18

Snail Galford lo seguía pacientemente y de la manera más sutil que conseguía: un hombre en traje oscuro del que cualquiera apostaría cuanto trajera en la bolsa a que se trataba de un cazador. En cierta forma, a final de cuentas sería polémico convencer a tal apostador de que esa no era la profesión del muchacho.

Snail era bueno para seguir rastros; bueno para desaparecer y bueno para más de un racimo de cosas que un ciudadano honesto jamás imaginaría que alguien perdería el tiempo para aprender. Qué importa: él lo era. Por eso imagina su sorpresa cuando, caminando por una plaza abarrotada de gente vistiendo ropa de frío, caminando por calles de grandes calzadas y nieve esparcida, perdió a su vigilado de vista.

—Sigue de frente —una voz surgió detrás del pirata; el timbre estaba acompañado de la punta de una lámina que quemaba al toque, como un fierro ardiente—. Esta lámina no es de un cuchillo, sino de una flecha. La flecha, a su vez, está presa en una pequeña ballesta. Pequeña, pero con la precisión suficiente para que acierte en tu tráquea a una distancia tan próxima que parecerá que somos siameses.

Snail usaba una capucha y tenía cuchillos bajo los bolsillos falsos del abrigo. Cuchillos que pensaba usar. Pero desistió.

—Dos pasos a la derecha. Cinco al frente. Tres más a la derecha. Camina en diagonal y sigue mi velocidad —poco a poco el hombre con la flecha desviaba a Snail de personas con las que se podrían cruzar en la caminata por la plaza. Snail sabía lo que estaba haciendo: salía de la plaza y…—: Entra —se internaban en un callejón.

El movimiento fue rápido y Snail golpeó con violencia en la pared. La flecha, antes a sus espaldas, ahora estaba cerca de la tráquea.

—Si inspiro tres veces y no me dices quién eres, soltaré la flecha.

Snail se quitó la capucha. El hombre lo soltó, extremadamente irritado. Al fin se relajó.

—¿A dónde vas, so enfermo? —preguntó Will Scarlet—. Por menos he perforado a otros perros.

—Por eso no ladro. Yo muerdo.

El hombre llegó a sonreír con la petulancia del joven negro.

—Quiero ver si muerdes cuando la flecha te traspase el cráneo como un pincho.

—Al llegar a la segunda inspiración sentirías que te quema una región debajo de las costillas. Entonces te percatarías de que la quemadura aumenta en el momento en que la perforación se hiciera del doble de tamaño con el giro de la lámina. Y cuando tus rodillas ya no aguantaran más el peso del cuerpo, al fin darías tu tercera inspiración: la última.

—Cuando la región bajo mis costillas comenzara a quemar, mi dedo, por reflejo, accionaría el mismo gatillo que te ahogaría en tu propia sangre.

—Si tu brazo mantuviera la fuerza sin aflojarse.

—La mantendría.

—Entonces la situación resultaría interesante.

—¿Por qué?

—Porque podríamos continuar la pelea en Aramis.

Will Scarlet rio, pero mucho más de disgusto ante la absurda situación. Se guardó la ballesta en las espaldas.

—Andas oculto —dijo Will.

—Un ex pirata, ladrón, saqueador y mercenario que no ande así no sería muy competente.

—Y por eso no advertí que tú me seguías, ¿no?

—Por eso yo dejé que te dieras cuenta de que te seguía.

Esta vez Will Scarlet rio con verdadero gusto. Snail Galford era tan presuntuoso, que en medio del tipo de personas con las cuales convivía acababa resultando carismático.

—Lo peor es que, por lo visto, tú pretendes que yo en verdad crea eso, ¿no? Entonces dime, Galford, ¿por qué no viniste a mí y me saludaste como un ser humano normal?

—Porque así sería más fácil que tuviera una flecha en el cuello.

Will siguió mirándolo con la expresión de quien se esfuerza pero no comprende el razonamiento. Snail concluyó:

—Eres un paranoico. No es que todos nosotros no lo seamos, pero tú eres del peor tipo.

—¿De cuál?

