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Desde el primer día él fue encerrado en la celda claustrofóbica improvisada por debajo de la escalera. Estábamos lastimados por lo que comíamos.

—¿Cómo lastimados?

—Imagina qué implicaría para tu sistema digestivo deglutir pedazos de madera que engulliste como si fuera chocolate. Imagina cómo hierve tu estómago cuando ingieres cemento que tomaste por mermelada. O cuando llevas entre los dientes porque creías que era jugo. O cómo quedan tus cuerdas vocales porque tragaste fragmentos de vidrio como si fueran pasas.

Ariane sintió que la piel se le erizaba. Ella ya había oído esa historia, pero se estremecía cuantas veces le era contada.

—La boca sangraba, la lengua ardía, la garganta dolía tanto, pero tanto, que debíamos escupir la saliva ensangrentada en vez de tragarla.

Ariane apretó los labios para reflexionar si en verdad le gustaría conocer las peores partes. Pero aquel era un camino sin retorno.

—Ella encerró a João debajo de la escalera, en un lugar oscuro. De día entraba algo de luz por algunas grietas. De noche se quedaba en el negro total. Pero lo más difícil para él era percibir las ratas que corrían cerca y tropezaban con él. O se subían en él. Y también escuchar mis gritos.

—¿Por qué gritabas, María?

—Yo era una esclava en aquella casa. Limpiaba cráneos, vasijas, nidos de murciélago. Todo eso, encadenada por los pies. De vez en cuando pensaba en huir, aunque con dificultades, pues no podía dejar a mi hermano solo allí.

—¿Crees que no habrías conseguido ayuda a tiempo?

—No sin poder correr. Era más fácil que la vieja me atrapara. ¿Sabes?, qué bueno que en tu caso sucedió, Ariane, qué bueno, pero no en todas las historias aparece un cazador heroico.

Ariane era toda seriedad.

—Cada día la vieja venía con una larga aguja caliente. Una maldita aguja que ella clavaba en un lugar que elegía en mi piel, para después reír.

—¿Por qué lo hacía?

—Era una caníbal capaz de estar días enteros sin alimentarse. No necesitaba comer carne a diario. Le bastaba con sentir el sabor, ¿entiendes?

Ariane sintió enojo.

—¿Estás diciendo que después de clavarte esa aguja caliente…?

—Ella se iba a una mecedora y se quedaba allí, lamiendo la aguja como si fuera un dulce.

La metáfora resultó cruel.

—¿Era así todos los días, María? —Ariane casi derramaba lágrimas, sólo por proyección.

—¿Quieres ver?

Ariane asintió, más por tener conciencia del camino sin regreso en el que se había metido que por verdadera voluntad.

María soltó una parte del hombro del vestido que había usado para salir con Casanova. Era un atuendo que cortaba en diagonal por arriba de un top y que dejaba uno de los hombros al descubierto. En este caso, al soltar el tirante, toda la parte del tronco cayó en su regazo y quedó sólo con el top que le cubría el busto. Entonces se volvió de espaldas a Ariane y apartó el hermoso cabello lacio.

Ariane vio las decenas de pequeñas cicatrices en su espalda.

—María.

—Si no trabajaba, me golpeaba con una olla, siempre llamándome con ese nombre, que en la boca de ella sonaba siniestro: «Anda, cabello de oveja… trabaja, cabello de oveja…».

—¡Pero tu cabello es lindo! No entiendo por qué insistía en que tu cabello parecía…

—No el de una oveja viva, Ariane, sino el de una muerta, después de que su piel ha sido separada en un caldero de agua caliente.

Ariane inspiró hondo y, una vez más, creyó que vomitaría.

—João debía comer en exceso para ser sacrificado en el futuro. Sólo que la mujer tenía «animales» que darle. Para que él comiera, ella debía hacer «eso» con él, ¿sabes? Lo que ella hizo para que comiéramos las cosas creyendo que eran dulces.

—Magia negra.

