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Axel Branford entró en el Salón Élfico y no sólo se sintió pequeño, sino también intimidado. No había grandes monumentos, cuadros, candelabros, altares ni las cosas que suele haber en los reinos humanos para causar el mismo impacto; en ese aspecto, el Salón Élfico era en cierta forma modesto. Había mucha luz, muchos cojines y muchas ventanas, así como fuentes y frutas y espacio. En definitiva, a los elfos les gustaban los espacios.

Mas no fue nada de eso lo que impresionó al príncipe. Lo que en verdad lo impresionó e intimidó era la cantidad de féminas vestidas en ropas de telas ligeras, adornadas con joyas y maquillajes, que esparcían un olor perfumado en el ambiente. A la espera de él.

Él entró y ellas lo observaron, curiosas. La sala era cálida pero fresca, y aun así a cada paso él se sentía sofocado. Debía haber allí, como mínimo, cincuenta elfas desperdigadas sobre grandes almohadones diseminados por el salón. Elfas de todo tipo: altas, bajas, flacas, gordas, de cabellos y ojos de los colores más creativos que un semidiós imaginaría.

Sin embargo, todas poseían algo en común: el color de la piel tendía al bronceado que se adquiere tras ser forzada a producir melanina por años, con la intención de soportar una isla constantemente asoleada.

Y, claro, las orejas que crecían en diagonal superior hacia atrás.

Las tres elfas que lo habían conducido le indicaron con gestos que debía proseguir. El camino desde la puerta hasta el fin de la sala terminaba en un trono esculpido en forma de un dragón sentado en dos patas, como en la posición de un perrito que deseara agradar para ganarse un hueso.

Sentado en él estaba el rey elfo.

Axel sintió una punzada cuando lo vio. El sentimiento de temor que aquel maldito elfo crecido producía era mucho, mucho peor que mirar, por ejemplo, a Radamisto, el gigante blanco de Minotaurus al que había vencido en la final del Puño de Hierro. De lejos parecía una figura formada de sombras y se movía en aquel trono como si el mueble fuera una hamaca incómoda, sentado en vertical, con el codo sosteniendo el rostro hacia abajo en uno de los brazos del trono, mientras una de las piernas descansaba encima del otro brazo.

A cada paso que daba Axel para acercarse a él, más ganas sentía de apartarse.

Era un elfo gigantesco, de casi dos metros de altura y con brazos gruesos como mazos. Vestía una bata abierta en el pecho como un ropón de seda, un pantalón largo sin bolsos y andaba descalzo. El rostro era triangular; los ojos, rojos, y apenas la tonalidad escarlata diferenciaba, como entre los niños elfos, la pupila del iris. En este caso, el iris era más rojo que el resto.

Era posible jurar que el rojo que coloreaba aquellos ojos élficos sombríos parecía sangre.

Al igual que los ojos, los cabellos eran rojos, pero de un carmín vivo. E intenso. Caían por debajo de los hombros y cubrían parte del rostro inclinado, como si toda aquella figura no fuera de por sí lo bastante sombría. Las orejas, comparadas también con las de los niños elfos, crecían, al contrario de las de las elfas, en diagonal hacia abajo, pero en este caso eran proporcionales al inmenso tamaño de aquel elfo. Las uñas eran gruesas, largas y llenas de grietas, como si nunca hubieran sido cortadas, sino roídas. Tenía vellos en los antebrazos, pero no había barba en el rostro marcado por surcos.

La figura del rey elfo se destacaba completamente en aquel ambiente ventilado y femenino. Más parecía una marioneta que no formara parte del espectáculo y que hubiera sido improvisada a la mera hora. Axel percibió que, cuando se le aproximó, lo que sacó al rey elfo del trance fue un movimiento de nariz; un movimiento que indicaba que él había percibido la proximidad de Axel por el olor.

Cuando el humanoide levantó la cabeza y apuntó aquellos ojos rojos en dirección al príncipe, Axel juró que ya no escuchaba su propio corazón.

Los dos, el rey elfo y el príncipe humano, se quedaron mirando, casi sin pestañear.

Pasó un minuto. Y dos. Y sólo al llegar el tercero el rey elfo preguntó:

—¿Eres tú?

Axel siguió mirándolo, sin responder. Sin siquiera saber qué responder.

—¿Eres tú el príncipe?

La voz era ronca. Parecía la de un león que se hubiera decidido a hablar en vez de rugir tras despertar.

Como no había nadie para presentarlo, el propio Axel cedió a la ceremonia y dijo:

—Su majestad, soy Axel Terra Branford, hijo de Primo y Terra Branford, hermano del rey Anisio Branford y actual primer príncipe de Arzallum.

Lo correcto, al menos para la cultura humana, hubiera sido que Axel hiciera una reverencia después de eso. Sin embargo ya no hizo nada, no porque no respetara al rey ante él, sino porque estaba demasiado concentrado e hipnotizado con aquel instante surrealista. En realidad, la situación le parecía tan fuera de serie, que no le hubiera extrañado ni hubiera considerado anormal que el rey elfo ordenara que lo guillotinaran o lo arrojaran en una cueva de tigres de colores bizarros.

El rey elfo se puso de pie.

El maldito era gigantesco y, desde el ángulo donde estaba, Axel lo veía todavía más grande. Apenas la porquería de manos de aquel elfo serían capaces de agarrar un cráneo humano y probablemente abrirlo como un coco. Como parecía un animal bárbaro, tal vez en realidad lo abriera y se comiera los sesos. ¿Quién podía saberlo?

Curiosamente, el rey elfo hizo lo mismo que él. Primero anunció su nombre y después su función, omitiendo cualquier referencia a la paternidad. Lo extraño del momento, sin embargo, fue que, como ya expliqué, la lengua erdim se basaba en intenciones, que dependían de la cultura y la comprensión del mundo que tuviera el receptor.

Así, cuando el rey elfo dijo su nombre, era de una comprensión muy difícil para la mente y el lenguaje humano, sobre todo por la ausencia de vocales. Lo más próximo en una interpretación gráfica sería: Ptrrr. Entonces, lo más cercano que el cerebro y el entendimiento de la comunicación humana de Axel Branford consiguieron comprender, al aumentar las vocales por instinto, fue el nombre propio: Peter.

Pero el título que acompañaba al nombre propio seguía siendo un problema. Porque, por más que las elfas le hubieran explicado anteriormente, el significado de la siguiente palabra era mucho más grande y complejo que el vocablo más parecido que el idioma altivo era capaz de producir: «tocado» o «elegido». No importa: cualquiera de las dos acepciones tendría un sentido pobre para transmutar aquella intención en la palabra dicha.

Entonces la mente de Axel, sin conseguir una traducción adecuada en su comprensión, retuvo la palabra original y le dio el sentido que no existía en el idioma altivo. Y fue así como Axel Branford comprendió el nombre del gigantesco rey elfo que estaba frente a él.

El único elfo crecido del mundo. El elfo elegido como el actual Señor de los Dragones. El rey elfo Ptr Pendragon.

Rey Peter Pendragon. Rey Peter Tocado.

Rey Peter Pan.