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João Hanson llegó al lugar «marcado» y se quitó el yelmo del rostro. La fuerte lluvia había dado una tregua, pero seguía cayendo con la suficiente intensidad como para dejar húmeda el alma de una persona. Cuando caminaba, la capa encharcada pesaba. Pero él se movía como si el peso que soportaba en las espaldas resultara soportable.

En el camino, la misma carroza seguía volcada. Los mismos muertos continuaban abandonados a la espera de un vivo que les diera un entierro decente. Y ese no sería João Hanson.

A la postre él ya no sabía quién era ni por qué camino andaba.

Pisó en tierra mojada, en hojas caídas y ramas partidas. Escuchó el viento sibilante, pero no se estremeció. Sintió el olor de la muerte y le gustó su intenso aroma. Caminó como un hombre que ya no se reconociera y al mismo tiempo se descubriera, sin saber qué tan bueno sería. Y malo.

—Entra en el círculo —la voz de ella surgió y ordenó.

João Hanson observó un círculo construido en la tierra mojada, formada por ramas que dibujaban símbolos místicos. Había elementos en los cuadrantes alrededor, pero no se preocupó por percibirlos, pues allí no había preocupación ni indecisión. Al menos ya no. La decisión había sido tomada en el momento en que había caminado y colocado el cordón alrededor del cuello de ella. Otra vez.

Entró en el círculo y el hada caída de rasgos orientales sonrió. En la mente de ella había una certeza.

La existencia de aquel guerrero sería intensa, como una vida eterna.

—Es hora de que libere tus círculos de energía.

João Hanson cerró los ojos y separó los brazos, entregando el alma a un destino que aún no distinguía. Se arrodilló y sintió la tierra húmeda. Bajó la cabeza y percibió el dibujo que las gotas hacían alrededor del círculo de magia en que estaba.

Aquel era un camino sin regreso. Los ojos se cerraron, pero las imágenes de las gotas en aquel círculo se grabaron en la mente. Y él las visualizaba incluso en la más pura oscuridad.

Aquel círculo parecía un círculo de lluvia.