
—Y si no lo fuera, ni siquiera seremos recordados —respondió el rey—. Sin embargo, asumo tamaño riesgo en la conciencia de que, cuanto mayor es el peligro asumido por un rey, mayor será su caída, pero también su ascenso.
Los demás se mostraron de acuerdo. Y la reina gigante preguntó:
—¿Cómo está el niño?
Mary Burton dio un paso al frente:
—Está durmiendo por el momento. La noche pasada lo escuché susurrar en sueños algunos nombres de santos.
—Un buen presagio —dijo la Madre Gorda—. Los niños que susurran nombres santos en sueños son señales de tiempos de cambio —las otras personas siguieron mirándola, sin entender aún si se trataba de un presagio interesante o despreciable—; en este caso son buenas señales.
Los otros parecieron sentirse más cómodos.
—¿Y cuándo es que los susurros de los niños son señales de mal augurio? —preguntó la reina, curiosa.
—Cuando susurran nombres de demonios —dijo la hechicera—. O cuando susurran nombres de santos al ser usados en rituales oscuros.
El rey caminó lejos de su trono de madera pulida incrustada de cristales, ignorando los comentarios femeninos, mientras decía:
—¡Las dejaré ahora! Necesito reunirme con mis líderes militares, definir estrategias de batalla y prepararnos para el momento en que llegue Arzallum.
Casi había dejado la sala cuando se detuvo al escuchar la pregunta:
—Brobdingnag es en verdad un oponente para Arzallum, ¿no es así, mi rey? —preguntó Mary Burton.
—Brobdingnag es un oponente para cualquier nación. Ningún ejército es capaz de subir a los cielos con facilidad, e hileras de soldados unidos no poseen la fuerza de un solo soldado de esta nación.
—Pero otras naciones se unieron a ellos —insistió Mary Burton.
—Sí —dijo el rey gigante—, pero otras naciones se unieron a nosotros.
El rey retomó su camino. Y dijo, sin mirar atrás:
—Y, al final de todo, en caso de que Madre Gorda esté equivocada, ella sabe que yo mismo le cortaré la cabeza.
El rey Blunderbore dejó el salón.
Al fondo, tres reacciones distintas. La reina gigante sonrió. Mary Burton se quedó seria y tragó en seco. La bruja Iddian-Si exhaló a fondo y comenzó a sudar.
«Los niños que susurran nombres santos en sueños son señales de tiempos de cambio».
Nadie, en ningún lugar del mundo, lo pondría en duda.