20
Axel Branford estaba sentado en un largo banco en forma de «U», con las piernas más estiradas, junto al trono donde el rey Peter casi se recostaba en vez de permanecer erguido. El rey elfo mantenía la expresión hermética y Axel habría jurado que, de vez en cuando, destellos de melancolía brillaban y se reflejaban en su rostro.
—Rey Peter, si no lo tomas como insulto, ¿podría saber cuándo conoceré a la princesa Livith?
El rey elfo seguía en diagonal en la poltrona, con una pierna encima de un brazo del trono y el codo doblado en el otro, el puño sosteniendo la cabeza baja. Los largos cabellos rojos le caían sobre el rostro y tapaban los ojos élficos. Este levantó la cabeza con lentitud y Axel se puso aprehensivo por saber si tendría la respuesta o se llevaría un golpe. La pupila más parecía del color de un rubí, mientras que el iris tenía una tonalidad más clara, casi rosada. Era una mirada fascinante, es verdad, pero no del tipo que hace que una persona se sienta a gusto cuando se fija en ella.
Axel llevaba casi veinte minutos a su lado sin que el rey elfo dijera nada. En realidad, sin que siquiera le importara su presencia, relegado a una exótica atracción para las elfas presentes, de la misma forma como cualquiera de ellas cumpliría el mismo papel en tierras humanas.
—Lvth es libre de hacer lo que quiera. La conocerás cuando ella quiera entrar por esas puertas.
Axel tragó en seco. ¿Sabes cuándo una princesa en los reinos humanos dejaría su presentación a un príncipe prometido para la ocasión en que así se lo dijera su buen entender?
—Ah, bien.
Y volvió a esbozar la sonrisa menos agraciada del mundo al reparar cómo las diversas elfas semidesnudas lo seguían observando como a un carismático animal exótico enjaulado.
Cuando percibió que el rey Peter se volvería a dormir, a meditar o a hacer lo que fuera que hacía en ese trono —ve a saber si los elfos en verdad duermen—, él le preguntó, en el entendimiento de que, si se llevaba una patada, al menos aquel salón saldría de la monotonía que precedía a la espera:
—¿La princesa Livith es tu hermana, rey Peter?
El elfo levantó la cabeza otra vez ¡y ahora sí Axel estuvo seguro de que se llevaría un golpe! Pero el elfo suspiró, giró el cuerpo estirado un poco en su dirección —buena señal— y, al percibir que el humano no se sosegaría mientras no resolviera sus dudas —al final aquella era la raza más curiosa del mundo, tal vez sólo detrás de los gnomos—, respondió:
—No, Lvth es la reina de Nunca Jamás.
Imagina tu peor expresión de imbecilidad en una situación en que percibiste estar completamente ajeno a lo que las otras personas decían. Tal vez incluso se parezca a la de Axel en ese momento.
—¿Livith —de nada servía: el cerebro del príncipe transmitía sus intenciones en aquel nombre con vocales— es una «reina»?
Al rey Peter Pendragon no le importaba en absoluto transparentar que la presencia de Axel lo aburría. El príncipe, sin embargo, no estaba molesto por eso.
—En realidad Lvth no es reina ni princesa. No existen esos títulos en Nunca Jamás. Aquí todos son libres y siguen a algunos por instinto, debido a la energía universal que existe en el propio orden.
Axel intentó comprender. Como la mente humana funciona mejor por asociación, imaginó a la raza élfica como hormigas, organizadas y con un orden de acción coherente basado en el instinto.
Con todo, su pensamiento comenzó a confundirse; a la postre era difícil imaginar a una hormiga en jefe comandando a las demás.
—¿Entonces por qué me refiero a ella como princesa?
—Porque es la única forma en que tu raza comprende la actual función de ella en Nunca Jamás.
—¿Entonces —la pregunta era peligrosa, pero Axel ya había llegado al punto en que estaba un poco fastidiado— tú tampoco te consideras un rey?
—Insisto, príncipe de Arzallum: no soy un rey en la forma que piensas. En realidad, ni lo deseo. No gobierno Nunca Jamás. No doy órdenes; Nunca Jamás es una tierra élfica que toca en Mantaquim, el reino de las hadas, y ese sí está gobernado por Titania, la reina de las hadas. Nunca Jamás no necesita ser gobernado: simplemente sigue la energía.
—¿La energía del orden?
—El pensamiento sigue a la energía. La energía sigue al orden. Luego, el pensamiento sigue al orden.
El cerebro de Axel cambió la metáfora y pensó en la sociedad élfica como una sociedad de abejas. Una sociedad que comprende el orden por instinto pero, al mismo tiempo, posee una reina que no necesariamente da órdenes, aunque tiene una figura cuya simple existencia transmuta en orden el pensamiento y la energía de una colmena.
