1. Una visión ensimismada

La tradición estructural-funcionalista de la sociología de la ciencia es importante en sí misma por sus aportaciones al conocimiento del campo científico, pero también porque en relación con ella se ha construido la «nueva sociología del conocimiento», socialmente dominante en la actualidad. Aunque hace muchas concesiones a la visión oficial de la ciencia, esa sociología rompe, pese a todo, con la visión oficial de los epistemólogos estadounidenses: permanece atenta al aspecto contingente de la práctica científica (que los propios científicos pueden expresar en determinadas condiciones). Los discípulos de Merton proponen una descripción coherente de la ciencia que se caracteriza, en su opinión, por el universalismo, el comunismo o lo comunitario (los derechos de propiedad están limitados en ella por la estimación o el prestigio vinculados al hecho de dar el nombre a algunos fenómenos, algunas teorías, algunas pruebas, algunas unidades de medida: principio de Heisenberg, teorema de Gödel, voltio, curie, roentgen, síndrome de Tourette, etcétera), el desinterés, el escepticismo organizado. [Esta descripción es parecida a la descripción weberiana del tipo ideal de la burocracia: universalismo, competencia especializada, impersonalidad y propiedad colectiva de la función, institucionalización de normas meritocráticas para regular la competición (Merton, 1957).]

Inseparable de una teoría general (a diferencia de la nueva sociología de la ciencia), la sociología de la ciencia mertoniana sustituye la sociología del conocimiento a la manera de Mannheim por una sociología de los investigadores y de las instituciones científicas concebida según una perspectiva estructural-funcionalisra que también se aplica a otros ámbitos del mundo social. Para dar una idea más concreta del «estilo» de esa investigación, me gustaría comentar brevemente un artículo típico de la producción mertoniana, artículo espléndido, y siempre válido, que hay que integrar en el capital de experiencias de la subdisciplina (Cole y Cole, 1967). Ya en el título («Scientific Output and Recognition: A Study in the Operation of the Reward System in Science»), la palabra recognition, concepto mertoniano, es una declaración expresa de la pertenencia a una escuela; en la primera nota los autores agradecen a Merton la revisión de su trabajo, que ha sido financiado por una institución controlada por Merton. Una serie de signos sociales que permiten ver que nos encontramos ante una escuela unida por un estilo cognitivo socialmente instituido, vinculado a una institución. El problema planteado es un problema canónico que se inscribe en una tradición: la primera nota recuerda los estudios sobre los factores sociales del éxito científico. Después de establecer la existencia de una correlación entre la cantidad de publicaciones y los índices de reconocimiento, los autores se preguntan si la mejor medida de la excelencia científica es la cantidad o la calidad de las producciones. Así pues, estudian la relación entre los outputs cuantitativos y cualitativos de ciento veinte físicos (comentando en detalle todos los momentos del procedimiento metodológico, muestras, etcétera): existe una correlación, pero algunos físicos publican muchos artículos de escasa importancia (significance) y otro un pequeño número de artículos muy importantes. El artículo enumera las «formas de reconocimiento» (forms of recognition): «Recompensas honoríficas y participación en sociedades honoríficas» (honorific awards and memberships in honorific societies), condecoraciones, premios Nobel, etcétera; posiciones «en departamentos de primera fila» (at top ranked departments); citas en cuanto indicadores de la utilización de la investigación por los demás y de «la atención que la investigación recibe de la comunidad» (se acepta la ciencia tal como se presenta). Se verifican estadísticamente sus intercorrelaciones (observando de pasada que los premios Nobel son muy citados).

Esta investigación acoge los índices de reconocimiento, así como la cita, en su valor facial, y todo se desarrolla como si las investigaciones estadísticas tendieran a comprobar que la distribución de los rewards estuviera perfectamente justificada. Esta visión típicamente estructural-funcionalista está inscrita en el concepto de «reward system» tal como lo define Merton: «La institución científica se ha dotado de un sistema de recompensas concebido a fin de dar reconocimiento y estima a aquellos investigadores que mejor han desempeñado sus papeles, aquellos que han realizado unas contribuciones auténticamente originales al acervo común de conocimientos» (Merton, 1957). El mundo científico propone un sistema de recompensas que cumple unas funciones y unas funciones útiles, por no decir necesarias (Merton hablará de «reforzamiento mediante recompensas precoces» de los científicos que se hagan merecedores de ello), para el funcionamiento del conjunto. [Descubrimos de pasado que, contrariamente a lo que pretenden algunos críticos —ya insistiré sobre ello—, el hecho de sustituir recognition por capital simbólico no es un mero cambio de léxico más o menos gratuito o inspirado por una mera búsqueda de originalidad, sino que sugiere una visión diferente del mundo científico: el estructural-funcionalismo concibe el mundo científico como una «comunidad» que se ha dotado (has developped) de instituciones justas y legítimas de regulación y en la que no existen luchas; o, por lo menos, no existen luchas respecto a los objetivos de las luchas.]

