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El corcel saltó y lo fantástico cobró forma. Otra vez.
Los cascos tocaron las aguas del mar salado y las patas no temblaron por el miedo a hundirse. Y siguieron corriendo. Y corriendo. Al igual que los caballos de los mohicanos que corrían delante de él, los cuales representaban allí el concepto de «realidad» en el que en ese momento ellos comenzaron a creer.
El hecho era que el agua, la cual debería absorberlos, sólo amortiguaba la carrera y los devolvía a la superficie. Era como trotar sobre las camas elásticas de los artistas circenses. Como correr ante una realidad de gravedad diferente. O como hacerlo a través del sueño de seres más grandes que ellos.
Era como correr por las líneas que dan su existencia a los cuentos de hadas.
Al fondo, sin embargo, las olas seguían creciendo y se partían con la misma violencia. La oscuridad volvía al mar mucho más aterrador que extasiante. Y el sonido cada vez más alto generaba temor. Y miedo. Y descuido.
Axel Branford mantenía las manos en las riendas del corcel para forzarlo a no desistir y a acompañar la carrera de los dos caballos delante de él. La carrera fantástica por encima de un mar oscuro maleable en dirección de olas gigantes que los partirían sin ningún esfuerzo.
Sin embargo, un hada había enseñado a aquel príncipe que, en momentos fantásticos, apenas se necesita una llave, pues sólo ella puede hacerlos realidad.
Y sólo ella puede destruirlos en segundos.
«Entiende que, en este mundo, el pensamiento es más peligroso que una espada».
El pensamiento. El pensamiento basado en palabras. En actitudes.
Y en sentimientos.
«Pierde la fe, deja que el ego domine y todo se volverá más difícil, ¿comprendes?».
¿Y cuando la fe no vacilaba pero el odio que crecía detrás de ella alcanzaba una intensidad cada día más difícil de frenar?
Tuhanny emitió su ¡kiai! cuando los tres caballos se convirtieron en tres pequeños puntos oscuros ante una inmensa pared de agua que parecía devorarlos. El ruido ensordeció los tímpanos. El olor se volvió embriagante. Y el corazón no se decidió entre acelerar o parar de una vez. Axel sacudió las riendas para ordenar a Boris que no desistiera.
El corcel siguió.
Y en el momento en que la pared de agua estaba por devorarlos, él saltó a su encuentro siguiendo a los dos caballos al frente. Tuhanny gritó y rasgó la noche de rojo, antes de lanzarse en la misma dirección de la inmensa pared de agua.
La ola gigantesca y estruendosa se rompió, hasta cubrir a todos con violencia.
Y el mar volvió a ser oscuro.