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Ambos escucharon el grito con su nombre, el cual provenía del exterior del establo.

Con el susto, por reflejo, lady Almirena se apartó de la piel de João, quien suspiró pesadamente y cerró los ojos, sin saber si agradecía o no aquel momento. Había obtenido su milagro. Pero ya imaginaba el precio.

El grito de afuera provenía de Ariane Narin.

Lady Almirena se alejó y, sin decir nada, salió del establo. João se mordió los labios porque sabía que en el momento en que la dama cruzara la puerta, por la distancia calculada por el eco de la voz, se cruzaría con…

—¡Ah! —exclamó la muchacha rubia al cruzarse con una mujer solitaria que se escabullía fuera del dormitorio de su novio prometido, como si estuviera haciendo «algo malo».

El encuentro tomó a Ariane tan desprevenida, pero tanto, que la muchacha abrió mucho los ojos a su manera típica y se quedó con la boca abierta y la quijada caída.

En las manos traía una marmita con el almuerzo de João Hanson, de frutas mezcladas con un guisado.

La mujer pelirroja y pecosa pasó ante ella, la miró de arriba abajo, fijándose en detalles que sólo las mujeres perciben, desde la ropa hasta las uñas y el tratamiento del cabello. Ariane hizo lo mismo con ella por reflejo, pero sólo porque también era mujer y eso estaba en su instinto.

Y fue sólo cuando esa lady se apartó por completo y entró en la casa grande cuando Ariane salió de la conmoción y volvió a la normalidad. Eso significaba fruncir las cejas, arrugar la nariz, hacer una mueca furiosa, y entrar al dormitorio, iracunda, con la postura rígida y la expresión más enfadada que te puedas imaginar.

—João, ¿quién es esa lagartona que acabo de…?

Es obvio que la situación no mejoró ni un poco cuando vio a João Hanson apenas con una toalla cubriéndole la región por debajo de la cintura.

—João Hanson, ¿qué significa esto?

Como todo hombre atrapado en esa situación, João Hanson casi dijo por reflejo algo como: «Calma, no es lo que piensas», pero tuvo el discernimiento suficiente para saber que Ariane no se convencería tan fácilmente sobre los asuntos en que de seguro «estaba pensando».

—Ella sólo vino a avisarme del almuerzo.

Ariane se puso la mano libre en la cintura y se quedó en una pose incómoda, todavía sujetando la marmita con la otra:

—Ah, sí, imagino que ella debe tener hambre.

—¡Ariane!

—¡Y yo preocupándome por ti y caminando hasta aquí como una tonta, sólo para traerte este porquería! ¡Y te encuentro desnudo, con una mujer saliendo de tu cuarto!

—¡No estoy desnudo!

—¡Sólo porque grité tu nombre desde afuera! ¡Te di tiempo de ponerte una toalla en la cintura, so perro, cínico, sinvergüenza!

João se tapó la cara con una mano, lamentando la creatividad de la chica.

—¡Y si quedarse en toalla mostrando el pechito curado no es estar desnudo, no sé cómo llamarlo! Es más, ¿quieres saber?

Ariane aventó la marmita en medio del heno.

—¡Llámala para que te dé de comer en la boquita!

João caminó hasta ella.

—¡Ariane, no es nada de eso! Yo estaba aquí tomando un baño y ella entró para avisarme del…

—¿Y dejas que cualquiera entre en tu cuarto cuando estás tomando un baño?

—¡Ariane! ¡Esto no es mi cuarto! ¡Es un establo donde yo duermo en forma improvisada!

—¡Pues debería ser una perrera! —dijo ella cuando João se acercó e intentó abrazarla—. ¡Y no me abraces! —gritó en forma tan aguda, que él retrocedió de inmediato, levantando los brazos en señal de paz.

—Calma, Ariane.

—¿«Calma»? Calma porque tú estás del otro lado, ¿está bien? ¡Cuando supiste que Paulo Costard me había besado, fuiste y llenaste al pobre de golpes!

João apretó los dientes sólo de recordar aquel nombre.

—Ahora es mi turno de tener calma, ¿no? ¡Y mira que, en mi caso, yo estaba vestida, y cuando él me besó tú ni siquiera eras mi novio!

—¡Ariane, por el Creador, no hubo ningún beso!

—Claro, no lo hubo porque te atrapé, ¿no?

João apretó los dientes otra vez. Ahora la irritación era por no saber si Ariane tenía razón.

O no.

—¿Y quieres saber? ¡Quien le va a dar un golpazo a esa tipa ahora soy yo!

Ariane se volvió decidida para salir tras la pelirroja pecosa, cuando João la sujetó por la cintura, desesperado, haciendo que la chica se quedara corriendo en el mismo lugar.

—¡No! ¡Para! ¡Para! ¡No hagas eso, amor! —el abrazo y el término la sacudieron. Ariane se relajó un poco.

Y en ese momento odió que el abrazo de él se sintiera tan bien.

—Esa mujer es la prometida de mi tutor.

—¿Y desde cuándo las prometidas visitan a los escuderos en calzoncillos? Si así fuera, yo saldría por ahí también para avisar a un montón de amigos tuyos desnudos que ya llegó la hora del almuerzo.

João apretó los dientes. De nuevo.

Ariane se quitó del cuello el cordón de compromiso que unía a la pareja y se lo arrojó.

—De hecho, ¿quieres más? ¡Quédate con ese cordón que yo te di! ¡Y regrésamelo sólo cuando yo tenga un buen motivo para aceptarlo de nuevo!

Ariane Narin dejó solo a João Hanson y, aún con la postura rígida y la expresión enfadada, salió de aquel establo y azotó la puerta.

João suspiró.

Pasaron algunos segundos cuando la puerta se abrió de nuevo con brusquedad y la todavía furiosa Ariane asomó medio cuerpo para ordenar:

—¡Y después me devuelves la olla de comida, que es de mi madre!

Y azotó la puerta otra vez.

João Hanson levantó los brazos y miró a los cielos, irritado, preguntándose sinceramente si, en algún maldito lugar, los semidioses se estarían riendo de sus desgracias.