28

Liriel Gabbiani rondaba alrededor de una barra improvisada. Giró en corto, dio un salto mortal con el cuerpo estirado y cayó de pie como si fuera la cosa más natural del mundo.

Detrás de ella, una voz la asustó:

—Volveremos a Arzallum.

—¿Te cansaste de patrullar el puerto con tus niños?

—Me llevaré a los muchachos conmigo.

—Pensé que tu interés era darles una identidad.

Snail se acercó a ella, con gesto de desprecio.

—¡Mírame bien a la cara, Gabbiani! —ella lo miró y sintió ganas de reír—. ¿Crees que en verdad pienso eso?

—No. Sinceramente no lo creo.

—¿Por qué no?

—Porqué tú eres el tipo de sujeto que debe creer que a un gobierno no le importan los huérfanos en sus tierras, sean nativos o adoptados por ella.

—¿Y estaría equivocado?

—No puedo juzgar lo que sientes en la piel.

Snail mantuvo la expresión hermética. Le gustaba el razonamiento de aquella muchacha. En verdad le gustaba.

—Mi interés era darles una sensación de familia. Y eso ya lo conseguí. Ellos se apoyan, pelean entre sí, pero también resuelven las pendencias entre sí. Es más: se protegen. Ninguno de ellos sería capaz de traicionar al otro.

—¿Y si uno de ellos lo hiciera?

—¿Quieres saber cómo reaccionaría yo?

—Cómo reaccionarían ellos.

—No sé, tal vez le dieran una paliza. Tal vez lo expulsaran para siempre. Tal vez.

—¿Lo mataran?

Snail se encogió de hombros.

—Quién sabe.

Liriel se espantó con su reacción.

—¿Y a ti eso no te importa?

—¿El castigo de algo que no sucedió, cometido por personas que no existen? No, no me importa.

—¡Ay, cuando quieres eres de lo más irritante! —Liriel arrojó una toalla hacia él; Snail la esquivó y la miró caer al suelo—. ¿Quieres recogerla?

Snail hizo cara de idiota.

—Fuiste tú la que la lanzó.

—¡Si no te hubieras quitado, no habría caído al suelo!

—¿Entonces la culpa de que esté en el suelo es mía?

—¡Sí, desde el momento en que me irritaste al grado de que te la arrojara a la cara!

—¿Debería haber permitido que acertaras?

—Sí, como castigo.

—¿Un castigo que tú decidiste?

—Sí. Y no tienes forma de rebatirme ese derecho. A final de cuentas a ti no te importa.

Snail suspiró. Pensándolo bien, odiaba el razonamiento de la muchacha.

—Pero todo está bien —dijo ella—. En parte, a mí también me gustaría regresar a Arzallum. Tal vez hasta reabrir el circo.

—En realidad no volveremos a Andreanne para quedarnos allá.

—¿Ah, no?

Liriel se aproximó hasta la toalla y la recogió. Le pegó un poco para sacarle la tierra acumulada.

—No —respondió él—. Nunca más pararemos en ningún lugar.

—¿Y por qué?

—Porque yo y mi ejército de huérfanos no pertenecemos a ningún lugar.

—¿Y yo debo incluirme en eso? —no era posible decir si se lo preguntaba a él o a sí misma.

—Estás acostumbrada a una vida itinerante. Una persona que se esconde detrás de un circo necesita, lo quiera o no, recorrer varios trayectos sin registrar una localidad fija. Tú eres una nómada por naturaleza.

—En mi caso, por las circunstancias.

—¿Y no ocurre así con todo nómada?

—No, existen personas aventureras por vocación.

—Tal vez aventureras, mas no huérfanas —hubo una pausa profunda entre los dos, hasta que él completó—: Los huérfanos siempre lo son por las circunstancias.

—¿Siempre? —preguntó ella con la mirada desenfocada.

—Siempre.

Liriel quería decir algo, pero no logró pensar en una respuesta decente.

—¿Y si quisiera establecer una localidad fija? ¿Y si, al llegar allá, me quisiera quedar en Andreanne por el resto de mi vida?

—No juzgaré tu decisión.

—¿No te importa?

—No la juzgo.

Liriel asintió, cediendo. Se puso la toalla alrededor del cuello, sujetando cada extremo con una mano.

—¿Y cómo deseas regresar?

—Por mar.

Liriel alzó las cejas. El motivo era obvio: volver por mar significaba conseguir un barco. ¡Volver por mar con centenares de adolescentes huérfanos significaba conseguir un galeón! En realidad, más de uno.

—¿Y enviarás a esos niños a que construyan un barco con las manos?

—No, ellos no lo fabricarán, sino que lo tomarán.

—¿Y cómo pretendes hacer eso?

—Tengo un plan. Liberaremos a un hombre preso aquí, en Stallia, que, a cambio, nos ayudará. Para eso necesitaré de ti.

—¿Ah, sí? ¿Por qué motivo?

—Porque tengo dificultad con los planes minuciosos y la prevención de situaciones hipotéticas.

Liriel le arrojó de nuevo la toalla. Esta vez acertó en plena cara. No era posible saber si había dado en el blanco o si él la había dejado acertar en castigo por su cinismo.

Independientemente del motivo, el plan comenzaría aquella misma noche.