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–¿Eres tú el capitán que nos fue anunciado? —dijo el rey Anisio Branford para iniciar el diálogo.
—Sentiría tal confirmación más como la de un hombre que ya fui que la de aquel que soy ahora —dijo el señor flaco y desharrapado.
—Por muchos años, muchos buscaron el paradero de Lemuel Gulliver.
—Y sólo lo habrían encontrado si yo aún aceptara esa identidad. Y la corroborara.
El rey Anisio se acomodó en el trono y miró a la capitana Bradamante. En ese momento sólo los tres estaban en el Salón Real. Ninguno de ellos en una posición en extremo confortable.
—¿Y tienes alguna prueba concreta que compruebe tu afirmación, señor… Spriggins?
—Ninguna que me importe, su majestad, aunque sería fácilmente reconocido por uno de los «originales», como su padre.
El rey asintió. Y, en un tono comprensivo, comentó:
—Lamento también la falta de circunstancia para que él te reconociera. Sin embargo, existe otra forma de ratificar lo que dices.
—¿Hay algún original presente en este palacio?
—No, no es uno de los originales —dijo una cuarta voz que entraba en el Salón Real—. Pero sí uno que estuvo al lado de ellos.
El que hablaba se aproximó con su caminar excéntrico característico. Se podría decir que incluso el desharrapado sonrió.
—Señor Spriggins —continuó el rey, todavía ignorando el título anunciado del visitante—. ¿Sabes quién es este hombre que ha entrado?
—Sabino von Fígaro, consejero de la Sala Redonda, especialista en las artes de las tinieblas y eximio estratega militar, responsable de ayudar a Primo Branford a lo largo de la Cacería de Brujas antes incluso de que el molinero se convirtiera en rey.
Anisio y Sabino se miraron. Y parecieron gustar de aquello.
—Hoy —continuó el rey—. Sabino von Fígaro regresó como el octavo consejero real, y también ocupa el cargo de general y comandante de la Orden de los Caballeros de Helsing.
El desharrapado movió la cabeza.
—Dudo que alguien en este reino tenga mayor experiencia y mérito para tal hecho. El título asumido demuestra una extrema justicia, su majestad.
El rey se volvió hacia Sabino.
—General Sabino von Fígaro, ¿reconoces a este hombre aquí presente?
Sabino se aproximó al hombre cansado. Entrecerró los ojos, se rascó la mandíbula y dijo, con la excentricidad de siempre:
—En un villorrio existen dos hermanos gemelos. Uno siempre dice la verdad. El otro siempre dice mentiras. Pero nadie sabe diferenciarlos. Sin embargo, los dos fueron testigos de un crimen con dos sospechosos. Es preciso que uno de ellos identifique al culpable.
El señor agotado asintió dos veces con la cabeza, en señal de que entendía.
—¿Cómo harías para identificar al sospechoso correcto si sólo tuvieras el derecho de hacer una única pregunta a uno de ellos?
El hombre ni siquiera titubeó:
—Le preguntaría lo siguiente a cualquiera de los gemelos: ¿cuál de aquellos dos hombres diría tu hermano que es el culpable? El hombre señalado resultaría liberado.
Sabino soltó una risa larga y dijo:
—¡Me emociona saber que estás vivo, capitán Gulliver!
Ambos se estrecharon las manos y se abrazaron como parientes que no se han visto en mucho tiempo.
Bradamante y el rey Anisio se miraron, sorprendidos, primero intentando entender el motivo y el razonamiento de la historia preguntada, y después el motivo de que aquello sirviera como base para tal conclusión.
La demora en cuanto al razonamiento se justificaba: hasta los semidioses podrían perder una dosis de eternidad para comprender el enigma.
—General Sabino, ¿podrías, sólo a título de curiosidad, hacernos comprender tu razonamiento?
—Con todo placer, su majestad. El capitán Lemuel Gulliver siempre fue uno de los hombres más inteligentes que he conocido en estas tierras. Y no por casualidad es un excelente capitán de navíos, médico cirujano e incluso diría que escritor.
—El general Sabino me sobrevalora.
—Una de nuestras grandes diversiones consistía en practicar juegos de inteligencia y razonamiento para probarnos uno al otro. Cada vez que el capitán salía de viaje, regresaba con uno o dos juegos que me obligaban a ir más allá de mi límite para encontrar la mejor respuesta.
—Nada que nuestro profesor no haya hecho conmigo.
—Y este acertijo que él propuso fue el último que me hizo, antes de que nunca más nos encontráramos.
El rey comprendió y se levantó del trono.
—Entonces no hay más dudas. Capitán Lemuel Gulliver: es un honor para este palacio recibirlo una vez más.
El capitán se arrodilló.
—Su majestad, yo, que lo vi de niño, afirmo que el honor es mío de mirar ahora al hombre y el rey en que se convirtió.
Bradamante interrumpió la ceremonia:
—Rey Branford, admito lo emotivo del momento, en el cual nuestro capitán fue oficialmente reconocido por el general Sabino, pero en nombre del propio necesito manifestar la urgencia y la angustia de lo que él, desgraciadamente, debe decir. Creo que no sería ni un poco impropio si dejamos para otra ocasión las formalidades que la llegada de un héroe de guerra merecería, en pro de las decisiones que deberán ser tomadas.
