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João Hanson había abrazado a su madre y a su hermana y besado a su novia («novia prometida», ¿eh?) antes de entrar en el carruaje de su nuevo amigo, en el cual se dirigía en ese momento a la hacienda de su tutor, el caballero Reinaldo Grimaldi. Estaba por oscurecer y él sabía que si caía la noche no sería bueno bajo ninguna circunstancia. Y si aparte llegaba después del plazo establecido, entonces…

Lo que más sorprendió al escudero, sin embargo, fue que a lo largo del camino el joven De Marco paró su carruaje para llevar a una dama que iba «en la misma dirección» hacia la que ambos cabalgaban.

—Déjame ver si entendí —dijo João, antes de que la dama subiera al carruaje—. Estuviste jugando a los galanteos a lo largo del almuerzo con mi hermana, y unos minutos después, frente a mí, ¿pretendes flirtear con otra dama? ¿Es eso lo que debo entender?

João hablaba en serio. Sin embargo, Juan de Marco trató todo como si fuera una gran broma.

—¡Eh, no te preocupes, guardaespaldas trol! Sólo hablamos de una amiga. Es más fácil que convivas con ella e irrites a la señorita Ariane que yo haga lo que propones con María.

Tocó el turno de João de relajarse. Y de decir, como en una broma en la que se habla en serio:

—Siempre es bueno encontrar personas conscientes, que aprecian sus vidas.

La joven Almirena había subido al carruaje. Tendría la edad de Juan de Marco, no más de diecinueve o veinte años. Probablemente diecinueve. El hecho era que Almirena era una pelirroja de rasgos finos, pecas en el rostro y voz dulce. Usaba un vestido de lino noble a la altura de los tobillos, insistía en hablar en segunda persona, como se entrenaba a las damas, y parecía conocer a De Marco de otros tiempos.

—Mi padre está ocupado con la parte de los negocios de venta y extracción de madera —dijo De Marco—. Aún no sé exactamente por qué, pero parece que Andreanne, de repente, comenzó a necesitar con desesperación el triple de lo que normalmente requiere.

—Por lo visto, entonces —dijo aquella dama de voz dulce—, tu padre tendrá que emplear a más personas. O exigir el doble de trabajo de los leñadores.

—No hay cómo exigir el doble de trabajo a los leñadores. Son hombres que dan lo máximo que pueden todos los días y llegan hasta más allá de lo que aguantan por las horas extra cuando se les pagan —dijo João Hanson.

Ambos lo miraron de manera curiosa.

—Oí hablar de eso —dijo la joven—. Hoy conversé con un barón que comentó que los leñadores acostumbran dosificar sus energías a lo largo de las horas de trabajo normales, de modo que les sobre fuerza para ganar un poco más con las horas extras.

—Con todo respeto, madame, sinceramente dudo que su amigo barón haya levantado un hacha una sola vez en su vida para saber de lo que habla. Me gustaría que él me mostrara cómo se conserva la energía cuando se tiene la obligación de golpear docenas de veces, con la lámina afilada de una herramienta pesada, en el mismo punto del grueso tronco de un árbol bien enraizado.

Almirena dejó de mirar a De Marco y se volvió hacia el joven Hanson:

—Señor Hanson, pareces conocer bastante el universo de los leñadores. ¿Nuestro amigo De Marco te ha llevado a conocer su negocio de familia relacionado con la extracción de madera?

—En realidad, señorita, el señor De Marco no tiene conocimiento, pero mi padre trabajó para él como leñador y yo lo sustituí cuando quedó imposibilitado de continuar.

El propio De Marco levantó las cejas, sorprendido. Almirena pensó que aquello era una curiosidad fascinante.

—Mira nada más. ¡Quién lo diría! ¿No es verdad? Eso explica bien tus brazos fuertes —dijo, acompañando el gesto de miradas; De Marco sonrió con el comentario, pero João no—. ¿Y qué imposibilitó a tu padre de continuar, señor Hanson? ¿Algo como un accidente desdichado o a consecuencia de la edad?

—Un pacto de magia negra establecido con un conde que se metía con las fuerzas oscuras.

Se hizo un silencio en aquel carruaje, que por un momento amenazó con ser perpetuo. Fue De Marco quien cortó con él:

—¿Sabe, señorita Almirena? El señor Hanson fue el caballero que pidió hace poco el Tribunal de Arthur, ¿se acuerda? El del conde Edmundo. Usted deber haber oído…

Almirena expandió todos los músculos de la cara.

—Ah, ¿tú eres el aprendiz que mató al conde? ¿El que está bajo la tutela del caballero Grimaldi?

João se sorprendió de que ella conociera aquellos detalles.

—Nuestro amigo Hanson posee una experiencia de vida fascinante para alguien de su edad, señorita. Fue él también el que sobrevivió a los siete años al macabro caso de la Casa de los Dulces.

