17
Los portones del Salón Real se abrieron y el pequeño ser entró. Era muy temprano, cerca de las seis de la mañana. Sin embargo, aquella raza no separaba los horarios de trabajo de los horarios de ocio, ni comprendía por qué algunas especies necesitaban tanto tiempo para descansar por un día de trabajo de medio tiempo.
El rey Anisio Branford observó al gnomo, que ya le resultaba familiar, caminar con su manera singular, con la vestimenta impecable y la cabeza desproporcionada con el resto del cuerpo, al menos bajo los estándares anatómicamente coherentes para el ser humano. Al lado, en el segundo trono, estaba su reina Blanca Corazón de Nieve.
Otros tres seres de la misma pequeña especie entraron con el visitante, pero se mantuvieron apartados.
—Su majestad —se dirigió al rey.
—Señor Rumpelstiltskin.
—Su majestad —se dirigió a la reina.
—Señor Rumpelstiltskin.
A una señal del gnomo, los otros se aproximaron y sacaron de sus extrañas maletas lo que parecían grandes mapas. Los ojos de la reina brillaron de curiosidad. Los de Anisio, de excitación.
—¿Están siendo bien tratados en las instalaciones que utilizan para sus… experimentos? —preguntó el rey Anisio.
—De una manera ejemplar, su majestad.
—¿Cómo es el nombre que le dan a esos lugares en particular?
—Una colmena, gran rey.
—«Colmena…». Exactamente: tal vez sea el nombre apropiado.
—Aprecio el comentario.
—¿Los otros continúan con el trabajo propuesto?
—Sólo se detienen para hacer una comida al día.
—¿Acaso tu raza no duerme?
—No como la suya. Con todo respeto, trabajamos demasiado, majestad, y nuestros proyectos exigen una dedicación integral para ejecutarlos. No podemos darnos el lujo de perder seis horas de un día que sólo tiene veinticuatro.
—¿Entonces sus cuerpos no se cansan?
—Claro que sí. Sin embargo, no nos acostamos en camas a esperar el relajamiento del cuerpo y la conciencia. Tan sólo nos aislamos de la colmena, nos quedamos quietos en un rincón y exigimos eso a nuestra conciencia.
—¿Entonces le ordenan a su propio cuerpo que duerma?
—Es como la respiración en ustedes: algo natural, utilizado por sus cuerpos sin que necesiten controlarla o siquiera pensar en ella. Sin embargo, si su majestad lo desea, puede contenerla o acelerarla. Ocurre igual con nosotros: no pedimos la hibernación de manera consciente, sino que llega de manera natural. Pero si queremos podemos controlarla, de modo que siempre termina siendo consciente.
—¿Y cómo es para tu raza? ¿Sueñan como los humanos?
—No, sólo soñamos despiertos. Al entrar en estado de hibernación alcanzamos la nada absoluta. Por eso unos cuantos minutos en ese estado resultan más vigorizantes que seis horas de sueño en un humano, que transita por muchos estados antes de alcanzar el descanso real y que, si es molestado, sale de él en forma abrupta. Por otro lado nosotros, los gnomos, abandonamos ese estado cuando queremos, pues sólo nuestra propia mente es capaz de sacarnos de la nada absoluta.
—Fascinante. Entonces les basta con algunos minutos.
—Exacto. Permítame agregar que, en realidad, lo mismo ocurre con su especie. Sólo que, como dije, recorren muchos estados en ese camino.
—¿Crees que puedes enseñar a un humano a alcanzar ese estadio de semejante forma?
El gnomo quedó pensativo y respondió:
—Nunca había pensado en ello ni conozco estudios en ese sentido.
—¿Te gustaría conducirlos?
El gnomo siguió pensativo y sonrió.
—Sería un placer, su majestad.
Los otros gnomos exhibieron el contenido de lo que antes parecían grandes mapas, en vista de que el formato y el costoso papel así lo sugerían. ¡Mas no el contenido! Eran dibujos y garabatos de difícil comprensión, al menos al principio, para la mente humana, accesibles sólo con la fértil imaginación.
