27

Faltaban pocos minutos. Poquísimos.

Axel Branford sentía el corazón en la boca, latiendo con violencia de adentro hacia fuera. Boris, el corcel, parecía contagiado por la ansiedad de su príncipe y también comenzó a agitarse, con lo que dio trabajo a los siervos reales.

—Dos minutos, alteza —dijo el capitán del Vishnú.

Ruggiero le tocó el hombro y dijo:

—¡Otra vez querer desearte buena suerte!

Axel movió la cabeza sin conseguir decir nada. Uno de los siervos reales vino a él y le dio una venda negra que debía colocarse en los ojos.

Él fue hasta donde se encontraba Boris y el otro siervo lo ayudó a montar en el corcel. Boris relinchó. El caballo estaba listo. Y también se veía tenso.

—Un minuto, alteza.

Axel suspiró y se colocó la venda en la cabeza, por encima de los ojos, cubriendo la frente. Aseguró las riendas. El corazón le latía con fuerza, con mucha fuerza.

Un ventarrón comenzó a invadir el interior del artilugio cuando uno de los gnomos liberó la rampa que daba acceso al exterior. Boris relinchó una vez más. Desde el interior se veía el suelo que se aproximaba cada vez más, a una gran velocidad.

—Diez segundos, alteza.

Axel sintió las manos húmedas en la silla. Observó fijamente la rampa algunos metros al frente.

—Siete, seis, cinco…

Puso a Boris en posición de partida. El gnomo liberó la rampa por completo. El Vishnú hizo un descenso en media luna y comenzó a correr en paralelo al suelo.

—Tres, dos…

Más cerca. Cada vez más cerca.

—¡Va! —gritó el príncipe y el corcel partió.

Y lo hizo con la furia del rugido de un trueno.

Corrió como si flotara. Como si el mundo fuera suyo y en ese momento fuera creado sólo para él. Boris partió con la ligereza de un jaguar en plena caza y descendió por aquella rampa, saltando con sus cascos poderosos. El Vishnú disminuyó la velocidad, pero al corcel no le importó. Su cuerpo saltó del artefacto en movimiento y tocó el suelo del camino de Malan, a una velocidad cada vez más acelerada, como si todo fuera parte de la misma máquina.

Fue así como Axel Branford partió en aquel corcel, con la más pura adrenalina, sin saber bien a dónde lo llevaba su destino. El polvo se levantaba mientras los nuevos señores corrían, y se diría que, desde afuera, aquella jornada se vislumbraba hermosa. Aquella imagen. Aquella acción.

Axel Branford, en ese anochecer, no sólo corría para sí. Lo hacía por un hermano que necesitaba compartir. Corría por un amor por el que no podía volver atrás. Por una nación que esperaba de él mucho más de lo que él mismo se creía capaz de dar. Por el recuerdo de un padre héroe. En busca de una identidad.

Axel Branford corrió por la magia que existe en cada hombre. En cada espíritu. En cada creación.

Axel Branford, en aquel crepúsculo, se colocó la venda negra en los ojos y corrió por Arzallum.