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María Hanson se había sentado con Ariane Narin. Las dos estaban solas en casa de Ariane. La adolescente les había dicho a sus padres que María quería conversar en privado con ella y les pidió apoyo fraternal para Érika Hanson. Así, los padres estaban en casa de los Hanson. Y las dos tenían el silencio de la casa de los Narin para ellas. Eso era bueno en parte, porque les permitía concentrar la atención.
—María, ¿qué pasa? Háblame.
Ariane estaba sentada en su cama. María se sentía tan agitada, que no lograba quedarse quieta y andaba de un lado a otro. La escena era interesante porque lo normal hubiera sido que Ariane fuera la inquieta y María, la paciente.
Pero cada día las cosas eran menos normales.
—¿Sabes? —dijo Ariane—. La última vez que me senté en esta cama para que alguien me dijera algo importante, fue para que mi madre me explicara por qué aquel día, cuando yo tenía nueve años, sucedió aquello conmigo.
Por un momento María pareció olvidarse de lo que quería decir.
—¿En serio? ¿Y qué te dijo?
Entonces Ariane, con la cabeza baja, abrió mucho los ojos al percibir que, como siempre, hablaba más de lo que debía.
—Ah, es que, ¿sabes?, ella me explicó que la bondad y la maldad caminan lado a lado en este mundo, ¿no? Y que yo debía saber que las cosas malas también les suceden a las personas buenas.
María suspiró y se sentó. Ariane sintió alivio cuando se dio cuenta de que ella no haría más preguntas sobre el asunto.
—Ariane. —María Hanson se mordió los labios—, tía Anna tenía razón. La bondad y la maldad caminan por este mundo. Y de vez en cuando las personas buenas sufren cosas malas.
María tenía los brazos encima de las rodillas, los dedos entrelazados y la cabeza baja, mirando al suelo.
—María, ¿me vas a decir algo que no sepa? ¡Ya no aguanto más que lo evites! —estaba bien que Ariane tuviera un momento de paciencia, pero de ahí a ser una monja, ni de lejos.
—¡Estás en lo cierto! —María levantó la cabeza y miró al fondo de los ojos de Ariane—. João quiere que sepas algo que nosotros nunca comentamos con nadie. Ni con nuestros padres.
Ariane se calló y tragó en seco.
—Quiere que sepas sobre nuestro pacto personal.
—¿«Pacto»? —preguntó Ariane, desconfiada ante un tono casi estridente, abriendo mucho los ojos.
—Y de nuestro pacto de nunca comentar al respecto.
María siguió mirando a la adolescente sin decir nada, como a la espera de fuerzas para continuar.
En el silencio de María, Ariane entendió.
—María, ¿estás hablando de la casa macabra?
—Sí —ella movió la cabeza sin tartamudear y Ariane, por primera vez, vio algo sombrío en la expresión de su amiga.
—¿Quieres decir que hay más?
María miró para abajo, reflexionando. Apretó los labios. Después se mordió el inferior. Inspiró a fondo y exhaló con fuerza, hasta que reunió el coraje para decir:
—Sí, lo hay —dijo ella otra vez, envuelta en la tonalidad sombría—. Y ya es hora de que sepas lo que nunca fue contado por los bardos, Ariane. Es hora de que conozcas las peores partes.