—Paranoico controlador. La mayoría de nosotros somos paranoicos para sobrevivir. Siempre necesitamos de un camino que nos saque de las situaciones en que nos metemos. Aunque ese camino sea una calle empedrada y enlodada. Pero necesitamos saber que existe al menos una esperanza de salirnos de situaciones arriesgadas o de crear una forma de salir de ellas.

—¿Y yo soy diferente?

—Sí, porque la mayoría de nosotros es capaz de actuar en forma oculta si es que eso nos salva el pellejo. Tú no. Tú siempre necesitas el control. Por eso tu superior siempre debe actuar de modo que parezca que lideras algo, en vez de obedecer órdenes.

—¿Fuiste a aprender a leer, negro?

—Nos basta con lo que tenemos.

Will Scarlet se recostó en la otra pared del callejón, y lo más impresionante era que, en vez de ofendido, estaba realmente pensativo por lo que había escuchado. Su expresión incluso parecía infantil.

—No fue así con Locksley.

Will siguió reflexionando.

—Intentas confundirme, ¿no? Es tu estilo.

Snail, antes de que Will cambiara el tema de sí mismo hacia él, insistió:

—¿Te llevaste una paliza en el Puño de Hierro porque así lo quisiste? ¿Entraste en un campo de batalla contra el ejército de Minotaurus dispuesto a morir por una decisión sana y enteramente consciente? ¿Reuniste a un grupo de ex mercenarios para cazar a otros mercenarios en esta ciudad decadente sin influencia de nadie? ¿Y en serio crees que todos los pasos de tu vida, desde un muchacho feliz en el bosque hasta un rastreador urbano obcecado, no fueron planeados y subordinados a los planes de Locksley?

—¡Deja de hablar así! ¡Hablas como si Robin fuera un maldito manipulador!

—No, en verdad es un gran líder. Sabe cómo liderar personas. Y lo sabe porque entiende que necesita liderar a distintos tipos de personas de maneras diferentes. Incluso a ti.

Will abrió la boca para contradecirlo. Pero la cerró y cruzó los brazos, como un adolescente que recibe un sermón.

—¿Quieres saber? No perderé mi tiempo contigo, Galford. Si renunciaste a tu antiguo empleo de rastreador urbano, entonces no tenemos más de qué hablar.

—¿Por qué perdiste el control sobre mí?

—¡Deja de hablar así, so maldito!

—Estás perdiendo el control, ¿no?

De nuevo Will Scarlet empujó a Snail contra la pared. Presionó su codo en el cuello del (ex) pirata y mantuvo los ojos abiertos y la expresión dura de quien estaba realmente irritado.

—¿Qué te traes conmigo, rata leprosa?

—Quiero darte la oportunidad de que parezca que llegaste a la vida adulta y asumas el control de tu vida.

El codo seguía presionando la garganta.

—¿Y tú serías mi salvador?

—Exacto.

—¿Por qué? —el codo presionó aún más.

Snail comenzó a pensar que su posición era bastante menos confortable.

—Porque tienes algo que necesito —las frases comenzaban a ser dichas con dificultad.

—¿Y a mí por qué me importaría eso?

—Porque tendrás que hacerlo sin que Locksley lo sepa.

Will soltó a Snail, mucho más por el susto que por voluntad propia. Estaba atemorizado de ver hasta dónde llegaban las ambiciones de aquel (ex) mercenario.

—Sólo por curiosidad: ¿qué deseas de mí?

—Un barco.

Otra vez Will rio con fuerza, aunque por la ausencia de buen sentido.

—¿Y se supone que yo poseería el navío que necesitas?

—No, pero tendrías acceso a él.

—¿De qué barco estás hablando, Galford?

—Del Jolly Rogers.

La sorpresa de Will Scarlet fue tanta, pero tanta, que ni una risa sarcástica fue capa de proferir. Ni siquiera en la ronda de póquer más robada a su favor, con las cartas más altas y la mejor mano, en la banca de apuestas más alta, habría sido capaz de arriesgar nada relacionado con los límites de la ambición de Snail Galford.

El Jolly Rogers.

El barco más famoso del mundo.

El más temido del mundo.

El barco de James Garfio.

—Creí que estabas loco. Estaba equivocado: sufres demencia. —Will se volvió para salir de aquel callejón.