—El hecho era que todo lo que comía a la fuerza, luego lo vomitaba. Así que en vez de engordar, comenzó a ponerse cada día más delgado, flaco y esquelético. Un día la vieja decidió que estaba hasta la coronilla y que lo mataría así como estaba —las manos de Ariane estaban húmedas; la boca, seca—. Ella lo sacó de adentro y, pobrecito, él estaba muy flaco y lastimado, y casi no podía hablar. ¡En realidad él no podía hablar! Su cabello estaba tan crecido y espeso, las uñas inmensas, y había patas de cucarachas presas entre los cabellos.

—¿Ella había preparado el salón antes?

—Sí, había esparcido humo con un… Espérame… ¿cómo sabes de estas cosas?

—Eh —dijo Ariane, antes de que comenzara a tartamudear—: João me contó una vez algunas cosas que hacen las brujas.

—¿En verdad? —María parecía sorprendida de imaginar a su hermano hablando de semejante asunto.

—Pero ¿después de que ella lo trajo?

—Lo amarró a una silla y encadenó mis muñecas para que yo solo mirara. ¡Y de ahí comencé a gritar y a pedirle que parara y nos soltara! ¡Pero ella sólo reía! ¡Entonces le quitó la ropa a João y comenzó a pasar el humo de un sahumerio alrededor de él! Comenzó a murmurar palabras en un idioma sombrío y a girar aquella cosa alrededor de determinados puntos del cuerpo de João, ¿sabes?

«Círculos». Ariane sabía de qué hablaba María: madame Viotti le había contado sobre los «círculos energéticos» alrededor del cuerpo humano.

Lugares donde el cuerpo absorbe e intercambia energía entre el mundo material y el espiritual.

—¿Cuántos años tenía él, María?

—Siete.

Siete. La edad en que los círculos de un niño se consolidan completamente.

—¿Pero no fue entonces ese día cuando…?

—No. ¿Sabes? Pensando más fríamente, ella quería hacerle mal a él hasta ese día. Pero no lo logró.

—¿Él reaccionó?

—No tenía fuerzas para eso. Pero, no sé, ella, cuando llegó al círculo encima de la cabeza de él, no sé si vio o sintió algo, pero fue algo diferente. ¿Sabes?, se puso nerviosa, con rabia, pero de pronto modificó su expresión.

Ariane quería sacudir a María para hacerla decirle todo de una vez, pero se controló.

—Cuenta mejor.

—Ella tenía un cuervo que, de repente, comenzó a lanzar aquel grito agudo e insoportable. La vieja abrió mucho los ojos, como si sólo entonces se diera cuenta de algo que no había percibido antes. Y comenzó a insultar a todo y a todos, diciendo que João tenía el cuerpo «cerrado».

Ariane habría dado todo porque madame Viotti estuviera allí en ese momento, escuchando ese relato. María Hanson conocía a Viotti, pero simplemente como una estudiosa en artes de las tinieblas a quien le gustaba la compañía de Sabino von Fígaro. Sin embargo, el conocimiento de que ella había iniciado a Ariane por ser sacerdotisa de un aquelarre de brujas iba mucho más allá de lo que debía saber.

—¿Y ella lo encerró de nuevo?

—Sí, pero como, por sus propios motivos, no podía herir a João ese día, comenzó a fijarse mejor en él. Entonces su expresión cambió de nuevo y entró en éxtasis cuando percibió algo en él.

—¿Recuerdas qué dijo?

—Cosas como «haberle tirado al cordero y acertado al pastor».

—¡Uf! —Ariane intentó, intentó e intentó, pero no consiguió llegar por sí sola a una conclusión que sonara lógica.

—Comenzó a decir que mandaría llamar a algunas «invitadas». Y que brindarían bajo la «luna de sangre» en aquel momento histórico.

Ariane intentaba procesar tanta información, pero para eso necesitaba llenar algunos huecos:

—¿Cómo hizo para invitar a esas personas?

—Con una especie de «sirviente».

Ariane abrió mucho los ojos.

—¡Ustedes nunca contaron eso!

—Nunca contamos nada de lo que te estoy diciendo, Ariane. Sólo a la Guardia Real.

—¿Y quién era ese sirviente?

