Un mundo aparte
Uno de los puntos centrales por los que me distancio de todos los análisis que acabo de recordar es el concepto de campo, que pone el acento sobre las estructuras que orientan las prácticas científicas y cuya eficacia se ejerce a una escala microsociológica en la que se sitúan la mayoría de los trabajos que he criticado y, en especial, los estudios de laboratorio. Cabría, para hacer sentir los límites de esos estudios, relacionarlos con lo que eran, en un terreno muy diferente, las monografías de aldea (así como buena parte de los trabajos etnológicos) que tomaban como objeto unas microunidades sociales supuestamente autónomas (si es que se planteaba la cuestión), unos universos aislados y circunscritos que se suponían más fáciles de estudiar porque a esa escala los datos, en cierto modo, se presentaban preparados (con los censos, los catastros, etcétera). El laboratorio, pequeño universo cerrado y separado, que propone unos protocolos ya preparados para el análisis, unos apuntes de laboratorio, unos archivos, etcétera, parece, de la misma manera, reclamar una aproximación monográfica e idiográfica semejante.
Ahora bien, vemos de entrada que el laboratorio es un microcosmos social situado en un espacio que supone otros laboratorios constitutivos de una disciplina (a su vez situada en un espacio, también jerarquizado, de las diversas disciplinas) y que debe una parre importantísima de sus propiedades a la posición que ocupa en dicho espacio. Ignorar esta serie de ajustes estructurales, ignorar esta posición (relacional) y los efectos de posición correlativos, es exponerse, como en el caso de la monografía de aldea, a buscar en el laboratorio unos principios explicativos que están en el exterior, en la estructura del espacio dentro del cual está insertado. Sólo una teoría global del espacio científico, como espacio estructurado de acuerdo con unas lógicas a un tiempo genéricas y específicas, permite entender a fondo cada uno de los puntos de ese espacio, laboratorio o investigador aislado.
La noción de campo señala una primera ruptura con la visión interaccionista en la medida en que da fe de la existencia de una estructura de relaciones objetivas entre los laboratorios y entre los investigadores que dirigen u orientan las prácticas; opera una segunda ruptura, en la medida en que la visión relacional o estructural que introduce se asocia a una filosofía disposicionalista de la acción, que rompe con el finalismo, correlato de un ingenuo intencionalismo, según el cual los agentes —en este caso concreto los investigadores— serían los calculadores racionales a la búsqueda no tanto de la verdad como de los beneficios sociales garantizados a los que parecen haberla descubierto.
En un artículo ya antiguo (1975a) propuse la idea de que el campo científico, al igual que otros campos, es un campo de fuerzas dotado de una estructura, así como un campo de luchas para conservar o transformar ese campo de fuerzas. La primera parte de la definición (campo de fuerzas) corresponde a un momento fisicista de la sociología concebida como física social. Los agentes, científicos aislados, equipos o laboratorios, crean, mediante sus relaciones, el mismo espacio que los determina, aunque sólo exista a través de los agentes que están situados en él y que, utilizando el lenguaje de la física, «deforman el espacio de su vecindad» confiriéndole una determinada estructura. En la relación entre los diferentes agentes (concebidos como «fuentes de campo») se engendran el campo y las relaciones de fuerza que lo caracterizan (relación de fuerzas específica, propiamente simbólica, dada la «naturaleza» de la fuerza capaz de ejercerse en el campo, el capital científico, especie de capital simbólico que actúa en la comunicación y a través de ella). Más exactamente, son los agentes, es decir, los científicos aislados, los equipos o los laboratorios, definidos por el volumen y la estructura del capital específico que poseen, quienes determinan la estructura del campo que los determina, es decir, el estado de las fuerzas que se ejercen sobre la producción científica, sobre las prácticas de los científicos. El peso asociado a un agente, que soporta el campo al mismo tiempo que contribuye a estructurarlo, depende de todos los restantes agentes, de todos los restantes puntos del espacio y de las relaciones entre todos los puntos, es decir, de todo el espacio (quienes conozcan los principios del análisis de las correspondencias múltiples captarán aquí la afinidad entre este método de análisis matemático y el pensamiento en términos de campo).
La fuerza vinculada a un agente depende de sus diferentes bazas, factores diferenciales de éxito que pueden asegurarle una ventaja en la competición; es decir, más exactamente, depende del volumen y de la estructura del capital de diferentes especies que posee. El capital científico es un tipo especial de capital simbólico, capital basado en el conocimiento y el reconocimiento. Este poder, que funciona como una forma de crédito, supone la confianza o la fe de los que lo soportan porque están dispuestos (por su formación y por el mismo hecho de la pertenencia al campo) a conceder crédito y fe. La estructura de la distribución del capital determina la estructura del campo, es decir, las relaciones de fuerza entre los agentes científicos: el control de una cantidad (y, por tanto, de una parte) importante de capital confiere un poder sobre el campo, y, por tanto, sobre los agentes menos dotados (relativamente) de capital (y sobre el derecho de admisión en el campo), y dirige la distribución de las posibilidades de beneficio.