El Jolly Rogers estaba retenido en un lugar conocido en Stallia como el «Cementerio de Barcos». Un lugar al que sólo alguien con autorización oficial o rango militar entraría sin llamar la atención. Alguien conocido por los soldados. Alguien de la confianza de Robert Locksley.

Alguien como Will Scarlet.

Así, Snail sabía que apenas tenía unos segundos para mantener viva aquella conversación o, de lo contrario, todos sus planes estarían arruinados antes incluso de comenzar.

—A cambio te daré algo que tú quieres.

—No hay nada que yo quiera de ti.

Will ya había traspasado los límites de la entrada del callejón cuando Snail gritó:

—Te entregaré a Jim Hawkins.

Hubo una pausa. Y algunos momentos de absoluto silencio. Ni siquiera las sombras, que tiemblan de acuerdo con los movimientos de las llamas, ajenas a sus verdaderos dueños, decidieron moverse.

Entonces Will Scarlet regresó al callejón.

—¿El prisionero Jim Hawkins?

—El fugitivo Jim Hawkins.

Will Scarlet se aproximó para mirar a Snail Galford a los ojos y tener la seguridad de que hablaba en serio.

—¿Y tú sabes dónde está?

—Tengo cómo saber.

Will se rascó la quijada, todavía observando detalles y matices.

—Lo peor es que en verdad pareces estar hablando en serio, ¿no? —Snail no respondió; Will lo tomó como una afirmación y concluyó—: Vamos a plantear otra situación: ¿por qué no te llevo preso ahora, pagamos a uno o dos verdugos para que trabajen horas extra y te extraemos tu fuente sin mucho esfuerzo?

—Porque para eso tú, como siempre, tendrías que entregarme a Locksley.

—¿Y?

—Y otra vez él hará que parezca que estás al mando y se quedará entre bastidores, mientras que tú harás el trabajo como una marioneta atada a hilos que nadie ve. —Will se mantuvo quieto—. Al final, cuando prendan de nuevo a Hawkins, él te dará unas palmaditas en el hombro y destacará lo bueno que eres en lo que haces. Pero, como siempre, él es quien será recordado por el resto del mundo por su nueva aprehensión.

Will cruzó los brazos y se rascó la quijada.

—Si en tu cabeza siempre actué así antes, ¿por qué círculo de Aramis actuaría diferente ahora?

—Porque una cosa es ser una marioneta sin percibir o estar consciente de los hilos. Y otra cosa es quedarse preso de los hilos cuando alguien te ofrece unas tijeras.

Will continuaba pensativo. La propuesta resultaba tentadora, pero, si así era, ¿entonces por qué sentía como si estuviera ante una bruja que le ofreciera una gran gracia a cambio de su alma?

—Eres muy bueno en esto de la labia, Galford. Pero no me confundirás. No creo en ti.

—¿No crees o no quieres creer? —silencio: Snail aprovechó la brecha de inseguridad y lo arriesgó todo en ella—. Vamos, yo estaba contigo en aquel campo de batalla que liberó a Sherwood. Yo casi morí por esto también. ¡Sé cuánto hiciste para que eso pasara! Te mudaste a otro reino, te volviste el campeón de pugilismo de allí. Conseguiste una vacante en el Puño de Hierro y asististe al torneo concentrado en tu verdadera misión: tú no querías ganar el torneo ni tenías el talento para tanto; sólo buscabas ganarte la confianza del príncipe de Arzallum. Y como la confianza es algo que toma tiempo, no había mejor manera que aproximarse a alguien en el mismo barco que él. Alguien que comprendería los mismos temores. Y quién sabe qué más le habrás dicho. —Will Scarlet estaba vencido. No es broma: se sentía pasmado. Snail se dio cuenta y lo adoró—. Mas había un pero: independientemente del motivo principal para estar en esa situación aún tenías que luchar en el torneo. ¡Y lo hiciste! E ibas bien. Tal vez habrías ido incluso mejor si no se hubiera cruzado en tu camino el gigante de Minotaurus, el mismo que te dio una paliza histórica ante los ojos del mundo y casi te mató en el cuadrilátero. Pero estuvo bien que no tuvieras que regresar a Cáliz, pues hasta el propio rey Tercero Branford habría ridiculizado en persona tu título de campeón.