Allí había una especie de «carrozas» que no usaban caballos, con ruedas bastante más grandes que las utilizadas en las carretas comunes. Había barcos que volaban, los Vishnú, como aquel en que esa curiosa raza había llegado a Arzallum. Había bolas que se mantenían en el aire y parecían tener el objetivo de emitir algún tipo de luz sin necesidad del fuego. Había «plataformas», especies de pequeños puentes cuyo propósito parecía consistir en moverse para llevar a una persona de un punto a otro sin necesidad de una corriente.
Y estaba lo más difícil de ser visualizado por la mente de un rey, bombardeada por una nueva realidad: una inmensa serpiente de acero, la cual debía correr sobre una pista tecnológica más rápido, pero mucho más rápido, de lo que un barco navegaría con los mejores vientos, y al mismo tiempo con menos peso y velas más grandes.
—¿En verdad ya existe todo eso del otro lado del mundo? —preguntó la reina Blanca.
El gnomo se sorprendió con la pregunta, pero debido a las circunstancias. En otros reinos humanos que había conocido, una reina que no fuera la máxima soberana nunca hablaba antes que el monarca; de hecho sólo lo hacía cuando el rey le pedía su opinión. El señor Rumpelstiltskin no tenía nada contra ese tipo de tratamiento. Incluso le gustaba. La evolución, ya fuera en la ciencia o en la filosofía humana, siempre lo dejaba fascinado.
—Hace más tiempo de lo que su majestad supondría.
—Y en vista de que ya tenemos un acuerdo, los proyectos, los ingenieros de su raza en estas tierras y la materia prima de la magia roja que todo lo mueve, ¿cuál es el siguiente paso para transformarnos en verdad en lo que por tanto tiempo experimentamos sólo en nuestra imaginación de este lado del mundo?
—Requerimos mano de obra capacitada, gran rey.
—Hombres de Andreanne deseosos de trabajar ya acudieron al llamado voluntario, ¿no?
—Como dije, es preciso que sea especializada, rey Branford. No basta con la mano de obra.
—¿Y qué significa eso exactamente?
—Necesitamos acuerdos con leñadores de varias ciudades para que nos traigan la madera. Necesitamos los mejores herreros de Arzallum y sus aprendices para manipular el acero bajo las órdenes de nuestros proyectistas de Labuta.
Tal era el nombre del reino gnomo, de donde muchos ya habían inmigrado en sus artefactos hasta Andreanne hacía unos pocos días. En realidad, el reino era una colosal masa de tierra que se movía sola más allá del mar o, si era necesario, para desafiar de una vez por todas cualquier realidad imaginada por Occidente; se levantaba como si fuera en sí misma otro artefacto gnomo que volara por los aires hasta su destino. En esos días se había estacionado en los mares de Andreanne, muy cerca del puerto.
—Necesitamos peones para construir las instalaciones necesarias —prosiguió el gnomo—, y maestros de obras que coordinen esa inmensa movilización. Necesitamos mercenarios que protejan los equipos y los materiales caros, y cocineros que alimenten a los trabajadores. En suma, necesitamos mano de obra especializada, su majestad.
—Una mano de obra que rebasa los límites de Andreanne.
—Y llega a todo reino en Arzallum. Todos sabemos que Andreanne posee los mejores leñadores de este reino, pero eso no será suficiente. Los desempleados que se ofrecieron nos servirán como peones, pero aún así constituirán un número irrisorio para lo que construiremos al mismo tiempo, porque tendremos equipos trabajando las veinticuatro horas del día en turnos separados —el gnomo hizo una pausa—. Para abordar el asunto de manera sincera, también sabemos, por ejemplo, que los mejores herreros de Arzallum se encuentran en Metropólitan, que los mejores mercenarios están en Sharpe y que los mejores constructores viven en Marroig.