La estructura del campo, definida por la distribución desigual del capital, es decir, de las armas o de las bazas específicas, pesa, al margen incluso de cualquier interacción directa, intervención o manipulación, sobre el conjunto de los agentes, y limita más o menos el espacio de las posibilidades que se les pueden abrir según estén mejor o peor colocados en el campo, es decir, en esa distribución. El dominante es el que ocupa en la estructura un determinado espacio que hace que la estructura actúe en su favor. [Estos principios, muy generales —que valen también para otros campos, el de la economía, por ejemplo—, permiten entender los fenómenos de comunicación y de circulación que se desarrollan en el campo científico y que la interpretación meramente «semiológica» no consigue explicar del todo. Una de las virtudes de la noción de campo es ofrecer simultáneamente unos principios de comprensión generales de los universos sociales de la forma campo y la necesidad de plantear unas cuestiones sobre la especificidad que revisten esos principios generales en cada caso concreto. Las cuestiones que voy a plantear y a plantearme respecto al campo científico serán de dos tipos: se tratará de preguntarse si en él aparecen las propiedades generales de los campos; y, por otra parte, si ese universo concreto tiene una lógica específica, vinculada a sus fines específicos y a las características específicas de los juegos que en él se juegan. La teoría del campo orienta y dirige la investigación empírica. La obliga a plantearse la cuestión de saber a qué se juega en ese campo (y ello, basándose únicamente en la experiencia y exponiéndose, por tanto, las más veces, a caer en una variable positiva del círculo hermenéutico), cuáles son las bazas en juego, los bienes o las propiedades buscadas y distribuidas o redistribuidas, y cómo se distribuyen, cuáles son los instrumentos o las armas de que hay que disponer para tener alguna opción de ganar y cuál es, en cada momento del juego, la estructura de la distribución de los bienes, de las ganancias y de las bazas, es decir, del capital específico (como vemos, la noción de campo es un sistema de cuestiones que se especifican en cada ocasión).]
Podemos pasar ahora al segundo momento de la definición, o sea, al campo como campo de luchas, como campo de acción socialmente construido en el que los agentes dotados de recursos diferentes se enfrentan para conservar o transformar las correlaciones de fuerza existentes. Los agentes desencadenan unas acciones que dependen, en sus fines, sus medios y su eficacia, de su posición en el campo de fuerzas, es decir, de su posición en la estructura de la distribución de capital. Cada acto científico es, al igual que cualquier otra práctica, el producto del encuentro entre dos historias, una historia incorporada en forma de disposiciones y una historia objetivada en la propia estructura del campo y en los objetos técnicos (los instrumentos), los textos, etcétera. La especificidad del campo científico depende, por un lado, del hecho de que la cantidad de historia acumulada es, sin duda, especialmente importante, gracias, sobre todo, a la «conservación» de las adquisiciones de una manera especialmente económica, por ejemplo, con la formación y la formulación, o con las infinitas facetas de un tesoro, lentamente acumulado, de gestos calibrados y de actitudes convertidas en hábitos. Lejos de desplegarse en un universo, por así decirlo, sin gravedad ni inercia, donde podrían desarrollarse a placer, las estrategias de los investigadores están orientadas por las presiones y las posibilidades objetivas que se hallan inscritas en su posición y por la representación (vinculada a su vez a su posición) que son capaces de formularse de su posición y de la de sus competidores, en función de su información y de sus estructuras cognitivas.
El margen de libertad concedido a las estrategias dependerá de la estructura del campo, caracterizada, por ejemplo, por un grado más o menos elevado de concentración del capital (que puede oscilar entre el cuasi monopolio —del que el pasado año analicé un ejemplo a propósito de la Academia de Bellas Artes en la época de Manet— y una distribución prácticamente igualitaria entre todos los concurrentes); pero se organizará siempre en torno a la oposición principal entre los dominadores (que los economistas llaman a veces first movers, lo que expresa claramente la porción de iniciativa que se les ha dejado) y los dominados, los challengers. Los primeros son capaces de imponer, a menudo sin hacer nada para conseguirlo, la representación de la ciencia más favorable a sus intereses, es decir, la manera «conveniente» y legítima de jugar y las reglas del juego (y, por tanto, de la participación en él). Están conectados con el estado establecido del campo y son los defensores titulares de la «ciencia normal» del momento. Poseen unas ventajas decisivas en la competición, entre otras razones porque constituyen un punto de referencia obligado para sus competidores, que, hagan lo que hagan o quieran lo que quieran, están obligados a situarse en relación a ellos, activa o pasivamente. Las amenazas que los aspirantes hacen pesar sobre ellos los obliga a una vigilancia constante y sólo pueden mantener su posición gracias a una innovación permanente.
Las estrategias y sus posibilidades de éxito dependen de la posición ocupada en la estructura. Y cabe preguntarse cómo son posibles auténticas transformaciones del campo si sabemos que las fuerzas del campo tienden a reforzar las posiciones dominantes; nos limitaremos a sugerir que, al igual que en el ámbito de la economía, los cambios en el interior de un campo muchas veces son determinados por redefiniciones de las fronteras entre los campos, vinculadas (como causa o como efecto) a la irrupción de nuevos ocupantes provistos de nuevos recursos. Lo cual explica que las fronteras del campo sean casi siempre objetivos por los que se lucha en el seno del campo. (Daré a continuación unos ejemplos de «revoluciones» científicas asociadas al paso de una disciplina a otra.)
