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Axel Branford despertó tosiendo, sin acordarse de mucho.
Se había desmayado por un momento, cuando su corcel atravesó una ola y siguió corriendo hasta parar en la arena de una playa que no era la misma de donde había partido. Fue necesario que le sacaran agua de los pulmones. Todavía estaba un poco morado. Pero había vuelto a respirar.
A su alrededor había algunos indios mohicanos y varias mujeres mucho más allá de lo que el término haría justicia. Ellas tenían piel dorada y ojos brillantes, voz sensual y aspecto guerrero.
Eran mujeres de vida militar y orejas puntiagudas.
Eran elfas. Las legendarias elfas amazonas.
—Seas bienvenido, príncipe Axel Terra Branford —dijo una elfa de largos cabellos negros que se acercaba, entre los indios mohicanos que le abrían el paso—. Yo soy Lirath, princesa hermana de tu prometida. Aquella que en algún momento te llevará a ella, si lo mereces.
Axel se levantó con dificultad y la visión turbia. Y con voz lenta dijo:
—Estas tierras, elfa, son realmente las tierras fantásticas, ¿son ellas…?
—Sí —refunfuñó ella, como si ratificar tal información al extranjero la molestara más que otra cosa—. Estás en tierras inaccesibles a tu raza sin permiso. Estás en tierras que, para nosotros, son las Tierras de Siempre, aunque para ti son las Tierras de Nunca Jamás.