37

Ariane siguió con su madre por un camino tranquilo de día, pero extremadamente estremecedor de noche. De seguro pasaban de las diez horas. Y cualquier bulto de animal en medio de los matorrales hacía que los cabellos se erizaran y el sudor corriera despacio por la nuca. Al menos, en el camino, habían encontrado a una persona cuya presencia siempre las calmaba.

—¡Caray, madame, usted no se imagina cómo está cambiado João! Se ve más… fuerte, ¿sabe? ¡Pero no sólo por fuera, no! Quiero decir, por fuera también, ¿eh? ¡Finalmente es mi chico! —dijo, como si aquella fuera la conclusión más plausible y natural del mundo—. Pero me refiero a que por dentro también, ¿sabe? Maduró de una sola vez, ¿entiende? ¡Ya es prácticamente un hombre!

Madame Viotti, como casi siempre, sonreía.

—Querida, João es un muchacho muy especial. Sobrevivió a situaciones a las que otros no podrían sobrevivir y asumió responsabilidades desde muy temprano. La línea de vida de él recorre el camino del dolor. Y el dolor purifica más rápido.

Ariane se quedó pensativa y preguntó:

—¿Está obligado a recorrer su línea de vida por el camino del dolor?

—Si es que así fue escrito por el Creador.

—Dígame una cosa, ¿él no merecería caminar por el del amor?

Madame Viotti miró a Anna Narin, que no se entrometía en la conversación mientras las tres caminaban. Anna cargaba una lámpara. La luz era suficiente para entender la mirada de madame Viotti.

Ariane Narin tenía un camino escrito.

—Querida, dame un ejemplo de una pareja a la que consideres perfecta.

—Hum… fácil: ¡Axel y María! Quiero decir, aunque en las actuales circunstancias no haya funcionado, ¿no? Pero, si hubiera dado resultado, ¿sabe?

—¿Por qué los consideras perfectos uno para el otro?

—¡Ay, vaya! María es toda responsable, inteligente, luchadora y madura, ¿sabe? ¡Ella es linda! ¡Y Axel es excelente! Fuerte, gentil, cariñoso, agradable y, bueno, ¡encima de todo es rico!

—¡Entonces ellos son muy diferentes! ¿Por qué piensas que son perfectos?

—¡Pues por eso! ¡Esa es la gracia! María es la mejor de su clase y Axel, el más popular. Ellos como que…

—¿Se complementan? —preguntó madame, con cierto tono.

—Sí. —Ariane movió la cabeza—. Por ahí va.

—No es por casualidad. Así como João, María tuvo un camino difícil de vida, moldeado en el dolor. Axel nació príncipe, rodeado de privilegios, sin necesidad de hacer grandes esfuerzos para conseguir lo que quería. Axel recorrió un camino opuesto al de María.

—¡Pero él merece lo que tiene! ¿No vio cómo se esforzó en el torneo? ¡Se convirtió en el campeón del mundo!

—No estamos cuestionando sus méritos, querida. Estamos intentando entender los motivos de la creación.

—¡Oh! Suéltelo entonces.

—¿Cómo? —madame sonrió con la expresión.

—¡Ya entendí que cuando usted comienza a hablar despacio conmigo, medio enigmática, es porque quiere que preste atención y aprenda algo! ¡Y me estoy esforzando por entender lo que usted quiere decirme! Para no olvidarlo, hasta lo anoto allí, ¿sabe? ¡En… el libro! Porque yo quiero ser buena. Buena como usted. No quiero decepcionar a ninguna de ustedes.

Madame Viotti adoraba a aquella niña. Anna Narin, ni se diga.

—Querida, razona conmigo: ¿por qué la Creadora da vida a personas como María, con una existencia pobre y difícil, y a personas como Axel, ricas y con pocas dificultades?

Ariane cerró los ojos y pensó. Y pensó.

—Porque sólo valoramos lo que vemos en otro lado. Sólo damos valor a las cosas buenas cuando pasamos por situaciones malas.

—Cierto, ¿pero entonces por qué una persona como María es elegida para labrar un camino tan difícil? ¿Por qué, en lugar de ella, no le pasó a una persona de alma criminal, como la de muchos que nacen nobles?

—¿A causa de la línea del destino? ¿La que posee un camino escrito?

—Si así fuera, entonces la Creadora es injusta.

—Pero Ella creó a las hadas para ayudar a las personas.

—Entonces Ella es parcial. Porque no todas las personas reciben esa ayuda.

