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El Vishnú cortaba los cielos en una forma pendular, como el vuelo de un escarabajo.

Era ruidoso y se necesitaban cinco hombres, o gnomos, para manejar sus máquinas. En la parte interna, entre metales e hilos que se conectaban a un panel incandescente, había determinados pertrechos fundamentales para el funcionamiento conjunto de aquel artefacto impresionante.

Axel Branford observaba con detenimiento lo que sucedía. A su lado, el guerrero oriental y entonces capitán de los Caballeros de Helsing, Ruggiero, le ayudaba a comprender la realidad que su mente aún aprendía a entender.

—Mirar: en el panel haber tres de ellos. Uno regir velocidad y potencia del Vishnú hacia el frente. Otro regir para arriba y para abajo.

Era cierto: los dos gnomos de los extremos se mantenían ocupados con una palanca en cada mano, con las cuales hacían movimientos en direcciones opuestas y proporciones mínimas.

—¿Y el tercero?

—Ser el gran capitán. Él entenderse con brújula y mapa, mientras calcular tiempo y dirigir a los otros dos.

El tercer gnomo, capitán y piloto maestro, se hallaba frente al panel, observando por el vidrio hacia fuera, con un mapamundi a un lado, repleto de reglas y cálculos geométricos y matemáticos.

—¿Y los otros dos? —preguntó el príncipe.

—¡El que estar en la ventana ser el navegador maestro! —Ruggiero señaló a un gnomo junto a una pequeña ventana, en cuya mano tenía una bola de hierro que recordaba a una brújula un poco diferente a las utilizadas en Ocaso. Y mantenía fuera de la ventana un sistema de péndulo, cuyo pequeño mango, con una bola de hierro que se proyectaba hacia dentro, se balanceaba cada vez más agitado, de acuerdo con la fricción con su contraparte y el viento exterior—. Por la vibración de ese mecanismo, él saber velocidad del Vishnú e informar al capitán de cada variación. Así él mantener sus cálculos. También poseer una brújula para ayudar en la orientación cardinal, de requerirse.

—Complejo.

Axel se fijó mejor y notó que el capitán al frente del panel tenía pequeños alfileres que iba colocando en el mapamundi para marcar el trayecto, conforme el Vishnú pasaba por los lugares. De acuerdo con la velocidad del viento, en ese momento calculó cuánto tiempo tardarían aún en llegar a sus destinos.

—¿Y el quinto?

—Cuidar el aterrizaje.

—¿Cómo?

—Soltar el mecanismo de impacto y liberar las ruedas que soportar en tierra el peso del Vishnú. Además, mientras estar en vuelo, ser él quien cuidar del soporte del mecanismo aquí adentro. Él encargarse de cerrar lugares, cubrir derrames y auxiliar a los otros cuatro en la navegación por aire.

Axel observó al quinto gnomo, que en aquel momento se entretenía con un hilo conectado metros al frente, al lado rojo del panel encendido.

—¿Qué hace él en este momento?

—Probablemente hilo de cobre tener alguna falla. Él cubrirlo para impedir derrames.

—¿Qué corre por esos hilos?

—Magia.

Axel tragó en seco.

Allí adentro el Vishnú cargaba al corcel Boris, debidamente quieto en su rincón, como se esperaría de un animal bien adiestrado, y dos siervos reales. Uno le cepillaba el pelo y el otro lo alimentaba. Lo más impresionante era que aquel artilugio no sólo soportaba su propio peso en el aire, sino también la carga extra allí presente.

Axel se pasaba la mano por el rostro de vez en cuando, limpiándose un sudor que ya ni exudaba. Era un hecho: estaba nervioso. Extremadamente nervioso.

—Eh, si no lo tomas como un abuso, me gustaría hacerte otra consulta —dijo el príncipe.

—Yo agradecer ser útil.

Axel sacó de su bolsa el frasco con el líquido rojizo que había retirado del cuarto de Anisio Branford. Se lo entregó al oriental y preguntó:

—¿De casualidad me sabrías decir qué es esto?

Ruggiero tomó el frasco y lo levantó por encima de sus ojos. Movió un poco el vidrio y se concentró en el color.

