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Ariane Narin despertó en su cama, con la sonrisa que precede al sueño tranquilo de la niña enamorada que se despidió hace poco del amado. Estaba por cerrar los ojos para volver a dormir, cuando su madre entró en el cuarto:

—Levántate, querida. Necesitamos salir.

Ariane se preguntó qué hora sería. Probablemente cerca de las nueve o diez de la noche.

—¿A dónde vamos a esta hora, madre?

—Es hora de que conozcas un aquelarre de verdad.