II

La Alemania de 1517 y Lutero

No se acostumbra decirlo corrientemente, y, sin embargo, hay que anotarlo: si había en Europa, al finalizar el primer cuarto del siglo XVI, un gran país que no ofreciera a una Reforma, en el sentido corriente de la palabra, y a un Reformador, más que un terreno difícil y un suelo ingrato, este país era Alemania.

La Alemania de 1517: tierras fuertes, recursos materiales poderosos, ciudades orgullosas y espléndidas; trabajo por todas partes, iniciativa, riquezas; pero ninguna unidad, ni moral ni política. Anarquía. Mil deseos confusos, a menudo contradictorios; la áspera amargura de una situación turbia y, desde algunos puntos de vista, humillante; por otra parte, una total impotencia para remediar el mal. No repitamos inútilmente y fuera de sitio lo que dicen tantos libros ya puestos a prueba. No vacilemos tampoco en recordar en pocas palabras todo lo que pueda ayudar a comprender mejor la historia que nos ocupa. En un rincón de esa Alemania, un hombre vivía en 1517, oscuro, desconocido, un monje del que no se sabía ni siquiera si merecía, en una biografía general de los agustinos, una mención de cinco líneas. Ese hombre, en algunos meses, iba a convertirse en un héroe nacional. Vale la pena preguntarse lo que un estudio atento del mapa político y moral de la Alemania de ese tiempo podía dejar adivinar de una aventura como ésa, de sus posibilidades de éxito, de sus posibilidades de duración.