—¡La reciben las que pasan por las pruebas que Ella pone!

—¿Para qué?

—Para ver si ellas lo merecen.

Ariane se detuvo, atenta a lo que había dicho. Y miró de soslayo a madame Viotti:

—¿Es eso lo que quería que entendiera?

—¿Qué?

—Que debemos merecer el amor o el dolor que tenemos. Pero no del tipo: «¡Ah, seré buena para merecer eso!», sino: «¡Bien, sé que mi vida es un asco, pero no reclamaré e intentaré mejorarla!».

—¿Y por qué las hadas no ayudan a todas las personas?

—Porque las personas no se esforzarían.

—¿Y si no se esforzaran?

—No se volverían mejores.

—¿Entonces por qué la Creadora hace a personas en determinadas situaciones desventajosas respecto de otras?

—Porque quiere que ellas se vuelvan mejores al superar los problemas.

—¿Y las personas que nacen como Axel y, al contrario de él, se acomodan?

—Se volverán peores.

—O no se volverán nada. Y pasarán una vida entera sin evolución.

—O eso. Pero ¿cómo una vida entera? ¿Cómo una persona podría tener otra vida?

—Nosotros somos parte de una creación, ¿no es así?

—Sí.

—Tenemos una Creadora que no es injusta ni parcial, ¿correcto?

—Sí.

—Entonces, en la mente de Ella coexisten millones de universos. Así es en la mente de Ella y en la mente de sus semidiosas.

—Son los lugares que visito en el viaje.

—Sí. Aquellos son algunos de esos lugares. Existen millones de ellos; millones de otros mundos de éter vivos a través de ellos. ¡Mira el cielo, querida! ¡Son miles de estrellas, cada una produciendo millones de universos!

Ariane observaba las estrellas de Nueva Éter en el cielo. Y razonar de la forma en que se le proponía resultaba demasiado fantástico.

Madame Viotti continuó:

—Ahora concéntrate en la figura de una única Creadora. Imagina que cada mundo creado por Ella es una parte de la misma dualidad que propones.

—Valorar sólo cuando se ve en otro lado.

—Eso. Imagina a esa dualidad recorriendo una mente semidivina en cada creación. El resultado será que cada Creadora repetirá fragmentos de esa dualidad en universos diferentes.

—Todavía no comprendo todo, madame, pero estoy llegando a eso.

—Lo que sea que haya hecho Ella al haberte creado en las condiciones en que te creó, el motivo que recorre a esa creación, también estará presente en cada universo diferente que ella vaya a crear. Y tú no te disocias de esa otra creación, ¿entiendes?

—Más o menos.

—¡Tú vives en cualquier mundo de éter que la Creadora de este universo genere, Ariane! Tal vez tengas otro nombre. Tal vez tengas otra forma. Tal vez jamás te acuerdes. Pero, si el motivo de Ella, al crear otra personalidad en otro universo, fuera el mismo de tu creación en este de aquí, entonces formas parte de esa nueva creación por parte de Ella, ¿comprendes?

—Entonces yo… no sería sólo una persona. ¿Sería casi… lo que estaría clasificado como un «motivo»?

—Una energía.

—¡Entonces la muerte no sería el fin! ¡Tampoco Aramis ni Mantaquim serían el fin!

—No existe el fin. No existe el principio. Todo simplemente es.

Ariane estaba fascinada. En extremo fascinada.

Y fue entonces, y sólo entonces, cuando se dio cuenta de que las tres ya habían estado en el mismo lugar hacía tiempo. Ella casi no lo había notado. Habían llegado al final de un claro. Al frente había un monte del que ella no distinguía aún lo que había abajo, pero estaba loca por verlo, porque cierta iluminación venía de ahí, e incluso voces de vez en cuando. Antes, sin embargo, ella misma concluyó:

—¡Todo lo que usted dice, madame, es totalmente fantástico! No lo olvidaré —madame Viotti le sonrió—. Pero ¿por qué nos detuvimos aquí?

—Porque necesitábamos que comprendieras eso antes de continuar, hija —dijo al fin Anna Narin.

Cada día Ariane Narin comprendía un poco más el mundo y se comprendía un poco más a sí misma. En definitiva, aquel camino que había iniciado era en verdad un camino sin retorno.

Como todo camino espiritual que un ser humano asume en la vida, era imposible querer volver a ser ciego después de haber mirado.

Anna Narin dio el primer paso en dirección al monte, seguida de madame Viotti.

Y entonces Ariane vio.