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Livith esperaba a Axel Branford.

Desde un balcón, el príncipe de Arzallum observaba el mar infinito, cuyos nodos unían aquellas tierras a las tierras a donde Arzallum se dirigía a combatir. Era casi onírico imaginarse en un lugar como aquel, tanto en forma física como en motivación psicológica.

Al final, cuando Arzallum fue invadida por piratas y las brujas renacieron, en hechos que culminaron con la muerte de sus padres, él estaba lejos. La culpa seguía allí. En ese momento era el turno de su hermano de liderar Arzallum y él no pretendía mantenerse lejos esta vez.

Para que eso aconteciera sería preciso sacrificar buena parte de sí mismo y de todo aquello que creyó que renegaría. Y pese a haber cruzado fronteras e incluso planos, esa era la verdadera hora de decidir.

Fue llamado de vuelta al salón de la gran torre circular. Allí estaban Livith y el rey Peter Pendragon. El rey elfo no parecía muy entusiasmado, pero las decenas de elfas esparcidas en la sala sí.

Axel se colocó al lado de ella y delante de él. Y así, mirando al rey elfo de arriba abajo, escuchó preguntar:

—Axel Terra Branford, hijo de Primo Terra Branford, primer príncipe de Arzallum, ¿aceptas casarte con Livith, princesa hada élfica y señora de la Tierra de Nunca Jamás?

Axel se acordó de ella. Claro que se acordó en ese momento. Claro que, una vez más, deseó que todo fuera diferente. Pero aquel no era un cuento de bardos. Era el mundo real. Y era el momento de asumir su papel en el mundo.

—Acepto.

Las elfas sonrieron y en tierras humanas nacieron sueños ante tales inspiraciones. La mayoría se dirigió hacia fuera del salón para cuidar sus funciones y los preparativos.

A su lado, Livith parecía feliz.

Y Axel no sabía si debía sentir culpa por ello o no. Una parte de él, al mirarla, también se sentía bien.

—La ceremonia se iniciará en algunas horas —dijo Lirath, hermana de Livith, antes de que el rey Peter volviera a su trono y de nuevo hundiera el rostro entre sus manos, cabellos y melancolías.

Livith tomó la mano de Axel y la sujetó entre las suyas. Axel no sabía si era por cariño o a modo de consuelo. No importaba: tanto él como ella sabían que aquel momento de paz sería temporal.

Que, si podía nacer algún amor entre los dos, debería hacerlo entre piedras y espinas. Y que el mundo estaba en guerra.