12
–¡Y cuando ella entró entendió todo mal!
María Hanson rio. Se encontraban en el establo de João, a donde ella había ido después de escuchar la versión de una irritada Ariane y sentir curiosidad por la de su hermano antes de decidir qué partido tomar.
—¿De qué te ríes? —preguntó João Hanson irritado.
—Bien. Sé que no tiene gracia, al menos en la situación actual. Pero estamos de acuerdo en que si una chica sorprende a otra saliendo del cuarto de su novio, y aparte lo encuentra a él con sólo una toalla alrededor de la cintura, no se ve como la situación más fácil del mundo de entender, ¿no es verdad?
—¿En verdad estás de mi lado?
—Yo siempre estoy de tu lado.
—Es que no pare…
—A no ser que te encuentres equivocado.
Se hizo el silencio entre ambos. João cerró la expresión. Otra vez.
—¿Y estoy equivocado? —preguntó, taciturno.
—¿No lo estás?
—¿Por qué lo estaría?
—Si te encontraras a un hombre saliendo del cuarto de Ariane y ella estuviera sólo con las ropas de abajo, ¿qué harías?
João no respondió. María dijo, en tono de regaño:
—Por mucho menos le reventaste la cara a otro muchacho.
João miró hacia fuera y se mordió el labio inferior, pensativo.
—Y maté a un hombre —susurró para sí mismo
—¿Qué dijiste? —ella frunció la cara, creyendo que no había comprendido.
—Que maté a un hombre.
María guardó silencio. Y luego dijo:
—Tú no mataste al conde por Ariane. Lo hiciste por papá.
João no respondió ni hizo comentarios. Volvió a mirar hacia fuera y a morderse el labio inferior, pensativo.
—¿Y por qué crees que estoy engañado?
—Porque no lo hiciste por causa de la ofensa o la agresión del conde contra Ariane; lo hiciste porque era la única forma de permitir un buen descanso para tu padre en la otra vida.
—No, me refiero en específico a Ariane. En el caso de ahora. ¿Por qué crees que soy yo el que está equivocado?
—João, en el momento en que la chica entró en este establo deberías haberle dicho que se fue…
João se volvió hacia María.
—Es la novia de mi tutor.
—¿Eso es una disculpa para tu actitud o una confirmación de lo que dije?
—¡Lo que quiero decir es que no sé cómo sería la reacción de él! ¡Un escudero debe preciarse de simplificar la vida de su señor en vez de traerle más problemas!
—¿Y dejar que se case con una mujer capaz de intentar seducir a su escudero es evitarle problemas?
João bajó la mirada. De vez en cuando odiaba sentirse el hermano menor.
—Me refiero a que sería mi palabra contra la de ella —dijo, en un susurro.
—Al menos serías tú quien estaría del lado correcto.
—¿Y si mi tutor le cree a ella y me expulsa?
—Entonces eso significará que él no te merece como escudero. Y que no está escrito que es con él con quien aprenderás cómo ser un caballero con principios correctos y buen sentido.
João continuaba agitado, en tanto que María aún creía que aquella agitación resultaba extraña.
—¿Por qué estás así, tan diferente sobre este asunto? Siempre fuiste un chico sensato. ¡Yo ni siquiera debería estar aquí hablando cosas que antes te habrían parecido obvias!
João no respondió. María comenzó a razonar por encima del hecho y entonces preguntó:
—Dices que Ariane cree que interrumpió un beso entre tú y la tal lady, ¿no?
João asintió dos veces.
—¿Y si ella no hubiera aparecido?
—¿Cómo?
—¿Qué habría pasado?
João Hanson tomó aire para responder. Pero no dijo nada. Lo más curioso es que su silencio decía más que cualquier palabra que hubiera dicho.
María Hanson concluyó:
—En este caso creo que Ariane hace bien en sólo querer ese collar de vuelta en el momento en que tú en verdad recuerdes el motivo para usarlo.
María salió de allí y dejó a su hermano solo. João Hanson tenía ganas de pegarle a algo con desesperación y lanzó un golpe a la pared, con lo que hizo temblar el vidrio de la ventana.
Después se sintió como un idiota. A final de cuentas sus problemas seguían ahí.
En su poco tiempo como escudero, lo que João Hanson más había aprendido era que los mayores enemigos que rodean a un ser humano no podían ser vencidos con la lámina de una espada.
Las conquistas más grandes no podían ser exhibidas como marcas de batalla.
Las mayores tentaciones y distracciones no venían del interior de los círculos de combate.
«¡Ariane, por el Creador, no hubo ningún beso!».
Y ningún dinero podría comprarle la paz interna que anhelaba.
«Claro, no lo hubo porque te atrapé, ¿no?».
Días malos estaban por venir.