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João Hanson recordaría bien aquel día.

Terminaba de pasar un barniz hecho a base de resina de pino y clara de huevo en el escudo de guerra de su señor, para proteger la pintura del arma de la lluvia, que parecía anunciarse por el cielo sin sol. Fue cuando entró Reinaldo Grimaldi.

—Hanson, de pie. Tenemos visita en la hacienda. Límpiate lo mejor posible, pues es una visita noble.

João paró de inmediato lo que hacía, apoyó el escudo con todo el cuidado del mundo —y tal vez un poco más— y se limpió las manos en un balde con agua de río.

Después tomó un pedazo de tela, lo mojó en el balde y se lo pasó por el rostro. Exprimió aún más la tela, la mojó de nuevo y raspó alrededor de las áreas más sucias de su ropa. No fue mucho, pero de algo sirvió.

Se secó con una toalla limpia, o lo más próximo a «limpia». Caminó hacia la entrada de la casa. Se dirigió hasta su señor caballero. Miró a la recién llegada. Abrió los ojos de sorpresa.

Y perdió la voz.

—João Hanson, quiero que conozcas a milady Almirena Goffredo, hija del capitán Goffredo y mi futura señora.

—Escudero —dijo ella, haciendo una reverencia.

João quedó conmocionado, observándola. Era la misma noble pelirroja que viajó con él y Juan de Marco en el carruaje; la misma que iba para el mismo lado hacia el que ambos cabalgaban; la misma noble que…

—¡Hanson! Sé educado y no me avergüences.

João salió de la conmoción inicial, se puso en posición y correspondió a la reverencia.

Lady Almirena.

Reinaldo volvió a decir:

—Almorzaremos inmediatamente, pues debo ir al Gran Palacio lo más pronto posible.

—Iré a decirle a la criada y a la cocinera, y a preparar las monturas, señor.

—Iré solo, Hanson —dijo Reinaldo en cuanto el escudero se volvió de espaldas—. Hace poco recibí una convocatoria militar de alto rango.

João Hanson frunció las cejas. En sus tiempos libres hojeaba libros de guerra de la modesta pero interesante biblioteca de su señor. Y reconocía aquel término. «Una convocatoria militar de alto rango». Una convocatoria permitida sólo para caballeros y superiores.

Una convocatoria que antecedía momentos de guerra.

—Señor.

Reinaldo percibió que su escudero comprendía la gravedad de la situación. Pero como no deseaba que la preocupación se extendiera a la dama presente, corrigió el comentario.

—Sin embargo, no hay motivo de alarma. Es común que haya convocatorias de este tipo en los periodos iniciales de los gobiernos de nuevos reyes.

João comprendió el comentario. Sonó falso, pero comprendió. Y asintió.

—Perfectamente, señor.

Reinaldo tomó la mano de Almirena y dijo:

Lady Almirena nos dará el placer de su compañía durante el almuerzo. Después iré a atender mi convocatoria y tú la escoltarás de vuelta a la hacienda de los Goffredo.

João inspiró hondo. Miró hacia abajo con los labios apretados y dijo:

—Como usted quiera, señor.

—Ahora vete a lavar y regresa para nuestra comida.

João apretó los labios y salió de allí pensativo. Había notado la sonrisa de lady Almirena y sabía lo que eso significaba. Lo sabía, y muy bien. Era un hecho.

Aquello le causaría problemas.