—No me vengas con eso.

—No te estoy criticando. ¡Muy por el contrario: entrar en ese cuadrilátero fue uno de los actos más valientes que he visto en alguien! O demente, pero ¿cuál es la diferencia, no es verdad?

Will quería decir «es verdad». Pero no cedería ante Snail Galford. Al menos no tan fácilmente.

—Lo que importa es que sembraste la conciencia en el príncipe. Si no lo hubieras hecho, tal vez Arzallum no habría ido al campo de batalla. Tal vez entonces Sherwood aún no sería de Stallia. Y Locksley no sería el primer ministro, sino sólo un cadáver congelándose en el hielo. Como todos nosotros.

Era un hecho: cada vez le era más difícil a William Scarlet no ceder ante Snail Galford.

—¿Puedes comprender tu importancia en esta historia, Scarlet? Si no hubiera sido por tu sacrificio, tal vez todos nosotros estaríamos muertos. —Will tenía el «es verdad» en la garganta, luchando por salir como si fuera un deficiente mental en una camisa de fuerza—. Sin embargo, ¿qué es lo que el pueblo sabe? ¿De qué se acuerda el pueblo? ¡De que Locksley es el gran salvador de Sherwood! Ellos se acuerdan de que fue Locksley quien se sacrificó por ellos.

—Ellos se acuerdan de Locksley y de su grupo.

—¡Ellos se acuerdan de ese grupo como los «muchachos felices»! ¡Como los adolescentes perdidos que se quitaron los disfraces porque ya no cabían en ellos; les salieron pelos debajo de los brazos y barrigas de cerveza y fueron obligados a buscar empleos de verdad! Hasta que Locksley salió de prisión para dar algún sentido a las vidas de ustedes una vez más.

—Las personas nos respetan. —Will tenía los dientes cerrados, listo para…

—¿Has visto a alguna adolescente tatuarse SCARLET en la espalda? Pues yo ya vi algunos LOCKSLEY en lugares mucho más sorprendentes.

—¡Aaahhh! —Will pateó un pedazo de latón abandonado en el suelo—. ¡Eres irritante!

—Mi compañera suele decir lo mismo.

—Entonces tienes una «compañera».

Snail tuvo ganas de tomar la ballesta y dispararse en el cuello por dejar pasar algo tan primario. Will Scarlet podía ser un paranoico obsesionado con el control, pero no un paranoico tonto.

—¿Quieres hacer negocio o no?

—¿A cambio me darás a Hawkins?

—A cambio te daré un motivo para ser recordado por toda esta maldita Nueva Éter como el hombre que recapturó al mayor pirata vivo del mundo. Solo. Sin Locksley y sin nadie.

—Es verdad —susurró Will, antes de darse cuenta.

—Y adquirirás la fama suficiente para convertirte en el comandante de cualquier tropa militar que quieras escoger. ¡Ganarás el estatus suficiente para convertirte en el comandante de aquella maldita prisión, si ese fuera tu deseo! ¡El hecho es que podrás elegir cualquier cargo para llevar a cabo los mayores excesos de control que tu mente enferma sea capaz de imaginar!

Will era conflicto. Puro conflicto.

—Es más, esta vez las personas lo sabrán. Se acordarán de ti. Sin bromas ni escarnios.

Will todavía se sentía en conflicto.

—Suelta las amarras, Scarlet.

—¿Y qué garantía tengo de que en verdad me entregarás a Hawkins?

¡Bingo! Snail, por dentro, quería salir por las calles saltando de manera teatral con piruetas mal hechas, como un bufón de la corte, aunque su semblante se mantenía como el del hombre más serio y taciturno del mundo.

—Irá en un viaje conmigo. Y después será todo tuyo.

—¡Ajá! —Scarlet rio muy fuerte—. ¿Esa es la garantía? ¿Te daré un barco para poner en él a un fugitivo y largarte al mar? Es justo lo que pensé.

—Él me llevará hasta el gran tesoro.

Will entrecerró los ojos.

—¿El tesoro enterrado de Flint?

