36
Snail Galford subió la rampa al último y se detuvo a la mitad. Se volvió para el otro lado y se quedó mirando con las manos en los bolsillos de su abrigo a una Liriel silenciosa, con un gigantón aplicándole una llave en el brazo.
Al percibir que Snail no saldría sólo de allí, el viejo Jim Hawkins volvió a bajar la mitad de la rampa y se puso a su lado:
—Tienes que hacer lo que tienes que hacer —dijo, y Snail no reaccionó a sus palabras.
Siguió mirándola, sintiendo fuerte el olor salado del mar. Al fondo, un sonriente Will Scarlet se aproximó a Liriel y le acarició el rostro como una provocación, o al menos como un recordatorio de lo que estaba en juego.
—Vamos —dijo el viejo Jim Hawkins—. Ya todos están a bordo.
—No. No todos —dijo Snail con una voz fría como el hielo.
Jim Hawkins abrió mucho los ojos y lo miró de soslayo, preocupado. En la parte más sombría de aquel puerto, Will Scarlet ordenó:
—¡Traigan las esposas y préndanla con los brazos atrás! La llevaremos a la misma celda de donde ellos sacaron al viejo Hawkins.
Entonces uno de sus secuaces trajo las esposas. Le colocaron los brazos hacia atrás, en medio de protestas. Y las muñecas quedaron presas por las argollas de metal. Pero con dos detalles interesantes.
El primero fue que los brazos quedaron alrededor de un asta carcomida cercana, que antes funcionaba como un mástil de bandera.
El segundo fue que los brazos apresados eran los de Will Scarlet.
—Por el Creador, ¿qué hiciste, lacayo? —preguntó, temeroso y perplejo, el viejo pirata Jim Hawkins.
—Lo que debía.
Los brazos de Liriel quedaron liberados bajo la mirada y las protestas de un Will Scarlet atónito, y los guardaespaldas que debían haber estado de su lado guiaron a la mercenaria hacia la rampa del Jolly Rogers.
Cuando Jim Hawkins se dio cuenta de que ellos subirían al viejo barco, preguntó:
—¿Qué les ofreciste, maldito ratero?
Snail Galford suspiró, como suspira el hombre que sabe que tomó la decisión correcta de manera equivocada o que tomó la decisión equivocada de manera correcta.
—La mitad que le tocaría a Scarlet.
Jim Hawkins soltó una risa burlona y subió de vuelta al barco, moviendo la cabeza.
Los hombres pasaron ante un Snail Galford estático, que sacó un poco las manos del abrigo al verlos pasar. Apenas asintió con la cabeza y dejó que subieran al barco como si todos fueran viejos conocidos.
Por último, Liriel Gabbiani, asustada, se detuvo a su lado y ambos se quedaron mirando sin saber qué decir.
«Quiero que me mires a los ojos y me digas que puedo confiar en ti».
Liriel bajó la cabeza y subió por la rampa en dirección al Jolly Rogers, aún sin saber lo que debía ser dicho.
Snail Galford miró por última vez a Will Scarlet al fondo, esposado, humillado e irritado, y entonces se volvió de espaldas y caminó hacia el barco, sin mirar atrás.
Scarlet se quedó allí, observando, perplejo, que la rampa era recogida y el barco más famoso del mundo zarpaba del Cementerio de los Barcos. La boca le espumeaba como a un perro rabioso por la situación ridícula en que había sido colocado y que no olvidaría.
Incluso aquel prisionero sabía cuál era el gran precio de hacer negocios con ladinos y mercenarios.
En definitiva, no había forma de que uno de ellos escapara de aquellas reglas. No en ese medio. No de esas reglas.
Al final, era un hecho.
Alguien siempre debía ser traicionado.