VI. Creyente, pero no jefe

No, ninguna autoridad. Ninguna violencia tampoco, o, para ser más precisos: por vía de hechos. El pueblo se agita, jóvenes impacientes bajan a las calles. Se ataca a los sacerdotes, se saquean algunas casas, se insulta a los monjes. Por cierto, no hay que fingir escandalizarse de todo esto, con un falso pudor de fariseo. Pero de semejantes agitaciones el principio es malo. Para destruir al papismo, ¿a qué esas perturbaciones y esas violencias? Que se deje actuar a la Palabra, única eficaz y soberana…[154] El falso celo de los agitadores ¿no será inspirado por Satán, que trata de difamar a los envangelistas? “Yo —exclama Lutero en diciembre de 1521—,[155] yo, al Papa, a los obispos, a los sacerdotes, a los monjes, los he combatido sólo con la boca, sin espada…” Así, pues, en Wartburg, tampoco sobre este punto ha cambiado; pero ya a su alrededor el mundo cambia: Alemania y sus discípulos, rápidamente y mucho.

A él le importan poco los hechos. Puesto que ha sacado a luz sus ideas sobre la comunión bajo sus dos especies o sobre la misa privada, que los fieles tomen el cáliz o se reduzcan a la hostia; que los sacerdotes celebren o no misas privadas, poco le importa. Además, no tiene el fetichismo de la uniformidad. De acuerdo sobre lo esencial, es decir, poseyendo la misma noción viva de la fe, que dos comunidades no se entiendan sobre los ritos es una divergencia sin interés, o diversidad digna de alabanza. Sólo que sus contemporáneos, sus compatriotas, sus discípulos, no lo comprenden. No condena su noción de una Iglesia totalmente espiritual, pero ya no se contentan con ella. Frente a la Iglesia secular cuyos sacramentos, jerarquía y leyes rechazan, están impacientes de ver alzarse otra Iglesia, pura de todos los abusos que denuncian a porfía, con otras ceremonias, otros ritos, otras leyes… Primera equivocación, y que un Carlstadt, un Zwilling explotan sin medida.

No es el único, ni siquiera el más grave. Las exhortaciones de Lutero a la paciencia, sus consejos de abstención y de desinterés, muchos los comprenden mal y se muestran muy poco dispuestos a seguirlos. ¿No actuará más rápidamente la Palabra si los hombres de resolución audaz la ayudan según sus fuerzas? Lo piensan. Lo dicen. Más aún, actúan. Y Lutero inquieto multiplica sus llamados a la calma… Tal actitud pasiva ¿podrá conservarla mucho tiempo? Ya en ese escrito, la Treue Vermahnung, que compuso en diciembre de 1521 a la vuelta de su fuga secreta a Wittemberg, hay una frase sorprendente. ¿Un arrepentimiento? No por cierto; porque ya en el Manifiesto a la Nobleza alemana Lutero ha dicho cosas bastante parecidas. Nada de rebeldía. El señor Todo el Mundo, Herr Omnes, no tiene más que un derecho: callarse. Herr Omnes, pero ¿y sus amos, los príncipes?

¡Ah!, si actuaran, si realizaran ellos mismos la obra de reforma que muchos alemanes pretendían ilícitamente llevar a cabo, eso no sería sedición, violencia culpable, rebeldía contra la voluntad de Dios. Lo que la autoridad regular establece no tiene el carácter de una sedición. Sí, para librar a Alemania del papismo; para limpiar el suelo de las ruinas molestas de una Iglesia cuyos peligros y abusos ha denunciado Lutero, “el poder secular y la nobleza deberían ejercer su autoridad regular, cada príncipe y cada señor en su dominio”. Y, resumiendo su pensamiento: “Cuídate de la autoridad —exclama Lutero—.[156] Mientras ella no emprenda ni ordene nada, mantén en reposo tu mano, tu boca, tu corazón… Pero si puedes conmoverla para que actúe y ordene, te es permitido hacerlo…”.

No hay que apresurarse a denunciar la contradicción. Lutero, cuando escribe estas líneas, reserva siempre el fuero interno. No abandona a los príncipes sino el dominio de las manifestaciones exteriores del pensamiento y de la actividad religiosa. Puede decirlo por lo menos, y pensarlo. Pero cuántos renunciamientos futuros y desviaciones contiene esta frase condicional, modesta y oscura en su imprecisión: “El poder secular y la nobleza deberían ejercer su autoridad regular, cada príncipe y cada señor en su dominio”. En el trasfondo del pensamiento luterano, mientras el reformador afirma con una voz estentórea: ¡Nada de Iglesia visible, nada de aduana para el pensamiento, ninguna acción de los hombres, fuera de la predicación y de la meditación!, vemos perfilarse claramente ante nuestros ojos el edificio paradójico del territorialismo espiritual.

Preocupación por el mañana. Mientras permanece en Wartburg, Lutero la ignora. Mantiene sin esfuerzo sus posiciones. Más aún, las amplía, las consolida. En lo que los teólogos llaman su sistema, en el conjunto coherente y por decirlo así orgánico de sentimientos y de verdades subjetivas en las que experimenta, cada día con más fuerza, un acuerdo con sus disposiciones y sus tendencias íntimas, ha logrado hacer entrar ideas, críticas, innovaciones (o renovaciones) que otros, según él, presentaban mal y predicaban por malas razones: entiéndase razones anti o extraluteranas. Frutos de un primer contacto con los hombres.

Así su idealismo, todavía conquistador, no se retira detrás de un muro rígido, una barrera arbitrariamente levantada. No existe, para Lutero, ninguna especie de reducto o de asilo de seguridad, una torre maestra donde, cansado de sus combates de juventud, un viejo desilusionado se encierra para retar al universo y mofarse de viejas agitaciones que vienen a morir al pie de sus murallas. Es verdad. Y hay que conocer el porvenir, la historia de Lutero y del luteranismo, para discernir entonces, en ese esfuerzo apasionado de anexión, el germen de debilidad y de muerte que lo resquebrajará todo. Pero lo que puede decirse ya lo dice todo. Porque lo que sale del alma ardiente de ese gran visionario, de ese gran lírico cristiano, es un poema. No es un plan de acción.