—Sí, el tesoro que se disponía a buscar cuando lo aprehendieron.

—¿Y tú crees que sepa dónde está?

—¿Por qué no? Encontró todos los demás.

Will desconfiaba de aquella historia. Desconfiaba demasiado.

—Bien, digamos, en los sueños más improbables, que te lleva hasta el tesoro mientras me quedo hecho el idiota más grande del mundo esperando en el puerto de Stallia. ¿Y después? ¿Ustedes se dividen el botín y yo me hago viejo mirando el mar?

—No, te lo traigo de vuelta.

—Sí, eres justo el tipo de héroe altruista en busca de justicia y paz para el mundo.

—No será altruismo ni pretendo compartir el tesoro con Hawkins. Eso no existe entre piratas. Si no le veo la cara a Hawkins, él me la verá a mí.

—Pensé que eras un «ex hombre de mar».

—La gente nunca pierde esos títulos. Tú siempre serás un «muchacho feliz».

Will frunció la cara. El apodo seguía molestándolo.

—¿Por qué no matarlo? ¿Por qué entregármelo?

—Porque Hawkins es un viejo que no me representará peligro en el futuro. Y si te lo entrego es seguro que nunca más lo representará.

—Para ti resultaría más ventajoso matarlo.

—Sí. Pero perdería otra gran ventaja que puedo ganar al entregártelo.

—¿Que sería…?

—La alianza contigo. Sé que eres un obsesionado del poder, pero también que eres bueno porque posees ambición, sólo que no sabes a dónde dirigirla. Me gustan las personas ambiciosas. Estoy apuntando en la mejor dirección. —Will casi dejó que se le cayera la quijada. Snail Galford era tan bajo, que llegaba a ser brillante. De haber tenido la instrucción adecuada y nacido en clase noble, tal vez se habría convertido en rey—. Entonces no tengo cómo saber en qué te convertirás. Pero será en algo grande. Algo lo bastante grande para que me resulte ventajoso tenerte como aliado, a cambio de la vida de un viejo que no durará mucho tiempo.

—No pretendo hacerte otros favores.

Los «otros» de la frase anterior indicaban ya que al menos sí pretendía hacer ese favor. Snail, por dentro, aún era pura vibración.

—Tal vez tenga otras monedas de cambio que te interesen. Es así como funciona nuestro mundo, ¿no?

—¿A base de intercambios y traiciones? —Snail entendió el mensaje subyacente en la pregunta de Scarlet.

—¡Eh!, ambos tenemos cola que el otro puede pisar. Esa es la mejor manera de que dos personas no intenten traicionarse.

—Es verdad —dijo Will.

Snail sólo podía pensar en cuán buena parecía la vida de una hora para otra. Will se volvió y ya salía de nuevo del callejón cuando Snail preguntó:

—¿Podemos seguir con esto en la madrugada?

Will se detuvo, lo miró por encima del hombro y dijo:

—Tengo dos exigencias.

Ahora, de repente, la vida parecía «más o menos».

—Dime…

—Quiero setenta por ciento del tesoro.

En su pensamiento, Snail insultó a todos los semidioses que se le ocurrieron. Sin embargo, sólo dijo con firmeza:

—Veinte por ciento.

—Sesenta por ciento.

—Cuarenta por ciento.

—Cincuenta y cinco por ciento.

—Cuarenta y cinco por ciento. Es mi última oferta.

—Cincuenta por ciento o te las arreglas solo. —Will dio el martillazo.

Snail pateó el mismo pedazo de latón que Will había golpeado y dijo:

—Cerrado.

¡Bueno, que se pudra! ¡Si el gran tesoro contenía todo lo que se imaginaba, él compraría un reino con cincuenta por ciento del mismo!

Sin embargo, faltaba la otra condición.

—¿Y cuál es la segunda?

—Tu compañera.

—¿Cómo? —Snail no pudo ocultar su sorpresa.

—Puedes irte a tu viaje con el viejo esclerosado, pero a cambio quiero que tu compañera permanezca en Stallia, conmigo, a modo de garantía.

Snail Galford cerró los ojos y suspiró pesadamente.

La vida, de repente, parecía volver a ser mala.