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Snail Galford y Liriel Gabbiani se hallaban ante la Solitaria, la misma prisión donde Robert de Locksley, hoy primer ministro de Stallia, había pasado años preso.

—¿Él está allí adentro?

—Sí.

—¿Y en verdad pretendes liberarlo?

—Sí.

—¿Y sabes lo que implicaría hacerlo?

—Lo sé.

—Y aun así quieres seguir con…

—Sí.

Silencio.

—¿Quieres saber? —preguntó ella—. ¡Creo que esta vez no debe haber planes minuciosos ni prevención de situaciones hipotéticas!

—¿Cómo es eso?

—Esta prisión no sigue una rutina. Ellos la modifican en forma constante justo para evitar planes de este tipo.

—Cierto, pero hasta una rutina alternada sigue un patrón.

—Sí, pero en nuestro caso me parece que lo más eficiente es actuar de la misma forma y asimismo romper un patrón.

—¿Qué quieres decir, so loca?

—¡Que reúna a sus chamacos, señor improvisación! No estudiaremos este lugar ni volveremos aquí dentro de algunos días. ¡Lo invadiremos ahora mismo!