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Giacomo Casanova y María Hanson regresaban a casa de los Hanson con los brazos entrelazados de una pareja que camina en una fría noche de lluvia. Ya habían descendido del carruaje de los Casanova y seguían a pie un corto trayecto, ante la lluvia que había disminuido de intensidad.
—¡Admito que me asustó allá! Es muy joven para tener problemas de corazón, señorita Hanson.
—Me disculpo una vez más. Como dije, sentí como si algo me angustiara.
—¿Cómo una premonición?
—¿Ya ha pasado antes por eso, señor Casanova? —preguntó ella, sorprendida.
—Sí. Cuando fui arrestado. Y preví que lo sería.
—¿Usted ya estuvo preso?
—¡Cuidado! No quiero que tenga otro ataque cardiaco.
María sonrió, apenada.
—No, disculpe, es que me tomó por sorpresa.
—¡Estuve preso por tener en mi poder libros prohibidos y hacer propaganda antirreligiosa!
María miró a Giacomo Casanova como lo haría con un fantasma.
—Usted no parece ese tipo de persona.
—No, ¿eh?
—Pero ¿eso es verdad? Digo, ¿usted en serio hizo propaganda antirreligiosa?
—Ya no hago propaganda. Pero conservo la creencia.
—¿Entonces no cree en la figura de un Creador que nos da vida y de semidioses que nos mantienen existiendo?
—No, no dudo de la existencia de ese Creador y de esa fuerza que se subdivide en formas de semidioses o lo que sea en lo que una persona quiera creer. Lo que cuestiono es la dependencia de nuestras vidas a esas fuerzas.
—¿No cree que ellos influyen en nosotros?
—No creo que dependamos de ellos para existir. ¿Sabe?, me parece que el concepto en que se cree por aquí, que ellos nos dan existencia, en realidad está invertido. Tengo la creencia personal de que esa es sólo la forma de ellos para estar conscientes de nuestra existencia.
—¿Entonces existiríamos de una manera o de otra?
—Sí. Lo quisieran ellos o no, conscientes o no de nuestra existencia, todo lo que ocurre en Nueva Éter ya estaba escrito y pulsando en algún lugar cósmico, y las fuerzas que llaman semidioses son simples observadores que apenas piden por sus preferidos y odian a sus despreciados.
—¿Entonces cómo explicaría la ley de las hadas?
—Un metalenguaje utilizado por el cerebro humano para asimilar lo que no comprende en condiciones científicas.
—Pero las hadas son reales.
—Creeré en eso el día en que vea una.
María quedó asombrada. Era la primera vez en la vida que conocía a una persona que afirmaba que las hadas eran el fruto de una alucinación colectiva.
—Parece estupefacta con mis opiniones.
—No, sólo que me resultan diferentes.
—¿Dice eso por las hadas? ¡Vamos! ¿Qué vendrá después? ¿Universos creados después de mordidas en manzanas?
María Hanson iba a responder, pero entonces llegaron ante la casa de los Hanson.
Y al mirar al frente de la casa, ella comenzó a correr.