—¿Dónde conseguir esto?

Axel siguió mirándolo, sin decir nada. Al comprender el mensaje, Ruggiero retiró la tapa del frasco y lo olfateó. El aroma era dulce.

—Ser downer —concluyó el oriental.

—¿Y sabes para qué sirve?

—En algunas culturas servir como veneno a largo plazo. En otras, como contraveneno a corto plazo.

El oriental le alargó el frasco de vuelta al príncipe. Axel lo rechazó.

—Por favor, cuando regreses, dale el frasco a Anisio. Dile que lo había perdido, pero que lo bueno es que tiene un hermano que encuentra las cosas.

Ruggiero permaneció en silencio. Luego asintió.

—Yo hacerlo, su alteza.

Axel volcó de nuevo su interés en aquel artilugio metálico alrededor. Prestó más atención al ruido que hacían determinadas hélices afuera. Pensó en María Hanson y después se propuso intentar olvidarla.

Era ridículo admitirlo, ¡pero qué nervioso estaba!

—¿Cómo es, Ruggiero? —preguntó, en un intento de buscar una distracción para la mente—. Háblame sobre la sensación de salir de la normalidad en la que creías encontrarte para embarcarte hacia un destino trazado hasta tierras difíciles de imaginar por tu propio concepto de realidad.

—Ser fascinante. Ser posible tocar los mismos planos que semidioses.

—¿A qué te refieres?

—Los semidioses hacerlo todo el tiempo: ser capaces de tocar tierras más allá de su concepto de realidad.

—Eso es obvio —rezongó el príncipe, casi impaciente—. Por eso sus esencias son divinas. Por eso son semidioses, y nosotros, humanos.

—Pero ellos darnos la imaginación.

—¿Y cómo nos aproxima eso a ellos?

—Toda imaginación ser una forma de creación.

—Déjame ver si entiendo —pausa pensativa—. ¿Quieres decir que nosotros podemos ser los semidioses de una creación nuestra?

—Si nosotros darle vida, sí.

—¿Y esta vida que creamos se puede expandir hasta que ella misma desarrolle su propia imaginación?

—Comprender.

—Entonces nos encontraríamos creando cosas que saldrían de nuestro dominio.

—Sí, porque ellas cobrar vida propia. Y con eso generar universo propio.

Axel comenzó a reflexionar sobre aquello. Imaginó lo que el oriental proponía. Imaginó diversas creaciones, las cuales generaban diversas creaciones que a su vez generaban diversas creaciones, en una infinita creación y recreación de universos.

Aquello parecía el principio del mismísimo fantástico.

—Entonces los semidioses serían creaciones de dioses por encima de ellos, que serían creaciones de ¡a saber qué fuerzas que les dieron vida!

—Sí.

—¿Y dónde estaría el comienzo de todo eso?

—Donde estar ahora: no haber inicio ni haber fin. Sólo haber lo que existir desde siempre. Nosotros crear lo que siempre existir.

—¡Es imposible para el razonamiento humano aceptar algo sin principio, Ruggiero!

—Por eso no ser dioses ni semidioses. Nuestra mente estar limitada para comprender mecanismo.

—Aun así es fascinante tu razonamiento como teoría de la vida. Creaciones que generan creaciones, al grado de que cobran una existencia independiente de sus creadores.

Ruggiero esbozó su típica sonrisa de satisfacción.

—Sí, esto ser el principio de la fantasía. Todo en esta máquina inicialmente ser creación de semidioses. Pero hoy poseer vida propia. —Ruggiero apoyó la cabeza en la pared detrás del banco donde ambos estaban sentados y cerró los ojos—. Por eso yo afirmar que no tener miedo, sino fascinación por tu dharma: por tocar en el mismo poder que los semidioses poseer.

Axel volvió a limpiar el sudor inexistente en su rostro. Incluso comenzaba a sentirse un poco más tranquilo respecto de lo que debía hacer.

—Su alteza, llegaremos al destino trazado en poco menos de cuatro horas.

Mentira: seguía nervioso. Axel Branford aún se sentía extremadamente nervioso.