16

Las láminas se entrechocaron una, dos, tres veces. Un dedo índice fue mutilado. ¡El hombre aulló de dolor!

—Agarra eso —dijo Snail.

El hombre, tembloroso y conmocionado, caminó despacio, con el corazón en la mano.

—Dije el cuchillo, no el dedo.

El hombre tragó en seco y tomó el cuchillo que había dejado caer. Los quince adolescentes alrededor se carcajearon de manera estridente. El hombre sin dedo tembló, brincó y de pronto avanzó por mero instinto. Los golpes avanzaron en diagonal desde arriba una y otra y otra vez… ¡Slash!

El dedo medio de la otra mano cayó al suelo.

—¡Aaahhh! —el hombre se miró las manos como si fuera un extraterrestre en un cuerpo ajeno y cayó de rodillas.

—Levántate —repitió Snail—. Y agárralo.

El hombre lloró otra vez de dolor y desesperación. ¡Y entonces, en un gesto del todo trastornado, se abalanzó contra el negro gritando como poseído!

—¡Aaahhh! —ahora el grito era de rabia.

Traía sólo un cuchillo en la mano, que sujetaba detrás de la cabeza como si fuera un dardo a punto de ser arrojado.

Snail lanzó un cuchillo, que se proyectó en forma giratoria y violenta hacia él, por lo que el cuerpo del hombre que corría hacia delante cayó bruscamente hacia atrás, como si hubiera resbalado en un charco.

Su arma golpeó el suelo con un estruendo y gritó por última vez.

Cuando el cuerpo se estabilizó en el suelo, con el cuchillo clavado en el pecho y los dedos cortados, pasaron algunos segundos antes de que su respiración cesara por completo. Había sangre alrededor de las manos.

—Tres más —dijo el arquero, mientras se aproximaba.

—Ponlo en la cuenta de Locksley —rezongó Snail.

Algunos adolescentes pateaban el cuerpo del gigantón muerto con la flecha en la garganta. Snail reparó en ellos.

—¿Siempre tienes que hacer eso? —preguntó el arquero.

—¿«Eso»?

—Esa suciedad: le cortaste dos dedos al tipo.

—¿Tú no eres conocido como Rojo o algo así?

—Por mi ropa. No por la sangre que dejo en la escena.

—¿Entonces cuál sería mi apodo? ¿Negro?

Hubo un silencio tenso, en extremo tenso. El hecho era que Will Scarlet nunca sabía cuándo aquel hombre hablaba en serio y cuándo bromeaba con su dudoso humor negro.

En realidad ni siquiera sabía si en verdad Snail Galford hacía bromas.

—Padre —dijo uno de los adolescentes, aproximándose—, ¿arrojamos los cuerpos al agua?

—Sí, pero conserven los dedos cortados.

La orden estremeció al adolescente, pero asintió.

—¿No te parece extraño que esos niños te llamen así, «padre»?

—Son huérfanos que recluté en Andreanne y traje para combatir en Stallia por una identidad nacional que jamás han tenido. ¿En qué crees que se convirtió mi figura para cada uno de ellos?

Will movió la cabeza de un lado al otro y se dio por vencido.

—Está bien. ¡Pero juro que aún no entiendo para qué guardar los dedos cortados de un maldito como ese!

—Por precaución.

—¿Precaución ante qué?

—¿Sabes si tendremos otra cacería?

Will frunció las cejas.

—¿Y qué harías? ¿Negociarías con brujas?

—Si pagaran mejor.

—Tú, en el fondo, sigues siendo un maldito mercenario, ¿no?

—¡Escucha, «muchacho feliz»! —el recuerdo del antiguo apodo hacía hervir a Scarlet—. ¡Vivir como un huérfano en Stallia es distinto a hacerlo como huérfano en Arzallum! Y no pretendo vender ingredientes a las brujas, sino a quien quisiera pagar por ellos, en caso de que un día sea necesario. Si una bruja los requiere para hacer un ritual, tengo un precio para ella. Si alguien desea impedir que la misma bruja haga el mismo ritual, tengo otro precio para esa persona. ¿Entiendes?

—Por el sagrado Creador. En verdad sigues siendo un maldito mercenario.

—Tanto como tú esa porquería de muchacho feliz…

Ambos se miraron sin saber si detestaban la presencia del otro o si les gustaba.

Cerca de ellos los cuerpos de los tres abatidos fueron lanzados al agua salada de mar. Los dedos del último muerto se recolectaron con cuidado. Ninguno de los adolescentes que había hecho el servicio lo sabría, pero antes de que esos tres se decidieran por la pobre y ahora a salvo Olivia —que el Creador la proteja—, aquellos muertos habían visto a otra mujer solitaria.

Una siniestra mujer de cabellos rojos y desgreñados, que caminaba por el muelle en busca de los próximos que lograrían verla.