El estructural-funcionalismo revela de esa manera su verdad de finalismo de los colectivos: la «comunidad científica» es uno de esos colectivos que realizan sus fines a través de unos mecanismos sin sujeto orientados hacia unos fines favorables a los sujetos o, por lo menos, a los mejores de ellos. «Resulta que el sistema de recompensas en física actúa de manera que da preferentemente los tres tipos de reconocimiento a la investigación importante» (Merton, 1973: 387). Si los grandes productores publican las investigaciones más importantes, es porque el «sistema de recompensa actúa de manera estimulante para que los investigadores creadores sean productivos y para que los investigadores menos creadores se encaminen hacia otras vías» (Merton, 1973: 388). El reward system orienta a los más productivos hacia los caminos más productivos, y la sabiduría del sistema, que recompensa a los que merecen serlo, remite a los demás a un montón anodino como las carreras administrativas. [Efecto secundario sobre cuyas consecuencias tendríamos que preguntarnos, especialmente en materia de productividad científica y de equidad en la evaluación, y verificar si son realmente «funcionales» y para quién… Convendría interesarse, por ejemplo, en las consecuencias de la concesión de posiciones de autoridad, tanto en la dirección de los laboratorios como en la administración científica, a unos investigadores de segunda fila que, desprovistos de la visión científica y de las disposiciones «carismáticas» necesarias para movilizar las energías, contribuyen a menudo a reforzar las fuerzas de inercia del mundo científico.] Cuanto más reconocidos son los investigadores (primero por el sistema escolar, y después por el mundo científico), más productivos son y siguen siéndolo. Las personas más consagradas son las que comenzaron su carrera siéndolo, es decir, los «early starters» que, debido a su consagración universitaria, tienen un principio de carrera rápido —marcado, por ejemplo, por el nombramiento como profesor auxiliar en un departamento prestigioso (y los late bloomers son escasos). [Podemos ver ahí la aplicación de una ley general del funcionamiento de los campos científicos. Los sistemas de selección [al igual que las escuelas de élite) favorecen las grandes carreras científicas, y lo hacen de dos maneras: por un lado, al designar a los que sobresalen como sobresalientes, para los demás así como para ellos mismos, y convocándolos de ese modo a sobresalir mediante acciones sobresalientes especialmente ante los ojos de los que los han hecho sobresalir (es la preocupación por no defraudar las expectativas, de estar a la altura: Noblesse oblige); por otro, confiriéndoles una competencia especial.]

Muy objetivista, muy realista (no discute que el mundo social existe, que la ciencia existe, etcétera), muy clásica (utiliza los instrumentos más clásicos del método científico), esta aproximación no hace la menor referencia a la manera como se regulan los conflictos científicos. Acepta, en la práctica, la definición dominante, logicista, de la ciencia, a la que pretende adecuarse (aunque maltrate un poco ese paradigma). Dicho eso, tiene el mérito de poner en evidencia unas cuantas cosas que no pueden ser descubiertas al nivel del laboratorio. Esta sociología de la ciencia, elemento capital de todo un dispositivo que aspire a constituir la ciencia social en profesión, está animada por una intención de autojustificación (self-vindication) de la sociología sobre la base del consenso cognitivo (verificado, empíricamente, además, por los trabajos de sociología de la ciencia de la propia escuela). Pienso especialmente en el artículo de Cole y Zuckerman «The Emergence of a Scientific Speciality: the Self Exemplifying Case of the Sociology of Science» (1975).

[Con el tiempo me he dado cuenta de que había sido bastante injusto respecto a Merton en mis primeros escritos de sociología de la ciencia; sin duda, por el efecto de la posición que yo ocupaba entonces, la del neófito en un campo internacional dominado por Merton y el estructural-funcionalismo: en parte, porque he releído de diferente manera los textos, y en parte, también, porque me he enterado, respecto a las condiciones en que habían sido producidos, de algunas cosas que desconocía en la época. Por ejemplo, el texto titulado «The Normative Structure of Science», convertido en el capítulo 13 de Sociology of Science, fue publicado por vez primera en 1942 en una efímera revista fundada y dirigida por Georges Gurvitch, refugiado entonces en los Estados Unidos: el tono ingenuamente idealista de ese texto, que exalta la democracia, la ciencia, etcétera, se entiende mejor en aquel contexto como una manera de contraponer el ideal científico a la barbarie. Por otro porte, creo que me equivoqué al poner en el mismo saco que Parsons y Lazarsfeld a un Merton que había reintroducido a Durkheim, que elaboraba la historia de la ciencia y que rechazaba el empirismo sin conceptos y el teoricismo sin datos, aunque su esfuerzo por escapar a la alternativa desembocara más en un sincretismo que en una auténtica superación.