—Veo que ya conoces bien a Arzallum, señor Rumpelstiltskin —se sorprendió la reina.
—Todos nosotros leímos y escuchamos sobre la cacería, su majestad.
—¿Y cómo pretendes dar inicio a tan grandioso proceso? ¿Pretendes que promueva una inmigración a Andreanne?
—¡Ahí está el punto clave! ¡En realidad Andreanne no sería el mejor punto para la construcción de todo eso!
El rey y la reina se miraron con las cejas fruncidas.
—¿Y cuál sería el punto ideal? —preguntó el rey, con cierto tono personal.
Los ayudantes gnomos sacaron algo más de sus maletas, esta vez con los mapas de Andreanne.
—El punto ideal, sus majestades, sería Denims, en el camino que conecta a Andreanne con Metropólitan.
—¿Por qué allí?
—Queda cerca de Andreanne, donde se tiene el mejor puerto del reino, y también de Metropólitan, donde se cuenta con el mejor acero. Si se considera que otros intentarían migrar para allá, es un punto estratégico para la llegada de voluntarios de todas partes de Arzallum.
—Pero no hay nada en Denims —comentó el rey—. Sólo algunas haciendas y molinos.
—Y por eso tendremos que construir todo lo necesario, ¡comenzando por comprar las fincas para transformarlas en alojamientos!
—¿Y qué harán las familias de esos hacendados?
—Trabajarán como empleados reales y, además del dinero por la compra de sus propiedades, recibirán una suma mensual para que acomoden y satisfagan las necesidades de los alojados.
—¿Y, una vez «alojados», qué será levantado por sus ingenieros?
—Un parque etérico, su majestad. ¡El primero de toda Naciente! —el rostro del gnomo no era suficiente para abarcar su sonrisa.
—¿Y qué vendría a ser un término como ese: «etérico»? —preguntó la reina.
De manera inteligente, había hablado primero para evitar que Anisio hiciera tal pregunta. Siempre que sea posible, será mejor para todos que un rey parezca sabio.
—Gran reina, cuando tenemos una colmena produciendo algún material en serie, llamamos al proceso de «eterización», que viene del nombre de la tecnología revolucionaria que utilizamos. Cuando juntamos varias colmenas y trabajamos en pro de un inmenso objetivo, formamos un parque etérico, ¿comprende?
El rey Anisio tenía la barbilla apoyada en el puño. De hecho comprendía todo lo que estaba siendo dicho e incluso lo deseaba.
La única cuestión que le preocupaba era cómo financiar todo eso.
—Es un proyecto expansivo —señaló el rey.
—Extremadamente —comentó el gnomo.
—¿Tú mismo te encargarías de las convocatorias?
—¡Tan pronto como su majestad permita que usemos su servicio de palomas mensajeras! De hecho, en poco tiempo verán esa tecnología también rebasada y actualizada a una nueva era.
El rey seguía pensativo. Un siervo real apareció por un lado del salón y le hizo una señal, en indicación de que algo ya estaba preparado afuera.
El rey sabía de qué se trataba. En realidad, todos en aquel Salón Real sabían qué era.
—Entonces que comience de una vez la revolución tecnológica en esta nación.
Blanca miró a su esposo, preocupada. Y susurró para sí:
—Anisio…
—¿Su majestad requiere un cálculo del costo que todo eso acarreará al principio?
—No, por ahora no. Necesito tratar un asunto de familia con mi hermano. Deja todos los documentos que necesites cuando te retires del salón. Pero aténganse a sus preocupaciones, tanto las tuyas como las de tus ingenieros, señor Rumpelstiltskin. Tu trabajo es realizar cuanto está siendo prometido. El mío es encontrar una forma de financiarlo.
—Su majestad en verdad es el rey de reyes —dijo el gnomo, haciendo una reverencia sonriente y satisfecha, imitada por los otros tres—. Iniciemos entonces el futuro, sus majestades. Sean bienvenidos al inicio de la ciencia del Etherpunk.