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Blanca Corazón de Nieve entró. Caminó como reina y se apostó delante de su trono. Se arrodilló e hizo una reverencia a Anisio Branford. El rey de Arzallum devolvió la reverencia. Sostenía en las manos el bastón de oro real y, extendiendo los brazos, se inclinó un poco para ofrecérselo a Blanca.

La reina lo aceptó.

Después se colocó frente a los nobles y lloró cuando vio a su padre y rey, Alonso Corazón de Nieve, caminar hacia ella con una corona de oro y diamantes en forma de estrellas de cinco puntas casi idéntica, sólo un poco más chica que la de Anisio Branford, en las manos.

El rey Alonso Corazón de Nieve también lloraba.

La reina inclinó la cabeza en señal de humildad para aceptar la corona que la consagraba. Los tres —dos reyes y una reina— hicieron otra reverencia, y la reina de Arzallum se sentó en el trono al lado de su rey. Los nobles se arrodillaron de nuevo. El rey Alonso derramó otra lágrima.

Y la reina Blanca Corazón de Nieve se aclaró la garganta, lista para hablar.