Una observación de pasada: cuando uno es joven —y eso es sociología de la ciencia elemental— tiene, siempre que las restantes cosas no cambien, claro está, un capital menor, al igual que una menor competencia, y se siente propenso, casi por definición, a enfrentarse a los más veteranos, y a dirigir, por consiguiente, una mirado crítica a sus trabajos. Pero esta crítica puede ser, en parte, un efecto de la ignorancia. En el caso de Merton, yo no sólo desconocía el contexto, tal como acabo de recordarlo, de sus primeros escritos, sino también la trayectoria de la que había salido: aquel a quien yo había visto, en un congreso internacional del que era el rey, como un wasp elegante y refinado, era, en realidad, como después supe, un emigrado reciente de origen judío que, tanto en sus modales como en su indumentaria, cargaba las tintas para mostrar una elegancia british (al contrario que Homans, producto puro de Nueva Inglaterra, que se me había antojado, en una cena en Harvard, como desprovisto de cualquier marca aristocrática, efecto, sin duda, de la ignorancia del extranjero que no sabe reconocer en un cierto desenvuelto descuido el signo de la «auténtica distinción»); y esa disposición a la hipercorrección, muy común en las personas de primero generación en vías de integración y que aspiran ardientemente al reconocimiento, estaba también, sin duda, en el principio de su práctica científico y de su exaltación de la profesión, de lo sociología que pretendía acreditar como profesión científica.

Creo que ahí aparece todo el interés de la sociología de la sociología: las disposiciones que Merton aportaba a su práctica científica influían tanto en sus opiniones como en sus manías, de las cuales habría podido protegerle uno auténtica sociología reflexiva; y descubrirlo es conquistar unos principios ético-epistemológicos para sacar partido, de manera selectiva, de sus contribuciones y, más ampliamente, para someter a un tratamiento crítico, tanto epistemológico como sociológico, a los autores y o las obras del pasado y su propia relación con los autores y las obras del presente y del pasado.]

En una forma optimista de juicio reflexivo, el análisis científico de la ciencia a la manera de Merton justifica la ciencia al justificar las desigualdades científicas y al mostrar científicamente que la distribución de los premios y de las recompensas es adecuada a la justicia científica, ya que el mundo científico proporciona las recompensas científicas a los méritos científicos de los sabios. También para asegurar la respetabilidad de la sociología Merton intenta convertirla en una auténtica «profesión» científica, siguiendo el modelo de la burocracia, y dotar al falso paradigma estructural-funcionalista que él, conjuntamente con Parsons y Lazarsfeld, contribuye a construir, de esa especie de coronación falsamente reflexiva y empíricamente convalidada que es la sociología de la ciencia tratada como un instrumento de sociodicea.

[Me gustaría terminar con algunas observaciones sobre la cienciometría, que se basa en los mismos fundamentos que el estructural-funcionalismo mertoniano y que se plantea como finalidad el control y la evaluación de la ciencia con unos fines de policy-making (la tentación cienciométrica peso sobre toda la historia de la sociología de la ciencia, en cuanto ciencia de la culminación, capaz de conceder los diplomas y los títulos en ciencia, y las más radicalmente modernistas, y nihilistas, de los nuevos sociólogos de la ciencia no escapan a ella). La cienciometría se basa en análisis cuantitativos que sólo toman en consideración los productos; en suma, en compilaciones de indicadores científicos, como las citas. Realistas, los bibliómetras consideran que el mundo puede ser contrastado, numerado y medido por unos «observadores objetivos" (Hargens, 1978: 121-139). Ofrecen a los administradores científicos los medios aparentemente racionales de gobernar tanto la ciencia como los científicos y de ofrecer unas justificaciones de aire científico a las decisiones burocráticas. Convendría examinar de manera especial los límites de un método que se basa en unos criterios estrictamente cuantitativos y que desconoce las modalidades y las muy diversas funciones de la referencia (puede llegar incluso a hacer caso omiso de la diferencia entre las citas positivas y las negativas). Esto no impide que, pese a las utilizaciones dudosas (y, a veces, deplorables) de la bibliometría, tales métodos puedan servir para construir unos indicadores útiles en el plano sociológico, como yo he hecho en Homo Academicus (1984; 261) para conseguir un índice de capital simbólico.]