—El mismo que traía los animales para que ella comiera. Él aparecía muy poco, creo que una vez por semana, y sólo cuando la noche era de un negro total. Nunca le vi el rostro, pero…

—¿Pero…?

—Olía a sangre, ¿sabes? Y, bueno, cuando debía cocinar los animales, nunca tenían sangre dentro.

—Crees que su sirviente podía ser un…

—Creo que bebía la sangre de los animales antes de entregar la carne.

Ariane perdió otra vez la voz.

—¿Alguna vez la escuchaste decir su nombre?

—No sé si era su nombre. ¡Pero Babau se refería a él como Nosferatu!

El solo nombre estremecía. A las dos.

—¿Y ese… esa cosa fue a llamar a las invitadas?

—Sí, creo que eran tres brujas. No recuerdo el nombre de ninguna de ellas.

Ariane guardó silencio y apoyó la nariz en el puño cerrado, pensativa. Y de pronto, sin previo aviso, preguntó:

—María, volvamos a algo. Entonces ella no pudo hacerle mal a João porque él tenía el «cuerpo cerrado».

—Sí. Más tarde entendimos.

—Fue el tío Hanson, ¿no? En aquel pacto con el conde. Fue él quien cerró el cuerpo de João.

—A cambio de su propia alma.

Las dos quedaron en silencio una vez más.

—¿Tú. —Ariane se arriesgó— crees que João consiguió liberar el alma del tío Hanson? Ya sabes, en el Tribunal de Arthur, al matar al conde.

—La falta de certeza es lo que atormenta a mi hermano todos los días, Ariane.

Ariane se sintió mal por un momento. Su novio era el muchacho más responsable y valiente que había conocido en la vida. Un joven de vida difícil que cargaba un mundo en las espaldas por situaciones mucho más grandes de lo que debía haber sido capaz de tolerar.

Y ella, en vez de darle el apoyo que necesitaba, a últimas fechas hasta le fastidiaba la vida con celos idiotas y ataques de cólera.

—Entonces llegó el día en que la vieja decidió que podría continuar.

—Sí, ella vio que el cuerpo de João sólo tendría una grieta en una Luna negra. Y fue cuando me mandó que le cortara una de las manos y pusiera la sangre en copas, y le sacara el corazón para comérselo más tarde.

—Y tú mataste al cuervo.

—Sí, y ella fue a mirar el caldero. No sé cómo, en un acceso de rabia y locura, le acerté con la misma olla con que ella me pegaba si no trabajaba. Ella cayó en el caldero…

—Entonces eso explica por qué no murió.

—¿Cómo es eso?

—¡Si ella te había ordenado poner sangre en una copa, debía ser para su sirviente!

María se sorprendió de qué tan obvio era todo. Bastaba con que ella quisiera recordar los detalles que los Hanson siempre desearon olvidar.

—¿Crees que el sirviente andaba cerca?

—¡Está claro! Fue él quien debe haber sacado a Babau del caldero hirviendo, luego de que João y tú huyeron. De lo contrario, aquella vieja horrorosa se habría cocido allí.

Ariane hablaba con rabia. María llegó a asustarse con el tono. Sin embargo, ella también odiaba a Babau y comprendía el sentimiento.

—¿Sabes, María? Hay dos cosas que quería que supieras. Pero, así como tú sólo me contaste hoy sobre esas cosas que yo no sabía, yo también quería que me dieras el derecho de querer explicarte cómo sé de esas cosas cuando tenga ganas de hacerlo.

María se agitó en su silla. Si la situación hubiera sido opuesta, Ariane la habría llenado de preguntas antes de aceptar. Pero María simplemente se volvió y dijo:

—Está bien.

—Iremos con una persona que conoces, pero quería que mantuvieras esa promesa, ¿está bien? De sólo escuchar sin hacer preguntas acerca de cómo sabe ella determinadas cosas, ¿sí?

María lo pensó un poco. Y dijo:

—Está bien.

—¡Entonces levántate y vamos ya! Ponte una blusa mía para que no andes con ese vestido. Vamos hablar con alguien que en verdad puede ayudarnos. Finalmente descubriremos, aunque ya tengo miedo de saber, en quién o en qué puede convertirse João.