El rey Anisio miró a su capitana y no tomó ninguna de sus palabras como ofensa. Entonces se volvió al capitán Gulliver y dijo:
—Si eres el original que luchó al lado de mi padre, el rey Primo Branford, entonces cuéntame, capitán, lo que sucedió en esos años en que renegaste de tu título y tu historial. Y qué fue lo que ocurrió tan importante, al grado de venir hasta aquí en persona, a riesgo de que nadie te creyera.
El hombre suspiró. Sabino se apartó y tomó posición para escucharlo. Entonces el capitán dijo:
—Su majestad, como capitán de la armada de Arzallum navegué por mares dentro de este mundo y conocí pueblos y culturas de características inimaginables para quienes nunca estuvieron en contacto con ellos.
—Te creo, capitán. Ya tuvimos contacto con Labuta y sus gnomos ingeniosos, que nos presentaron la ciencia de la magia roja.
—¿El Etherpunk?
El rey se mostró sorprendido.
—Sí, esa ciencia.
—En Oriente ha sido utilizada desde hace tiempo. Ustedes ni siquiera se imaginan en lo que se convertirá este continente en cinco años.
—Nos lo contarás a su debido tiempo. Pero ahora dinos qué es tan importante que requiere de nuestro conocimiento.
—General Sabino, debes acordarte de mi esposa…
—La señorita Mary Burton Gulliver —respondió de inmediato el general—. Segunda hija de Edmund Burton, conocido negociante burgués que alcanzó la riqueza con la venta de medias de buena calidad.
—Mi casamiento con Mary lograba una visible dualidad. Cada uno poseía un lado que el otro no comprendía, y por eso nuestra unión no daría el resultado que le parecía al público ajeno. Mary no comprendía mi deseo de conocer culturas y navegar el océano en pos de conocimientos que desafiaran mi visión del mundo. Yo no comprendía su ambición social y su obsesivo deseo por bienes materiales y estatus progresivo para el apellido de la familia. Cuando estaba con ella, mis pensamientos se hallaban en el océano. Cuando estaba en el océano, no me acordaba de pensar en ella.
—Capitán Gulliver —dijo Bradamante—. Disculpe que interrumpa su narración, pero una vez más necesito ser objetiva debido a la urgencia: ¿en verdad eso es relevante para nuestra actual y urgente situación?
—Sí, capitana, a partir del momento en que fue a causa de ella que esa situación se suscitó.
Se hizo el silencio. Y Gulliver continuó:
—Rey Branford, todos ustedes saben con seguridad lo que representa el Pacto de Swift.
—Un documento que establece un armisticio entre los reinos humanos y gigantes, basado en la no intervención de ninguna de las partes en las regiones pertenecientes al otro.
—Y saben por qué el pacto recibió ese nombre.
—Porque era la estrella que brillaba más fuerte la noche en que fue establecido.
El capitán asintió. Dos veces.
—Pues esa noche ocurrieron también muchas cosas que no se saben. ¿Acaso todos aquí recuerdan el escenario político en torno al pacto?
Sabino tomó la palabra:
—La guerra entre gigantes y elfas amazonas había tomado proporciones absurdas. Los reinos humanos, que estaban en medio del fuego cruzado, comenzaron a ser alcanzados, y los humanos necesitaban tomar partido. Y este partido se inclinaba por el lado élfico.
—A título de curiosidad: ¿existen elfos adultos hoy en día?
—Sólo el rey Elfo, su majestad —concluyó el capitán.
En la época de la guerra entre las dos razas, la Tierra Élfica se componía en exclusiva de elfas amazonas, niños elfos e indios mohicanos.
—Es verdad que los indios en esa sociedad son permitidos sólo para… —Bradamante quiso completar la frase, pero le resultó difícil hacerlo.
—Reproducción, capitana —dijo Gulliver—. En la Tierra Élfica, los elfos no crecen; mantienen su pureza y su edad infantil mientras permanecen en su lugar natal. Así que, para reproducirse, las elfas aceptan la presencia de indios mohicanos en sus tierras y eligen a los mejores ejemplares para sus descendencias.
—Eso me suena como tomar a un hombre por un caballo —dijo la capitana.
—Comprendo tu visión. Sin embargo, los años como hombre de mar y la curiosidad por la naturaleza humana me enseñaron una lección que tomé como un perfecto axioma: las culturas no se miden por las señales de más ni de menos. Si así lo hiciéramos, en verdad que tendrían mucho espanto en relación con las actitudes de la cultura humana.
—Capitán Gulliver —el rey retomó la conversación—. Concluye, por favor, el relato sobre el día en que se firmó el tratado. Hasta donde sabemos, los humanos tomarían el partido élfico y eso significaría entrar en combate directo contra el ejército gigante.
—Un combate en el que tal vez saldrían victoriosos, pero que destruiría buena parte de los reinos humanos en el fuego cruzado, ¿están de acuerdo?
