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El cascanueces contaba una historia interesante que incluía magia y tragedia.
En la obra, un antiguo capitán había luchado durante la Cacería de Brujas al lado del reino de Stallia, hogar de los Corazón de Nieve.
La sinopsis era así: al principio, el héroe necesita guiar a su tropa al reino de los Corazón de Nieve en pleno invierno y sobrevivir a las líneas enemigas, para lo cual debe emplear una combinación de coraje y mucho sacrificio.
Tras perder soldados y provisiones uno tras otro, ante el riguroso invierno, el capitán y su tropa deben sobrevivir a base de la improvisación, alimentándose con lo que encuentran en el bosque.
Pese a que llega a su destino con los hombres agotados, la tropa de soldados salva a un juez y a su familia de un ritual negro, el cual sería realizado por hechiceros vestidos con disfraces animalescos que recordaban pieles de ratas. En una batalla violenta, el capitán y sus soldados matan a los hechiceros y liberan al juez Stahlbaun, a su mujer y a sus dos hijos, Clara y Fritz.
El salvamento, sin embargo, exige un sacrificio: la muerte del capitán, que sufre al rescatar a Clara.
Capturado por los soldados sobrevivientes, el último hechicero, aún vivo, es obligado por el juez a hacer una magia que mantenga el alma del heroico capitán en ese mundo.
El hechicero exige la pureza de Clara.
El juez se rehúsa, pero la joven acepta. El hechicero toma los buenos sueños de Clara y la condena a una vida de pesadillas eternas al acostarse. Con el ritual, el alma del capitán permanece en Nueva Éter y se funde con un cascanueces, con lo que nace un gólem.
La obra termina con Clara dejando a su familia para cuidar al cascanueces y consagrarse a una vida de aislamiento y dedicación.
Envejecida, tras probar su devoción al hombre que salvó su vida y la de su familia, obligada a resistir las noches de pesadillas y los momentos en que el cascanueces se va quebrantando poco a poco, el Creador resuelve probarla y le envía a uno de sus avatares.
El hada, llamada allí el Hada de Azúcar, propone a Clara el honor de convertirse en una de ellas y otorgarle la inmortalidad. Clara se rehúsa y pide que semejante concesión se transfiera al alma del ser que ama, aunque este ocupe cuerpo.
El Hada de Azúcar considera que la prueba ha sido aprobada, de modo que el Creador toma la vida de Clara y del cascanueces y lleva sus almas, unidas, a Mantaquim, donde son recibidos con los brazos abiertos como almas elevadas, las cuales generan una historia de amor que se contará por la eternidad en diversos mundos de éter.
No era casualidad que María Hanson y Ariane Narin derramaran lágrimas con los brazos entrelazados, suspirando con la historia de amor contada. Ariane pensaba que todo era maravilloso e incluso comenzaba a acostumbrarse a las miradas que recibía de las personas sólo por ocupar el palco real. Observaba al público en el piso de abajo y saludaba como si se tratara —mira nada más— de una artista. ¡Incluso enviaba besos! Un poco más y habría sido capaz de regalar autógrafos.
Sabino von Fígaro y madame Viotti se mostraban discretos e ignoraban cualquier atención dedicada a ellos, como si estuvieran en los lugares más humildes de la casa. A María también le habría gustado hacer lo mismo, pero en definitiva para ella la situación era mucho, pero mucho más difícil.
Me explico: el palco real era el mejor ubicado de toda la Majestad, frente al escenario, en el segundo piso. El más grande y el mejor decorado. Sin embargo, los otros palcos, si bien no gozaban de la misma ubicación y decoración, quedaban a la misma altura, y sus ocupantes se podían ver entre sí a la perfección, lo cual implicó pasarse toda la obra observando el palco esa noche que albergaba a la familia Casanova. Peor que eso, ser observada toda la noche por el heredero de la familia, el cual parecía olvidar e ignorar en forma consciente la obra representada para concentrarse en María.
—María —susurró Ariane, mientras el público en los palcos esperaba a que la audiencia de abajo saliera poco a poco del teatro—. ¡Eh, María!
María conocía aquel tono. Lo conocía bien.
—Dime, Ariane.
—¿Ya te diste cuenta de…?
—Ya. Sí, ya.
Ariane fingió morderse la lengua.
—Es que, también, ¿quién no se va a dar cuenta de eso que está allí? Habla en serio, pero muy en serio, ¿no? Y no es poco…
—Ariane…
Ariane se quedó quieta, como si intentara comportarse. Entonces contó uno… dos… tres… cuatro… Tamborileó los dedos… cinco… seis… Y, rayos, se volvió agitada hacia María y comenzó a sacudirle el hombro:
—¡Caray, María, no deja de mirar para acá!
—¿Qué quieres que haga, Ariane? ¡Tiene derecho a mirar adondequiera!
—¡Ay, ya sé! ¡Podrías hacerle un gesto! —y Ariane movió los hombros para adelante y para atrás como si fuera una bailarina de cabaret—. ¿Sabes? Dale un incentivo. ¡Lánzale un gancho!