Si así fuera, los mohicanos serían los zánganos, y ellas, las abejas obreras.
Entonces todo le pareció mucho más claro.
—Pero, rey, si es así, y si todos son libres en Nunca Jamás, ¿por qué los indios mohicanos sirven a los elfos como lo harían los siervos reales?
—Lo hacen porque es su elección, su deseo, y aquí en Nunca Jamás no solemos censurar los deseos.
Axel exhaló con fuerza. Pensar en jornadas de trabajo como «servidumbre no remunerada» en el pensamiento humano era lo mismo que cambiar el concepto por «esclavitud voluntaria».
Y pensar en esclavitud como una elección iba contra todo lo que habitaba en el instinto humano.
—Pero ¿cómo puede un pueblo querer servir a otro por elección, rey Pan? —el cambio del término «Peter» por «Pan» indicaba de manera inconsciente el intento de una mayor demostración de respeto—. No lo pregunto como provocación ni discordancia, sino para comprender mejor el pensamiento élfico.
El rey elfo lo observó, concentrado, para evaluar la sinceridad de la pregunta. Y consideró que la intención del príncipe era honesta.
—De lo suficiente que aprendí sobre tu pueblo. —Axel percibió cierto rencor en la palabra utilizada—, este acostumbra pensar por comparación. ¿Tiene sentido lo que digo?
—Con toda sabiduría.
—¿Qué usaste como metáfora para comprender lo poco que acabas de aprender sobre la sociedad élfica?
Axel casi se mordió la lengua. O aquel maldito elfo escuchaba los pensamientos o estaba a años luz adelante de su limitado raciocinio humano.
—Los comparé con abejas.
El rey hizo una expresión burlona, como si ya supiera la respuesta y esta no le causara ni un poco de sorpresa o más bien le provocara tedio.
—Bien, abejas —el rey elfo suspiró—. ¿Sabes?, en verdad es curioso cómo el pensamiento que sigue a la energía de esa sociedad de insectos es lo que más se aproxima a la sociedad élfica.
Axel se sintió mucho mejor de ver que, al menos, había acertado una.
—Las abejas son atraídas por las flores —dijo el rey elfo, incluso parecía un poco menos aburrido de exhibir algún conocimiento comprensible para su visitante—. Las flores las atraen con néctar, para que ellas esparzan su polen y las fecunden. Así, las abejas obtienen lo que desean, y las flores asimismo obtienen lo que desean. ¿Llamarías esclavitud al trabajo de las abejas? ¿O sería la flor la que ejerciera una servidumbre real?
Axel volvió a poner su expresión sin gracia.
—Entonces también hay un «intercambio» entre elfos e indios…
—Los mohicanos tienen aquí la morada que su propia raza humana les negó en otro lado. En Nunca Jamás no «exterminamos» indios —aquello resultó fuerte—. En realidad, ni siquiera exterminamos a nuestra propia especie.
Axel permaneció en silencio. El rey elfo no:
—Y aquí ellos tienen una función. ¿Sabes qué implica retirar la identidad a un pueblo, de manera tan violenta e invasiva que ese pueblo desconozca cuál es su papel en el mundo? Tu raza hizo eso con la de esos indios, con lo que se vuelve curioso tu discurso dotado de diferentes tonos moralistas, envueltos en conceptos como «esclavitud» y «servidumbre» —el rey elfo hizo una pausa rápida—. Si Nunca Jamás hubiera desoído sus plegarias, si las hadas no los hubieran probado y ellos no hubieran pasado esas pruebas, ¡hoy esa raza estaría extinta! Eliminada para que razas como la tuya ejercieran la misma colonización que necesita figuras como «reinas y princesas» para mantener el orden impuesto y que su propia naturaleza es incapaz de seguir por instinto.
Axel seguía en silencio, el tipo de silencio de un hombre cuando simplemente no hay nada qué decir. Al menos, cuando al fin decidió hablar el príncipe, sorprendió al rey elfo al volver a un razonamiento ya tomado como olvidado, con la pregunta:
—¿Y qué les dan los indios a los elfos?
El rey Ptr Pendragon se sorprendió, como si aquella cuestión fuera toda la cuestión. Como si supiera que Axel Branford se iría para atrás con la respuesta. Como si supiera que el príncipe repensaría sus conceptos lo suficiente como para meditar si debería seguir allí o volver a su mundo en forma despreocupada, así como a la cultura segura de Arzallum.
Entonces el rey elfo se preparó para responder esa pregunta clave.
De pronto las puertas se abrieron y la princesa Livith entró.