—Perfectamente —dijo el rey.
—Entonces un mensajero gigante fue enviado al rey Primo.
—¡La princesa Gumdalclitch! —dijo Sabino—. Yo estuve presente en ese encuentro. Una princesa que hablaba muy bien de ti, capitán Gulliver.
—Cuando yo la conocí ella tenía la edad que para nosotros correspondería a la de una niña de nueve o diez años. De cualquier forma yo no estaba presente en el reino en esa época. Por desgracia me hallaba navegando por los mares de Antílope. Quizá todo habría sido diferente de haber estado aquí.
—Sé que mi padre, Primo Branford, escuchó la propuesta de armisticio entre hombres y gigantes. Una suspensión de guerra basada en la no intervención. De esa forma los humanos se comprometían a no subir jamás a Brobdingnag sin invitación, en tanto que ningún gigante bajaría a ningún reino humano sin cumplir el mismo requisito.
—A no ser en casos como la ocasión especial de la coronación del rey Anisio, por ejemplo, en que fueron debidamente invitados —abundó Sabino.
—Sin embargo, aceptar el armisticio habría implicado dejar a la raza élfica a su propia merced. Pero el rey Primo estaba involucrado en una cacería que ya le exigía esfuerzos. Y recursos.
—Y si esa decisión estuviera en mis manos en los días actuales —dijo el rey Anisio—, no me cabe duda de que habría hecho la misma elección.
—Sin embargo, lo que nadie sabe, su majestad, es que antes de regresar a Brobdingnag la princesa se encontró con mi mujer.
Los otros tres, incluyendo a Sabino, cambiaron de posición. Ahora por fin comenzaban a entrar en terreno desconocido.
—Y ella, llevada por la simpatía hacia mí, extendió tal simpatía a mi esposa y la invitó a Brobdingnag. Mary se enamoró de la forma en que fue tratada allá y ganó en el reino gigante la misma importancia que tiene un consejero real aquí en Arzallum.
Los tres se miraron asustados.
—¿Mary Burton se convirtió en consejera militar? —preguntó la capitana Bradamante, estupefacta.
—No llegaría a tanto. Pero también es un cargo que ocupa ocasionalmente. Lo que le interesa a Mary es satisfacer sus ambiciones. Y ella pretende llegar al ápice de la escala social humana.
—Y eso significaría… —comenzó la capitana.
—Capitana Bradamante, ¿cuál es la mayor posición social que una mujer puede alcanzar en la sociedad humana?
—El estatus de reina de una nación —respondió Anisio Branford a bocajarro, antes que la capitana.
Su tono era grave. Su expresión, de incomodidad.
—Entonces —concluyó Sabino, con los ojos entrecerrados—, ¿Mary Burton pretende convertirse en reina de una nación?
—Capitán, disculpe la pregunta, pero ¿cómo tuviste acceso a semejantes datos, informaciones que no llegaron ni al Gran Palacio?
—Porque fui invitado por ella y estuve en aquellas tierras.
Una nueva sorpresa para los presentes.
—¿Estuviste en Brobdingnag? —preguntó un confundido Sabino.
—Estuve en la capital, Lorbrulgrud. Y aún más: me puse delante del rey Blunderbore, de su reina y de mi esposa. Fue cuando me llevé la sorpresa más grande de mi vida. Y mira que hablamos de un navegante —el capitán se detuvo, suspiró y al fin concluyó—: Entonces Mary Burton me entregó a mi hijo en las manos.
El rey Anisio se rascó la barba, sin concluir nada.
—¿Tú no sabías que ella estaba embarazada?
—No. Ni desconfiaba al respecto. Como ustedes saben, tenemos una hija de nombre Isabel, ya casada y madre de dos hijos, que hoy vive en la ciudad de Silbra, aquí, en Arzallum, si no me engaño. Hasta ese momento imaginaba que se trataba de la única heredera que poseía.
—¿Entonces tu segundo hijo nació en Brobdingnag? —preguntó la capitana Bradamante, al notar el absurdo de que una persona tuviera un hijo con esa nacionalidad.
—¿Encuentran una ironía mayor? —ninguno la encontró—. El hecho es que esto hizo de Mary una celebridad en aquellas tierras. La madre de una criatura única en el mundo: un bebé humano nacido en Brobdingnag.
—Y así comenzó su escalada social —concluyó Sabino.
—En realidad ese sólo fue el comienzo. Más tarde entendí que el acto de llamarme y entregarme allí al niño era parte de un plan mayor. ¡Del plan para que ella llegara a la cumbre!
—Entonces allí comenzó el plan de Mary Burton de convertirse en reina —concluyó el rey.
El capitán asintió tres veces con la cabeza. Y preguntó:
—¿Cómo es el nombre de aquella estrella de los gobernantes manipuladores?
—Maquiavel —respondió Sabino.
El capitán Lemuel Gulliver levantó las cejas y asintió, al concordar con la respuesta.
—Pues ahí lo tienen: la parte más maquiavélica de ese plan viene exactamente ahora.