—¿Acaso soy una chica que anda coqueteando por ahí?
Ariane se puso las manos en la cintura.
—¡Ay, está bien! ¡Está bien, señorita «no necesito coquetear»! Sólo porque atrapaste a un príncipe, ¿qué te estás creyendo? —María abrió la boca, pero no supo qué decir frente a la poca gracia que aquello le provocaba. Sin que eso le importara, Ariane cambió la expresión a otra en extremo pensativa y bajó la voz, como si hablara consigo misma—. Quiero decir, claro que puedes, ¿no? ¡Oye, atrapaste al príncipe! Aunque luego haya roto contigo para ir detrás de su lambiscona prometida «ojalá-que-sea-fea» quién sabe a dónde, debe ser difícil encarar la vida tras experimentar un negocio así, ¿no?
—¡Ariane! —exclamó María, como una madre avergonzada por lo que dice su hija.
Aquella situación era complicada para María. El hecho de que Axel Branford la cortejara ya había sido demasiado chocante para toda una vida, y que ahora el heredero Casanova la mirara durante toda la obra era para estremecer a una Hanson durante dos existencias.
Bueno, ¿y qué hacer? Aquí llegamos a la parte que me gustaría omitir, pero muchas me ahorcarían si así lo hiciera. Esta bien: explicaré qué era el heredero Casanova para justificar la excitación de Ariane. Haz lo siguiente: imagina a un sujeto de un metro noventa, rico, de cabellos claros, lacios, a la altura de los hombros, barba de un día y los ojos más claros que hayas visto. Eso era el heredero de los Casanova.
Y por tal motivo Ariane Narin casi estrangulaba a María Hanson en aquella butaca del teatro.
—Ah, ¿pero quieres saber algo? ¡Si tú no hablas con él, entonces lo haré yo!
—¡Quédate quieta, loca! ¿Qué te picó?
—Mira, María, sé que perder a alguien como Axel Branford debe ser… como hervir en el caldero más caliente de Aramis con una bruja cocinándote los sesos, ¿me entiendes? ¡Deben dar ganas de morir descuartizada y que tus extremidades se esparzan por ahí! ¡No sé! ¡Ganas de lanzarse de cabeza en un pozo de los deseos, pues la vida se ha de convertir en un asunto extremadamente gris y sin sentido!
—Tú sí que sabes animar a las personas.
—¡Ay, escucha primero, cabeza dura! Entonces, resumiendo: ¡se entiende que andes por allí tristona, toda guanga y lánguida cuando otro hombre aparece en tu vida! ¡Porque al final de cuentas un Axel es un Axel y no hay nada por encima de eso! Pero ¡caray, María, despierta! —Ariane dio un grito que atrajo la atención de los otros palcos, de donde la gente ya se retiraba también. ¿Piensas que a ella le importó?—. ¡Después de Axel, aquella cosa de allí, al otro lado, es la más linda que ha caminado sobre Nueva Éter! —Ariane señaló con el dedo en dirección al joven Giacomo.
Entonces Ariane se dio cuenta de que seguía señalándolo después de haber terminado de hablar y volvió la cabeza lentamente en dirección a donde apuntaba.
Giacomo les sonrió al percibir que hablaban de él.
—La culpa de que se haya dado cuenta es exclusivamente tuya —dijo Ariane, mientras se sentaba de nuevo y miraba para arriba como si nada ocurriera.
María se puso la mano en la cara para disimular su sonrojo. Se hizo un silencio tenso, hasta que, con la mano cubriéndole la cara, María preguntó entre la comisura de los labios:
—¿Ariane?
—Él sigue mirando para acá —respondió ella, también entre dientes.
—Entendido.
El silencio tenso duró hasta que ambas se levantaron para salir del teatro a un llamado de Sabino —«Gracias al Creador»—. Pero al salir de aquella situación María Hanson no perdonó:
—Por lo que entiendo, según la teoría de la señorita, mi hermano entra en su lista después de Axel, ¿no?
—¡Ay, tonta! Nada de eso, ¿está bien? João es como Axel: ¡tú no puedes contarlos, de verdad! ¡Ellos son considerados como fuera de serie! Sé que no es el muchacho más guapo del mundo, ¿está bien? Es lindo, guapillo, ¿pero qué puedo hacer si el Creador dio vida a un Axel? ¿También quieres saberlo, señorita Hanson? ¡Ningún otro muchacho jamás, jamás, tendrá ese título para mí, pues ningún otro muchacho es João! Así que entiende, venenosa. —María comenzó a reír—, que mi caballero siempre será el muchacho más guapo del mundo, aunque comparta su existencia en un mundo de Branfords y Casanovas. ¡Porque él es mío! ¡Y nadie en toda Nueva Éter podrá jamás separarme de mi amor! ¡Mi vida está ligada a la de él! ¡Y la de él está ligada a la mía! ¿Fui clara?
Punto final.