18
Axel Branford estaba afuera, en el jardín del Gran Palacio. Los siervos habían preparado su montura y colgado de la silla las provisiones que necesitaría durante el viaje.
—¿Otra vez Boris? —preguntó Anisio al acercarse—. Supe que fue en él como iniciaste tu viaje detrás de mí.
Axel suspiró con pesadez.
—Algunas cosas cambiaron. La otra vez él seguía vivo.
—¿Qué más era diferente?
—Papá estaba en tu lugar.
Ninguno dijo nada. Anisio reparó en otras de las figuras presentes. Además de los soldados de la Guardia Real estaban Bradamante, su actual capitana, y el extranjero Ruggiero, el oriental devenido capitán de los Caballeros de Helsing por invitación del propio rey Branford.
Los gnomos prepararon el artefacto que llevaría a Axel hasta Malan, ciudad de hacendados, desde donde seguiría solo y encapuchado a lomos de Boris.
—Te acuerdas de las instrucciones, ¿verdad? —preguntó Anisio.
—Un poco difíciles de olvidar. Debo cabalgar por el camino de Malan en dirección a la playa. Cuando el sol forme el crepúsculo, me vendaré los ojos. Y esperaré.
—Sin mirar atrás.
—Cierto. Sin mirar atrás.
La reina Blanca Corazón de Nieve apareció en el jardín y caminó hasta ellos.
—Le pedí a Ruggiero que acompañe a nuestros visitantes de Labuta en su transporte.
—¿Tienes miedo de que esto despegue solo? —preguntó Anisio.
Era interesante la influencia de Axel en la pareja. Anisio y Blanca comenzaban a hablar cada vez menos de «usted» y cada vez más de «tú». Poco a poco el pronombre formal de tratamiento parecía quedar limitado a los momentos políticos oficiales. Hasta su propia abolición oficial.
—Sería más fácil tropezarse con brujas volando en escobas. Viajé en uno de esos alguna vez. Por dentro parecen más seguros que mirados por fuera.
—Él tiene razón, querido Axel —dijo la reina. A Axel aún lo impresionaba la transformación de aquella princesa, antes tímida y fuera de lugar, en aquella reina con semejante temple y personalidad, cada vez más segura de su papel en un reino que ahora también le pertenecía—. También anduve en uno de esos para volver a Andreanne. Y aquí estoy…
En otros tiempos Axel hubiera hecho algún comentario bienhumorado sobre esa afirmación. Pero en tales condiciones apenas movió la cabeza y se dio por vencido. El capitán gnomo se aproximó:
—Sus majestades, su alteza, nuestro Vishnú está listo.
Todos se miraron en silencio una vez más. Axel y Anisio no parecían saber qué decirse uno al otro ni cómo despedirse. Blanca Corazón de Nieve resolvió el problema al abrazar con fuerza al príncipe de Arzallum y empujar a Anisio a propósito. El rey dio dos palmadas en la espalda de su hermano y dijo:
—Tráela a Arzallum. Ella será importante.
Axel asintió dos veces, incómodo.
—Lo sé.
El extranjero oriental Ruggiero se aproximó. Mientras hacía una reverencia, dijo:
—Alteza —y entró en el artefacto.
Los siervos reales que también acompañarían a la comitiva entraron en seguida, con el corcel Boris. Tres gnomos ingenieros acompañaron a su capitán hacia la extraña nave.
—¡Sólo faltas tú, miedoso! —comentó la reina Blanca.
—Tal vez dentro de la máquina —dijo el príncipe—. Pero afuera aún falta otra.
Axel Branford se llevó dos dedos a la boca y silbó lo más alto que pudo. Las nubes parecieron danzar con alegría con la presencia de aquel bendito llamado. Pasaron algunos segundos. Y entonces en todo el Gran Palacio se escuchó aquel potente y estremecedor ¡kiai!
Un rastro escarlata rasgó el cielo, lo tiñó de rojo y planeó hasta descender al lado de su señor. Después de bastante tiempo, al fin Axel sonrió un poco con su presencia.
—Tú vas con nosotros, querida. Al fin y al cabo también formas parte de las instrucciones del acuerdo.
A un movimiento suyo Tuhanny, el águila-dragón, subió a los cielos gritando y anunciando su presencia a quien todavía no la escuchara. Permaneció en las alturas planeando y dibujando formas rojas, hasta que Axel se colocó en la rampa de acceso del Vishnú y dijo, en dirección a Anisio Branford:
—Al menos algunas cosas siguen iguales.
A Anisio Branford le gustó, aunque fuera por tan poco tiempo, mirar a su hermano sonreír un poco.