No quiero terminar esta rememoración de esquemas teóricos sin decir que también el laboratorio es un campo (un subcampo) que, si es definido por una posición determinada en la estructura del campo disciplinario tomado en su conjunto, dispone de una autonomía relativa respecto a las presiones asociadas a dicha posición. En tanto que espacio de juego específico, contribuye a determinar las estrategias de los agentes, es decir, las posibilidades y las imposibilidades ofrecidas a sus disposiciones. Las estrategias de investigación dependen de la posición ocupada en el subcampo que constituye el laboratorio, o sea, una vez más, de la posición de cada investigador en la estructura de la distribución del capital en sus dos especies, propiamente científico y administrativo. Es lo que muestra admirablemente Terry Shinn (1988) en su análisis de la división del trabajo en un laboratorio de física o lo que deja traslucir la descripción que Heilbron y Seidel (1989) hacen del laboratorio de física de Berkeley, con el enfrentamiento entre Oppenheimer y Lawrence.
Los estudios de laboratorio han tendido a olvidar el efecto de la posición del laboratorio en una estructura; pero existe, además, un efecto de la posición en la estructura del laboratorio del que el libro de Heilbron y Seidel (1989) ofrece un ejemplo típico con la historia de un personaje llamado Jean Thibaud: este joven físico del laboratorio de Louis de Broglie inventa el método del ciclotrón, que hace posible la aceleración de los protones con un pequeño aparato, pero carece de los medios suficientes para desarrollar su proyecto y, sobre todo, «no tenía a alguien como Lawrence para apoyarle», es decir, la estructura empresarial y el director de empresa que era Lawrence, personaje bidimensional, dotado de una autoridad a la vez científica y administrativa, capaz de crear la fe, la convicción, y de asegurar el apoyo social de la fe garantizando, por ejemplo, unos puestos de trabajo para los jóvenes investigadores.
Este breve recordatorio me ha parecido necesario, entre otros motivos, porque mi artículo ha sido muy copiado, de manera manifiesta o disimulada; una de las formas más hábiles de ocultar estos «préstamos» consiste en acompañarlos de una crítica del texto imaginario al que se puede oponer lo mismo que el texto criticado proponía. Me limitaré a un único ejemplo, el de Karin Knorr-Cetina, una de las primeras en inspirarse en mi artículo que ella citaba, en un principio, de manera muy calurosa, y después de manera cada vez más distante, hasta llegar a la crítica que voy a analizar, en la que no queda prácticamente nada ni de lo que yo decía ni de lo que ella parecía haber entendido: reprocha al modelo que propongo ser «peligrosamente próximo al de la economía clásica» y, más papista que el Papa, no aportar ninguna teoría de la explotación, por ignorancia de la distinción entre scientists capitalists and scientists workers; convertir al agente en «un maximizador consciente de beneficios», por no saber «que los resultados no son conscientemente calculados» (en un texto más antiguo, ella decía exactamente lo contrario e invocaba el habitus). Finalmente, ella piensa que sólo hay que ver una mera «sustitución de términos» en la utilización de capital simbólico en lugar de «recognition» (Knorr-Cetina y Mulkay, 1983). [Esta crítica se inscribe en el marco de una recopilación de textos, producto típico de una operación académico-editorial que apunta a dar presencia a un conjunto de autores de idéntica obediencia teórica: estos non books, como dicen con tanto acierto los estadounidenses, entre los cuales hay que incluir también los manuales, tienen una función social eminente; canonizan —otro nombre es «morceaux choisis»—, categorizan, diferencian a los subjetivistas de los objetivistas, a los individualistas de los holistas, distinciones estructurantes, generadoras de (falsos) problemas. Convendría analizar el conjunto de los instrumentos de conocimiento, de concentración y de acumulación del saber que, al ser también unos instrumentos de acumulación y de concentración del capital académico, orientan el conocimiento en función de consideraciones (o de estrategias) de poder académico, de control de la ciencia, etcétera. Los diccionarios, por ejemplo —de sociología, de etnología, de filosofía, etcétera—, son muchas veces meros abusos de autoridad en la medida en que permiten dictar reglas fingiendo describir; instrumentos de construcción de la realidad que fingen reproducir, pueden dar vida a autores o a conceptos inexistentes, etcétera. Olvidamos a menudo que una parte muy importante de las fuentes de los historiadores es el producto de un trabajo semejante de construcción.]
Me he extendido un poco (demasiado) en este comentario, bastante caricaturesco, porque de ese modo he conseguido desvelar algunas características de la vida de la ciencia tal como se vive en unos universos donde se puede manifestar un elevadísimo grado de incomprensión de los trabajos de los competidores sin ser por ello desconsiderado; y también porque ha sido la causa, junto con algunos otros textos de la misma familia, y de la misma calaña, de cierto número de lecturas sesgadas de mi trabajo que están muy extendidas en el mundo de las ciencias de la ciencia.