V

Los meses de Wartburg

El 4 de mayo de 1521, un carruaje atravesaba el bosque, más allá de Altenstein, por el camino de Gotha. Llevaba a Martín Lutero que, después de una visita a sus parientes, volvía a Wittemberg en compañía de dos hombres: su colega Amsdorf y su cofrade el agustino Juan Petzensteiner, compañero de viaje requerido por la regla de la orden. De pronto saltan unos jinetes. El agustino huye despavorido. El cochero es maltratado. Amsdorf con grandes gritos finge resistir. Lutero, arrastrado al bosque, trepado sobre un caballo, es conducido dando grandes rodeos, por la noche, a un castillo encaramado en lo alto de Turingia. En traje de junker, con una cadena de oro al cuello, la espada al costado, dejando crecer barba y cabellos, el “caballero Jorge” iba a permanecer allí cerca de un año, desde el 4 de mayo de 1521 hasta el l° de marzo de 1522.

Decidido a no entregar a Lutero, pero sin querer retar abiertamente al Emperador, el elector Federico, viejo zorro, había aprobado ese ingenioso golpe de mano. De esta manera, por medio de este rapto bien preparado y que no había tenido testigos molestos, salvaguardaba al heresiarca que sus enemigos veían ya copado, obligado a refugiarse en Dinamarca o en Bohemia. Se sustraía a las consecuencias temibles del edicto que Aleandro, con hábil tenacidad, acababa de arrancar a Carlos V y a sus consejeros y que era leído solemnemente ante el Reichstag reunido, el 15 de mayo de 1521. Al salir astutamente de un paso difícil para él mismo, ejercía por otra parte sobre la obra naciente, sobre la acción desperdiciada del reformador en sus principios, una influencia que conviene examinar y ponderar seriamente, sobre todo porque no siempre se la estima en su verdadero valor.