12

João Hanson se sentía agotado, completamente agotado, tras un día entero de servicio. Había limpiado el inmundo establo donde dormía y realizado lo que más odiaba de todo aquel maldito trabajo de escudero: bañar a Sea, el corcel de su señor. En realidad, João adoraba al caballo; sólo odiaba bañar al inquieto animal.

Escuchó que la puerta se abría y entraba Reinaldo. No dijo nada y permaneció tenso mientras su señor observaba el establo que había ordenado limpiar. En las manos traía un tazón de comida que más parecía una ración para perro que la cena para una persona.

—¿Hiciste lo que te ordené, Hanson?

João seguía tenso, aunque tenía la expresión hermética y cautelosa.

—Sí, señor.

Reinaldo contempló el lugar una vez más. Y lo hizo despacio.

—Entonces, dime: si te pusieras en mi lugar, ¿considerarías que el establo está limpio?

João observó el lugar. Se acordó del día completo que había dedicado a aquello. Y creyó justo afirmar:

—Sí, señor.

La expresión de Reinaldo fue cercana al disgusto. El tazón en sus manos sufrió la acción de la gravedad y desparramó la ración en el suelo.

—Bueno, entonces eso sólo prueba qué lejos estás de ser un caballero y cuán imposibilitado estás de ocupar mi lugar.

João apretó los dientes. Y los puños. Pero no alteró su expresión mientras escuchaba a Reinaldo completar:

—Ya que consideras que este chiquero está limpio, entonces no te importará comer como un indigente. Usa la mano. Lame el suelo como lo haría un perro —una pausa, a la espera de alguna protesta; como nada fue dicho, concluyó—: Sólo espero que por la mañana Sea tenga el pelo cepillado y seco. A fin de cuentas, él tiene mejores nociones de higiene que tú.

Reinaldo se volvió de espaldas y salió.

João caminó hasta la comida en el suelo. Sólo quería evitar someterse a lo que tendría que someterse para comerla. No quería sentirse humillado, como sabía que se sentiría. La razón le decía que volviera a su rincón, se acostara en posición fetal y deseara que el sueño no tardara en llegar.

Pero ¿cómo se le dice al cuerpo, tras un día entero de trabajo, que no comerá?

Fue así, entre la razón y el instinto, como João Hanson se puso de rodillas y pasó una de las manos por la ración esparcida en el suelo. Olió la comida y sintió el olor ácido de alguna ración mezclada con pescado. Sintió náuseas y el estómago amenazó con vomitar su propio jugo gástrico. No quería comer aquello: no de aquella manera.

Sin embargo, no había cómo echarse para atrás en la decisión tomada el día en que mató a un hombre.

Fue así como João Hanson se llevó a la boca aquella ración y la engulló sin sentir ni siquiera bien su sabor, y comenzó a cenar como un animal en el suelo del establo, mientras las lágrimas le escurrían por la cara seria de un hombre que se siente transformado en bestia. El corcel que lo observaba se apartó y se puso en posición para dormir. João Hanson envidió la rapidez con que aquel animal conciliaba el sueño.

Tardaría en olvidar noches como aquella.