—¿Cuántos años tienes, señor Hanson? —una pregunta así hecha por ella a un varón no era tomada como ofensa, mas si hubiera sido al contrario…

—Estoy a pocos días de los dieciséis, señorita.

—Me impresiona tu historia. El nombre de tu familia debe estar en ascenso.

—En realidad, él es hermano de la joven Hanson, elegida por el actual primer príncipe de Arzallum.

—¿La plebeya? —dijo Almirena, sin dejar claro si había en la frase un aire de curiosidad o desdén.

—De corazón mucho más noble que el de cualquier noble que haya conocido —dijo João Hanson, deseando que lo hubiera dicho con desdén.

—En el actual escenario, cuando João Hanson se consagre caballero, el apellido Hanson pasará a un nivel superior. En realidad, una escalada social tan impresionante que recordaría a la de la familia Branford.

Almirena continuaba pensando que todo aquello era en extremo fascinante.

—¿Y sobre tu tutor, señor Hanson?

—¿Cuál de ellos? ¿El temporal o el verdadero?

—El actual.

—¿Qué tiene?

—¿Quién sería, digamos, el verdadero?

—El general de guerra y héroe original lord Ivanhoe.

Almirena volvió a poner una expresión curiosa.

—¿Será que lograremos llegar a nuestro destino sin que el señor Hanson deje de sorprenderme? ¿Pero entonces, señor Hanson, qué piensas de tu actual mentor, Reinaldo Grimaldi?

—Es riguroso. Como era de esperarse.

—¿Qué es lo que más te irrita de ese rigor?

—No sería relevante para esta conversación.

—Me gustaría conocer un poco sobre tu universo.

—Con todo respeto, no soy una obra de teatro ni un juego de entretenimiento, señorita Almirena. Tomo en serio la vida que escogí y, sobre todo, el código que ella exige. Y un aprendiz que se queje con un extraño de su tutor no merece estar bajo su tutela.

De Marco sonrió ante la expresión decepcionada de Almirena.

—No se asuste con la franqueza de mi amigo, lady Almirena. Detrás de ese caparazón late un corazón puro. ¿Saben? Yo no viví las experiencias de nuestro amigo ni su vida de privaciones, pero aun así, en lo que llaman mi vida fácil, leí a grandes autores y aprendí mucho con las estrellas.

—¿Cómo, señor De Marco?

—¡Sí, sí! Existe una que me enseñó todo lo que necesito saber de esta vida. Una estrella que se localiza al oeste, donde los luceros románticos se reúnen, donde brilla la estrella de Blake White.

—Mi hermana me habló de ella. La primera estrella romántica —dijo João.

—No, las estrellas de Blake y de Blake White son dos astros diferentes, pero que brillan por motivos semejantes.

—¿Y qué te enseñó Blake White, señor De Marco? —preguntó lady Almirena con curiosidad.

—Me enseñó que sólo existen cuatro preguntas en la vida: ¿Qué es realmente sagrado? ¿De qué está hecho el espíritu? ¿Por qué vale la pena vivir? ¿Por qué vale la pena morir?

Lady Almirena miró a João Hanson, a la espera de que el muchacho dijera la respuesta. João se mantuvo quieto. Y don Juan concluyó:

—La respuesta a todas ellas es la misma: sólo el amor —remató con la mirada desenfocada—. Sólo el amor.

Lady Almirena continuó mirando a João Hanson y sonriendo. João bajó la cabeza, miró su cordón de compromiso y dijo:

—Bueno, aquí me bajo.

João pareció salir de su trance, hizo una seña y el conductor del carruaje lo detuvo.

—Gracias por traerme hasta aquí —dijo João.

—El placer fue mío —y se despidieron con un apretón de manos.

—Señorita.

João sólo iba a asentir con la cabeza y retirarse cuando Almirena le extendió su mano. Hecho eso, como era su obligación, él tomó la mano y la besó.

Cuando salió y el carruaje se echó a andar, ella dijo:

—Fascinante ese muchacho.

—En realidad, toda su familia lo es. Incluso la parte que se unirá.

—¿Cómo es eso? —preguntó ella, sorprendida.

—¿Acaso no notó el cordón, señorita? —dijo don Juan, en tono provocador—. Él es el novio prometido de la más joven Narin. La misma que sobrevivió al otro caso macabro.

Almirena cerró la expresión. En definitiva, João Hanson no paraba de sorprenderla.

—¿Y cuál es el nombre de ella?

—Ariane. Ariane Narin.

La mujer cerró los ojos. Juntó los labios. Y movió la cabeza, con la nariz apuntando para arriba.

—Ariane, ¿eh?

Aquellos nombres sonarían en poco tiempo.

Con la intensidad de un tifón.